Jorge
Montaño / El siglo de Torreón
La proliferación de mecanismos de consulta y
concertación con que cuenta América Latina y el Caribe ocupa un lugar destacado
por su volumen a nivel mundial. Lamentablemente, también se destaca por la
ineficacia que ha estimulado el proceso reproductivo, sin mejorar su capacidad
de respuesta. A pesar de que a la OEA se le reconoce como organismo cúpula,
existe consenso de su ineficacia histórica y costosa burocracia, pagada por los
Estados. Los países miembros nunca han emprendido un proceso serio de reforma,
por la tenacidad e instinto de defensa del secretariado, que desarticula los
afanes de modificación, en especial los que vulneren su statu quo. Ha faltado
energía gubernamental y decisión para concluir un cambio profundo, capaz de
superar resistencias de posibles afectados, incluyendo algunos Estados.
La opción
fácil se ha buscado en fórmulas ad hoc e incluso subregionales con escasos
resultados, salvo que se contribuye a la multiplicación de funcionarios
internacionales, cargas financieras a los países y reuniones protocolares de
jefes de Estado, que acaban impacientados por la esterilidad del cumbrismo. Los
temas políticos, económicos, la lucha contra el crimen organizado, no han
logrado convocar estrategias que aporten soluciones. En extremo, la intentona
de golpe de Estado en Venezuela, o los gobiernos de facto en Honduras y
Paraguay, confirman la inutilidad del órgano cúpula y de los mecanismos
subregionales.
Los
esfuerzos en las últimas dos décadas por consolidar las democracias en el
continente, se han quedado en buenos deseos. El desencuentro del presidente
Lugo con el Congreso de Paraguay se explica por su decisión de enfrentar a una
oligarquía terrateniente, que no pudo impedir su elección por el voto popular.
Perdieron momentáneamente el control del país, enfrentando los intentos de
consolidar una reforma agraria equilibrada. La solución fue el desafuero del
mandatario y ascenso de un suplente anuente a respetar el tradicional statu
quo. Unasur, Mercosur y OEA no lograron concitar medidas eficaces para reponer
la transgresión constitucional, que no es otra cosa que un golpe de Estado. La
ineficacia de la diplomacia ha condonado la arbitrariedad, ante la ausencia de
medidas y sanciones coercitivas, capaces restablecer el Estado de Derecho. La
desalentadora incapacidad confirma la necesidad urgente de crear mecanismos
efectivos para preservar la vigencia de la democracia.
Este
vacío estimula la impunidad con que opera el crimen organizado. Los países
productores y consumidores atropellan el orden en las regiones de tránsito, que
en pocos años han perdido la fuerza de sus instituciones y, lo que es peor, la
fuerza del Estado para enfrentar a los cárteles. El origen de la cadena se
gesta en la tolerancia libertina de autoridades que se niegan a reflexionar sin
prejuicios, en fórmulas alternativas para enfrentar los desafíos de nuestros
días. Los reclamos de los jefes de Estado centroamericanos en Cartagena no se
han recogido en las agendas de los organismos multilaterales, permitiendo que
se pierda el momentum creado por la indefensión de los gobiernos. Esta es otra
táctica privilegiada, por quienes objetan el cambio, prefiriendo convivir con
el asedio del crimen organizado. Lo cierto es que los organismos mundiales
también han aceptado el inmovilismo como fórmulade sobrevivencia.
La
demanda argentina por Malvinas o el diferendo entre Nicaragua y Costa Rica se
suman a los síntomas de que nuestras democracias carecen de la creatividad para
enfrentar nuevos y ancestrales desafíos. Éstos no se resolverán por el paso del
tiempo, sino que habrán de complicarse. Se debe romper el círculo vicioso del
inmediatismo, creando mecanismos efectivos para solucionar crisis específicas.
Defensa colectiva de la democracia, lucha contra la pobreza, cambio climático,
medidas globales para enfrentar el crimen organizado o diferendos entre
estados, deben merecer atención acorde con los tiempos que vivimos, dejando de
lado la salida fácil de la simulación. Los nuevos gobiernos de Canadá y Estados
Unidos deben recibir el reclamo y la invitación a participar en este esfuerzo.
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