jueves, 26 de julio de 2012

LA DERROTA DE FELIPE CALDERÓN

Mauricio Merino / El Universal
El conflicto poselectoral ha capturado, nublado y demorado, una vez más, el análisis completo de los resultados electorales del 2012. No me refiero, por supuesto, a las impugnaciones y las quejas que han corrido a manos llenas para deslegitimar el proceso en su conjunto, sino a los estudios que tendríamos ya si no estuviéramos metidos en nuestras viejas rutinas de ruptura. Sin embargo, detrás de esa densa capa de grasa conflictiva hay otros datos que no deberían pasar inadvertidos.
Por ejemplo, el hecho de que el gobierno de Felipe Calderón haya perdido esta justa electoral de manera tan rotunda merece una reflexión pausada. ¿Perdió solamente por razones circunstanciales de campaña, como ha sugerido el propio Presidente, o la derrota obedece al rechazo mucho más amplio de los mexicanos a los precarios resultados del periodo? No es cosa trivial que después de dos sexenios de gobiernos panistas, los electores hayan optado con abrumadoras mayorías por sus oposiciones.
Y aunque la tesis de los votos coaccionados y comprados favorece el argumento según el cual muy pocos votaron en contra del gobierno, y más bien le vendieron su conciencia al PRI, es imposible suponer que más de 35 millones de personas cambiaron de opinión en el último minuto. Supongo que tanto López Obrador como Felipe Calderón —ayer enemigos irreconciliables y hoy aliados solidarios en la misma lucha— acabarán arrebatándose el destino imaginario de los votos que habría comprado el PRI (¿para quién eran esos votos, para el PAN o para AMLO?) pero lo cierto es que ni aun montados en la misma ruta de descrédito, los partidarios del gobierno federal podrían negar la magnitud de la derrota
Es verdad que la candidatura de Josefina Vázquez Mota nunca consiguió situarse como una opción realmente viable. Nunca quiso separarse del gobierno ni romper de plano con Felipe Calderón; y tampoco logró zafarse de las redes de un partido dividido que la dejó prácticamente sola durante toda la campaña. Pero así y todo, tengo para mí que no fue la candidata del panismo ni su estructura partidaria quienes perdieron la elección, sino el presidente Calderón.
Analizar esa derrota con cuidado es relevante, porque detrás de ella hay un mensaje en contra de la continuidad de las decisiones del gobierno, que podría ser leído de modos muy dispares. Parece obvio que entre los rechazos principales está la estrategia de seguridad, que el Presidente se negó a mover siquiera un milímetro a pesar de todas las voces que se lo exigimos. No es cosa menor que ese problema aparezca entre los tres primeros mencionados en las encuestas de Latinobarómetro desde 2006, con cifras cada vez más grandes, ni que el movimiento social más importante del sexenio —junto con el #YoSoy132— haya sido el de Javier Sicilia.
Por otro lado, el desempleo, la pobreza, la desigualdad y los problemas económicos que enfrentan las familias del país nunca le cedieron sitio a la tranquilidad o, al menos, a la expectativa de vivir mejor en plazo breve. Y para completar la lista, los datos sobre la corrupción y los abusos de los poderosos fueron empeorando mientras avanzaba este sexenio. Nunca se cayó del todo el aprecio sobre el Presidente, pero nunca mejoró de manera sustantiva. Y ya sabemos que esos datos hablan más del respeto de los mexicanos por la autoridad que de la opinión que guardan sobre la forma en que se emplea.
De modo que sería un error creer que no fue el Presidente quien perdió las elecciones pues, además, eso supondría que las políticas en curso pueden seguir intactas. No faltará quien afirme —como ya lo está haciendo el propio Felipe Calderón— que la gente votó por dejar las cosas como están, tesis que también coincide con la de López Obrador, para quien el PRI y el PAN son cosa idéntica. Pero no es verdad. Falta mucho para que se despeje el panorama, pero cuando eso suceda habrá que leer los resultados con cuidado, porque muy pocos querrían más de lo mismo.

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