El
conflicto poselectoral ha capturado, nublado y demorado, una vez más, el
análisis completo de los resultados electorales del 2012. No me refiero, por
supuesto, a las impugnaciones y las quejas que han corrido a manos llenas para
deslegitimar el proceso en su conjunto, sino a los estudios que tendríamos ya
si no estuviéramos metidos en nuestras viejas rutinas de ruptura. Sin embargo,
detrás de esa densa capa de grasa conflictiva hay otros datos que no deberían
pasar inadvertidos.
Por ejemplo, el hecho de que el gobierno de Felipe Calderón haya perdido esta justa electoral de manera tan rotunda merece una reflexión pausada. ¿Perdió solamente por razones circunstanciales de campaña, como ha sugerido el propio Presidente, o la derrota obedece al rechazo mucho más amplio de los mexicanos a los precarios resultados del periodo? No es cosa trivial que después de dos sexenios de gobiernos panistas, los electores hayan optado con abrumadoras mayorías por sus oposiciones.
Por ejemplo, el hecho de que el gobierno de Felipe Calderón haya perdido esta justa electoral de manera tan rotunda merece una reflexión pausada. ¿Perdió solamente por razones circunstanciales de campaña, como ha sugerido el propio Presidente, o la derrota obedece al rechazo mucho más amplio de los mexicanos a los precarios resultados del periodo? No es cosa trivial que después de dos sexenios de gobiernos panistas, los electores hayan optado con abrumadoras mayorías por sus oposiciones.
Y aunque
la tesis de los votos coaccionados y comprados favorece el argumento según el
cual muy pocos votaron en contra del gobierno, y más bien le vendieron su
conciencia al PRI, es imposible suponer que más de 35 millones de personas
cambiaron de opinión en el último minuto. Supongo que tanto López Obrador como
Felipe Calderón —ayer enemigos irreconciliables y hoy aliados solidarios en la
misma lucha— acabarán arrebatándose el destino imaginario de los votos que
habría comprado el PRI (¿para quién eran esos votos, para el PAN o para AMLO?)
pero lo cierto es que ni aun montados en la misma ruta de descrédito, los
partidarios del gobierno federal podrían negar la magnitud de la derrota
Es verdad que la candidatura de Josefina Vázquez Mota nunca consiguió situarse como una opción realmente viable. Nunca quiso separarse del gobierno ni romper de plano con Felipe Calderón; y tampoco logró zafarse de las redes de un partido dividido que la dejó prácticamente sola durante toda la campaña. Pero así y todo, tengo para mí que no fue la candidata del panismo ni su estructura partidaria quienes perdieron la elección, sino el presidente Calderón.
Es verdad que la candidatura de Josefina Vázquez Mota nunca consiguió situarse como una opción realmente viable. Nunca quiso separarse del gobierno ni romper de plano con Felipe Calderón; y tampoco logró zafarse de las redes de un partido dividido que la dejó prácticamente sola durante toda la campaña. Pero así y todo, tengo para mí que no fue la candidata del panismo ni su estructura partidaria quienes perdieron la elección, sino el presidente Calderón.
Analizar
esa derrota con cuidado es relevante, porque detrás de ella hay un mensaje en
contra de la continuidad de las decisiones del gobierno, que podría ser leído
de modos muy dispares. Parece obvio que entre los rechazos principales está la
estrategia de seguridad, que el Presidente se negó a mover siquiera un
milímetro a pesar de todas las voces que se lo exigimos. No es cosa menor que
ese problema aparezca entre los tres primeros mencionados en las encuestas de
Latinobarómetro desde 2006, con cifras cada vez más grandes, ni que el
movimiento social más importante del sexenio —junto con el #YoSoy132— haya sido
el de Javier Sicilia.
Por otro
lado, el desempleo, la pobreza, la desigualdad y los problemas económicos que
enfrentan las familias del país nunca le cedieron sitio a la tranquilidad o, al
menos, a la expectativa de vivir mejor en plazo breve. Y para completar la
lista, los datos sobre la corrupción y los abusos de los poderosos fueron
empeorando mientras avanzaba este sexenio. Nunca se cayó del todo el aprecio
sobre el Presidente, pero nunca mejoró de manera sustantiva. Y ya sabemos que
esos datos hablan más del respeto de los mexicanos por la autoridad que de la
opinión que guardan sobre la forma en que se emplea.
De modo que sería un error creer que no fue el Presidente quien perdió las elecciones pues, además, eso supondría que las políticas en curso pueden seguir intactas. No faltará quien afirme —como ya lo está haciendo el propio Felipe Calderón— que la gente votó por dejar las cosas como están, tesis que también coincide con la de López Obrador, para quien el PRI y el PAN son cosa idéntica. Pero no es verdad. Falta mucho para que se despeje el panorama, pero cuando eso suceda habrá que leer los resultados con cuidado, porque muy pocos querrían más de lo mismo.
De modo que sería un error creer que no fue el Presidente quien perdió las elecciones pues, además, eso supondría que las políticas en curso pueden seguir intactas. No faltará quien afirme —como ya lo está haciendo el propio Felipe Calderón— que la gente votó por dejar las cosas como están, tesis que también coincide con la de López Obrador, para quien el PRI y el PAN son cosa idéntica. Pero no es verdad. Falta mucho para que se despeje el panorama, pero cuando eso suceda habrá que leer los resultados con cuidado, porque muy pocos querrían más de lo mismo.
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