ENRIQUE DE LA MADRID CORDERO / EL UNIVERSAL
Los datos recientes nos hablan hoy de un reacomodo en las fuerzas económicas del mundo. Los países desarrollados llevan muchos años buscando su estabilidad y reactivación económicas, mientras que los emergentes explican la mayor parte del crecimiento mundial. Según el Fondo Monetario Internacional, el crecimiento promedio de los mercados emergentes en 2011 fue de 6.7%, mientras que las economías desarrolladas sólo crecieron en 2% en promedio durante ese año.
El papel de México es especial en este contexto: tasas de crecimiento por debajo de su potencial, pero con una situación de estabilidad macroeconómica reconocida, resultado de las medidas iniciadas desde hace 30 años.
Nuestro país tiene una inflación controlada y por debajo de 5%, a la vez que la deuda pública al cierre de 2011 equivalió a 42.7% del PIB, mientras que en Estados Unidos, por ejemplo, este porcentaje asciende a 100%.
Adicionalmente, tenemos un nivel histórico de reservas internacionales cercanas a los 155 mil millones de dólares y un tipo de cambio flexible. Ambas variables permiten soportar los embates de las crisis globales y hacen de México un país de bajo riesgo.
Nuestro país ha seguido desde hace años una política de apertura comercial y hoy tiene 12 tratados comerciales que le dan acceso privilegiado a 44 países, con un mercado de mil 200 millones de personas. En total, México exporta 350 mil millones de dólares y casi 80% de las exportaciones totales tienen que ver con la industria manufacturera.
Además, en el país se han emprendido mejoras muy relevantes para el bienestar de su gente y que han implicado una mayor expectativa de vida, una menor tasa de mortalidad infantil y un mejor sistema educativo.
Si bien es cierto que México ha tenido grandes logros en materia económica, existen aún rezagos inaceptables que deben enfrentarse.
En el país hay 52 millones de pobres, según la medición de pobreza multidimensional que hace Coneval. Además, existe una grave situación de desigualdad donde el 10% más rico tiene ingresos 26 veces más altos que el 10% más pobre.
Adicionalmente, 21% de los mexicanos entre los 15 y 29 años están fuera de las esferas educativas y laborales.
No obstante los retos descritos, la estabilidad macroeconómica, una mano de obra productiva, una envidiable posición geográfica y un mejor clima de negocios que el resto de Latinoamérica ponen a México en la antesala de una etapa de crecimiento acelerado.
Por tanto, no existe ninguna razón para que México no se fije como meta ser un país desarrollado en sólo una generación. La clave está en la competitividad.
Para ello se requiere de un conjunto de instituciones, políticas públicas y factores de producción (mano de obra, servicios, infraestructura e insumos) que logren que los productos y servicios de los mexicanos sean de tal calidad y precio que estén en condiciones de conquistar nuevos mercados, incrementar su presencia en donde ya son relevantes y defender su posición en el mercado interno.
Es así que la forma de generar empleos dignos y bien remunerados en una economía globalizada es a través de la producción, venta y exportación de bienes y servicios de calidad a precios competitivos.
Por ello, es urgente que el próximo gobierno proponga, logre consensuar y ejecute una agenda de competitividad, orientada a explotar nuestras ventajas comparativas, a reconocer en qué somos buenos y hacer ahí las apuestas presupuestales y de política económica.
El papel de México es especial en este contexto: tasas de crecimiento por debajo de su potencial, pero con una situación de estabilidad macroeconómica reconocida, resultado de las medidas iniciadas desde hace 30 años.
Nuestro país tiene una inflación controlada y por debajo de 5%, a la vez que la deuda pública al cierre de 2011 equivalió a 42.7% del PIB, mientras que en Estados Unidos, por ejemplo, este porcentaje asciende a 100%.
Adicionalmente, tenemos un nivel histórico de reservas internacionales cercanas a los 155 mil millones de dólares y un tipo de cambio flexible. Ambas variables permiten soportar los embates de las crisis globales y hacen de México un país de bajo riesgo.
Nuestro país ha seguido desde hace años una política de apertura comercial y hoy tiene 12 tratados comerciales que le dan acceso privilegiado a 44 países, con un mercado de mil 200 millones de personas. En total, México exporta 350 mil millones de dólares y casi 80% de las exportaciones totales tienen que ver con la industria manufacturera.
Además, en el país se han emprendido mejoras muy relevantes para el bienestar de su gente y que han implicado una mayor expectativa de vida, una menor tasa de mortalidad infantil y un mejor sistema educativo.
Si bien es cierto que México ha tenido grandes logros en materia económica, existen aún rezagos inaceptables que deben enfrentarse.
En el país hay 52 millones de pobres, según la medición de pobreza multidimensional que hace Coneval. Además, existe una grave situación de desigualdad donde el 10% más rico tiene ingresos 26 veces más altos que el 10% más pobre.
Adicionalmente, 21% de los mexicanos entre los 15 y 29 años están fuera de las esferas educativas y laborales.
No obstante los retos descritos, la estabilidad macroeconómica, una mano de obra productiva, una envidiable posición geográfica y un mejor clima de negocios que el resto de Latinoamérica ponen a México en la antesala de una etapa de crecimiento acelerado.
Por tanto, no existe ninguna razón para que México no se fije como meta ser un país desarrollado en sólo una generación. La clave está en la competitividad.
Para ello se requiere de un conjunto de instituciones, políticas públicas y factores de producción (mano de obra, servicios, infraestructura e insumos) que logren que los productos y servicios de los mexicanos sean de tal calidad y precio que estén en condiciones de conquistar nuevos mercados, incrementar su presencia en donde ya son relevantes y defender su posición en el mercado interno.
Es así que la forma de generar empleos dignos y bien remunerados en una economía globalizada es a través de la producción, venta y exportación de bienes y servicios de calidad a precios competitivos.
Por ello, es urgente que el próximo gobierno proponga, logre consensuar y ejecute una agenda de competitividad, orientada a explotar nuestras ventajas comparativas, a reconocer en qué somos buenos y hacer ahí las apuestas presupuestales y de política económica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario