Urge la creación de un
Superministerio de Hacienda Europeo y la emisión de los Eurobonos
Fragmentar la eurozona sería una catástrofe monumental
Gabriel Tortella / El País
Los más sesudos comentaristas nos dicen que estamos
en un callejón sin salida. El euro es como un lecho de Procusto (aquel bandido
que cortaba los pies a los que eran demasiado altos y descoyuntaba a los que
eran demasiado bajos): impone una única política monetaria a países que se
encuentran en muy dispares condiciones económicas.
De ahí esa renacida nostalgia por las anteriores
monedas nacionales: marco, lira, peseta, franco, etc. Pero fragmentar la zona
euro sería una catástrofe monumental, que agravaría la ya muy grave situación
en que nos encontramos: la inflación aumentaría, el comercio internacional se
contraería, la fuga de capitales se multiplicaría, el paro crecería, el nivel
de vida se hundiría, y el caos económico se tornaría indescriptible.
A ello habría que añadir el daño moral irreparable
de que medio siglo de construcción e integración europea se derrumbara de
golpe, sabiéndose que no habría vuelta atrás en el horizonte de una generación,
por lo menos. Europa, de cuya escasa relevancia en la arena mundial nos
lamentamos actualmente, se convertiría en un agujero negro o, cuando menos, en
una enana marrón, en el firmamento internacional. De modo que las alternativas
parecen ser: o un presente malo, o un futuro peor. El euro es el mal menor.
¿No hay salida de este callejón? La hay. Pero para
encontrarla primero tenemos que saber cómo nos hemos metido en él; aprender a
desandar lo andado. Insistir en que la culpa la tienen los banqueros es
satisfactorio psicológicamente, porque muchos disfrutan sueldos astronómicos, y
algunos han cometido irregularidades, incluso delitos; pero no ataca la raíz
del problema.
Caiga el peso de la ley sobre los banqueros
culpables; pero la responsabilidad última es de los políticos, que han
construido el marco en que los agentes económicos, los banqueros entre ellos,
operaban.
Pensemos en dos casos, uno próximo, otro lejano: en
España —se ha dicho repetidamente— no son los bancos propiamente los que han
fallado, sino las cajas, donde el público modesto depositaba sus ahorros y
cuyos consejos de administración, repletos de políticos y amiguetes, desde ex
rectores a sindicalistas, ignorantes en temas financieros, hasta profesoras de
baile, derrochaban a manos llenas. Y si nos remontamos en el tiempo, veremos
que otros sonados fiascos bancarios como los de Banesto y Banca Catalana
ocurrieron en entidades presididas por gentes de claras ambiciones políticas
que condicionaban su gestión.
Los banqueros no son demonios ni santos: se rigen,
simplemente, por el afán de lucro, como la mayoría de los mortales. Y deben
estar sujetos a la ley, ni más ni menos que los demás mortales. Pero un
banquero que raya en la santidad es Muhammad Yunus, el bengalí inventor de los
microcréditos, que tanto bien han hecho en su país a los emprendedores, y sobre
todo emprendedoras, humildes. Pues bien, a Yunus (Nobel de la Paz en 2006) su
gobierno le ha destituido de la presidencia del banco por rivalidad política,
con pretextos falsos y calumniosos. Como el banco fue un éxito, los políticos
se lo han apropiado.
Volvamos a Europa. En el callejón sin salida
entramos por querer construir la casa por el tejado, por no afrontar los
problemas de cara y dejar lo difícil para luego. Crear un Banco Central Europeo
y lanzar la moneda única era algo relativamente fácil, sobre todo imponiendo
unos criterios de convergencia sencillos y haciendo la vista gorda cuando no se
cumplían. La parte realmente difícil, pero indispensable, que era la
coordinación de la política presupuestaria, creando un organismo supervisor con
verdaderos poderes de fiscalización, un Ministerio de Hacienda Europeo, se
aplazó ad calendas graecas. Construimos el tejado y dejamos los
cimientos para mejor ocasión.
Naturalmente, los países menos ricos, en su afán
por alcanzar la renta media europea, aprovechando además un periodo de bonanza
y bajos tipos de interés, se endeudaron sin tasa, unos por cuenta del Estado,
otros por la de los particulares. Ningún ente supranacional les llamó la
atención hasta que fue muy tarde. Ahora nadie sabe cómo podrán devolver lo que
deben y no encuentran quién les preste a precios razonables: de ahí la temida
prima de riesgo y el callejón sin salida.
¿Hay solución? Sólo una: crear ese Super
Ministerio, que imponga deberes tanto a manirrotos como a ricos. Los manirrotos
deben hacer reformas profundas que convenzan a los mercados y a los ricos de
que su dependencia de los préstamos extranjeros se va a reducir pronta y
drásticamente. Y los ricos deben hacer pública su fe en estas reformas
extendiendo créditos con arreglo a un calendario decreciente a medida que los
déficits de los deudores se vayan reduciendo. Y, con la supervisión del Super
Ministerio, deben emitirse los famosos Eurobonos basados en la confianza que
inspire la Europa del nuevo pacto fiscal.
Solo así salvaremos a nuestro huérfano soldado
Euro. Sólo así habremos adelantado camino después de un gran tropezón.
Gabriel
Tortella,
profesor emérito de la Universidad de Alcalá, es autor, con Clara Eugenia
Núñez, del libro Para comprender la crisis, entre otros.
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