martes, 17 de julio de 2012

ACEPTACIÓN O RESISTENCIA

Alberto Aziz Nassif / El Universal
Como un dilema se podría entender la actitud del candidato que quedó en segundo lugar en la elección presidencial, Andrés Manuel López Obrador (AMLO). Sobre esta decisión se ha construido la fase posterior a los comicios del pasado 1 de julio. Mientras la vida política sigue —ya se entregaron las constancias de mayoría en los estados a los que ganaron. El Congreso tiene ya una conformación, Enrique Peña Nieto ya nombró a su equipo para la transición y hace viajes y planes con la certeza de que el 1 de diciembre tomará posesión como presidente— la elección ha sido impugnada y el expediente que se presentó al Tribunal Electoral pide que se invalide el proceso.
¿Es una posibilidad real la anulación? En la parte meramente jurídica se hace muy complicado probar la compra y coacción del voto. Sobre todo porque la última reforma electoral desechó la famosa causal abstracta de nulidad, figura con la que se anularon elecciones estatales como las de Tabasco y Colima y varias a nivel municipal. En 2006 no procedió la anulación. En la parte política se calcula que si en 2006 la diferencia entre primero y segundo lugar fue 0.56% y no se anuló a pesar de todo el conflicto, la elección de 2012, que tiene una diferencia de 6.6% con menos polarización, sería improbable anularla.
Resulta curioso observar las percepciones sobre el actual proceso poselectoral. De entrada, circula el recuerdo de 2006 y es como un trauma que queda en la memoria de muchos, tanto de los que perdieron como de los que la ganaron oficialmente. La distancia entre legalidad y legitimidad, la polarización entre izquierda y derecha, las percepciones sobre inclusión y exclusión, fueron dilemas que quedaron como consecuencia de aquel conflicto electoral. Hoy existe el temor de que terminemos en un escenario muy problemático, ya se anunció un plan para la defensa de la democracia y hay un movimiento social que ve el triunfo del PRI como una imposición.
Si es cierto que una parte importante de la legitimidad del proceso la tiene en sus manos el que perdió la elección, entonces es relevante la decisión que asuma este actor. Se ha dado un intenso debate sobre la compra y la coacción del voto, prácticamente como el tema más importante de la etapa poselectoral, y se ha dado un seguimiento a las decisiones de la coalición progresista. Poco a poco se ha establecido una distancia, incluso un poco esquizofrénica, entre los resultados de la organización electoral, la jornada y el cómputo, que fueron exitosos y el conflicto relacionado con la compra del voto y la inequidad mediática de origen. El IFE sabe hacer elecciones y esta vez lo hizo otra vez. Sin duda ayudaron las nuevas reglas de 2007-2008 y algunos desempeños, por ejemplo ahora no hubo problema para abrir y recontar casi 80 mil paquetes electorales y no se halló nada significativo, porque los datos preliminares, encuestas de salida y cómputos fueron casi los mismos. Ahí no está el problema, ni las sospechas, porque es imposible saber cuál voto fue comprado, coaccionado y cuál fue libre, como lo dijo el gobernador electo de Tabasco, Arturo Núñez. Muchas de las reformas que ahora funcionaron fueron una respuesta al conflicto del 2006 y al movimiento que encabezó AMLO.
Una tesis que circula con mucha insistencia es que ahora la izquierda no se puede dar el lujo de desaprovechar su fuerza electoral y radicalizarse en un movimiento porque le complicaría el futuro y la posibilidad de ser un contrapeso en el Congreso y en la construcción de la agenda y las reformas que vendrán. En este momento hay indicios de que el PRI y el PAN buscarán una alianza, sobre todo en los temas económicos y energéticos.
Ya se han empezado a medir los efectos de la impugnación, y mientras buena parte de la opinión pública y la clase política dicen que AMLO está en su derecho, siempre que lo haga dentro de los canales legales e institucionales, hay signos de que la opinión ciudadana (en una encuesta telefónica reciente, con todo la reserva que ahora pueden tener este tipo de ejercicios) indica que la mayoría, 55%, considera que las elecciones fueron limpias y sólo cuatro de cada 10 las califica como algo o muy sucias. Un 52% está en desacuerdo con el cuestionamiento de resultados, mientras 42% está a favor, pero 76% indica que AMLO debe aceptar las cifras y un 65% dice que no se justifica hacer marchas y protestas contra los resultados (Reforma, 12/VII/2012).
¿Qué pasará una vez que el Tribunal Electoral califique la elección y declare presidente electo, que será la última e inapelable decisión sobre este proceso? Ahí vendrá de nuevo el dilema para AMLO y su movimiento, aceptar o resistir…

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