viernes, 27 de julio de 2012

EUROPA ¿SIN UN PROYECTO COMÚN?

Francisco Uría / elEconomista.es
Europa constituye un proyecto político y económico que ofrece a todos y cada uno de los Estados que forman parte de la Unión una alternativa ventajosa a su proyecto individual como país.
A medio y largo plazo, ningún país de la Unión Europea puede tener la esperanza de ser individualmente relevante y competitivo frente a los colosos que ya existen (Estados Unidos, Rusia, China, India, Brasil?) y los que están surgiendo o van a surgir en Asia, Iberoamérica o incluso África, ya se atienda a su población, extensión geográfica, producto interior bruto o tamaño de sus empresas industriales o financieras.
Además, si hiciéramos el ejercicio de consolidar la situación de los países europeos en términos de déficit público, endeudamiento de las Administraciones Públicas, balanza de pagos, etc.? los fundamentos de esa economía europea serían francamente competitivos con los de esos otros grandes estados mundiales.
Sin un proyecto común
Sin embargo, nunca como ahora, Europa ha dado la sensación de carecer de proyecto común. Cumbre tras cumbre, se evidencia su incapacidad de tomar decisiones a largo plazo y de frenar ataques que, en última instancia, no tienen otro objeto que debilitar nuestro proyecto europeo y su máxima expresión, el euro como moneda común.
España es, en buena parte, culpable de sus problemas. Hemos cometido claros errores en los últimos años, como también los han cometido Grecia, Portugal, Irlanda, Italia y, seguramente, muchos países más. Debemos, en consecuencia, afrontar medidas dolorosas de reforma y ajuste que nos permitan corregir esos errores en el más breve plazo posible. Esas medidas nos permitirán ser un país mejor en el futuro y no repetir una crisis tan destructiva como la actual.
En ese contexto, y aunque la crítica retrospectiva resulta siempre tan fácil como injusta, habremos de reconocer también que las políticas monetarias expansivas desarrolladas en años anteriores por los bancos centrales y, en nuestro caso, por el Banco Central Europeo (BCE), no fueron las que habríamos necesitado para contener nuestros excesos del pasado.
Es momento de resolver problemas
Pero no es el momento de buscar culpables, sino el de resolver los problemas que tenemos y evitar males mayores.
España necesita tiempo para que las reformas emprendidas puedan producir su efecto positivo y, de no ser suficientes, adoptar medidas adicionales. La población española necesita ver que esas medidas surten efecto para justificar los sacrificios sufridos. La desmoralización del país sería tan nociva como el peor dato económico que pueda publicarse.
Lamentablemente, no disponemos de los recursos necesarios para proporcionarnos ese margen temporal por nuestros propios medios y precisamos de alguna forma de ayuda exterior. Las medidas que nuestro Gobierno pueda adoptar, aunque pudieran constituir pasos en la buena dirección, no parecen ya capaces de corregir, por sí mismas, el curso de los acontecimientos y desde el viernes pasado estamos sometidos a una enorme presión de los mercados.
Siendo consciente de las dificultades que ello plantea a la vista de su marco jurídico, el BCE, a través de un programa decidido de compra de deuda pública española e italiana, podría ser el remedio más sencillo, eficaz y rápido. También la compra de deuda por parte del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF, por sus siglas inglesas) podría ser una posibilidad.
Estas opciones no equivalen al rescate total de España. Aunque haya quien pueda pensar que el rescate global no cambiaría nada respecto de la situación actual, lo cierto es que implicaría ajustes y recortes muy superiores a los que estamos viviendo. Tampoco parece el remedio adecuado para un país que sigue siendo capaz de contribuir positivamente a su propia salvación y que cuenta con empresas internacionales, competitivas y diversificadas, que pueden fundamentar su futura prosperidad. Además, el coste sería desproporcionado frente a las opciones alternativas que podrían utilizarse.
En suma, la compra de deuda española por parte del BCE o del EFSF constituiría, sin duda, la mejor alternativa para España y para el conjunto de la Unión Europea. En un contexto en el que los mercados simplemente no funcionan, las instituciones europeas y, singularmente, el BCE no pueden ser ajenas a la estabilidad financiera de España.
Por último, una actuación de este tipo haría justicia con un país que hace cuanto puede para superar la situación actual y cumplir con sus compromisos internacionales.
Francisco Uría, socio responsable del Sector Financiero de KPMG en España.

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