Francisco Uría / elEconomista.es
Europa
constituye un proyecto político y económico que ofrece a todos y cada uno de
los Estados que forman parte de la Unión una alternativa ventajosa a su
proyecto individual como país.
A medio y
largo plazo, ningún país de la Unión Europea puede tener la esperanza de ser
individualmente relevante y competitivo frente a los colosos que ya existen
(Estados Unidos, Rusia, China, India, Brasil?) y los que están surgiendo o van
a surgir en Asia, Iberoamérica o incluso África, ya se atienda a su población,
extensión geográfica, producto interior bruto o tamaño de sus empresas
industriales o financieras.
Además,
si hiciéramos el ejercicio de consolidar la situación de los países europeos en
términos de déficit público, endeudamiento de las Administraciones Públicas,
balanza de pagos, etc.? los fundamentos de esa economía europea serían
francamente competitivos con los de esos otros grandes estados mundiales.
Sin un proyecto común
Sin
embargo, nunca como ahora, Europa ha dado la sensación de carecer de proyecto
común. Cumbre tras cumbre, se evidencia su incapacidad de tomar decisiones a
largo plazo y de frenar ataques que, en última instancia, no tienen otro objeto
que debilitar nuestro proyecto europeo y su máxima expresión, el euro como
moneda común.
España
es, en buena parte, culpable de sus problemas. Hemos cometido claros errores en
los últimos años, como también los han cometido Grecia, Portugal, Irlanda,
Italia y, seguramente, muchos países más. Debemos, en consecuencia, afrontar
medidas dolorosas de reforma y ajuste que nos permitan corregir esos errores en
el más breve plazo posible. Esas medidas nos permitirán ser un país mejor en el
futuro y no repetir una crisis tan destructiva como la actual.
En ese
contexto, y aunque la crítica retrospectiva resulta siempre tan fácil como
injusta, habremos de reconocer también que las políticas monetarias expansivas
desarrolladas en años anteriores por los bancos centrales y, en nuestro caso,
por el Banco Central Europeo (BCE), no fueron las que habríamos necesitado para
contener nuestros excesos del pasado.
Es momento de resolver problemas
Pero no
es el momento de buscar culpables, sino el de resolver los problemas que
tenemos y evitar males mayores.
España
necesita tiempo para que las reformas emprendidas puedan producir su efecto
positivo y, de no ser suficientes, adoptar medidas adicionales. La población
española necesita ver que esas medidas surten efecto para justificar los
sacrificios sufridos. La desmoralización del país sería tan nociva como el
peor dato económico que pueda publicarse.
Lamentablemente,
no disponemos de los recursos necesarios para proporcionarnos ese margen
temporal por nuestros propios medios y precisamos de alguna forma de ayuda
exterior. Las medidas que nuestro Gobierno pueda adoptar, aunque pudieran
constituir pasos en la buena dirección, no parecen ya capaces de corregir, por
sí mismas, el curso de los acontecimientos y desde el viernes pasado estamos
sometidos a una enorme presión de los mercados.
Siendo
consciente de las dificultades que ello plantea a la vista de su marco
jurídico, el BCE, a través de un programa decidido de compra de deuda pública
española e italiana, podría ser el remedio más sencillo, eficaz y rápido. También
la compra de deuda por parte del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF,
por sus siglas inglesas) podría ser una posibilidad.
Estas
opciones no equivalen al rescate total de España. Aunque haya quien pueda
pensar que el rescate global no cambiaría nada respecto de la situación actual,
lo cierto es que implicaría ajustes y recortes muy superiores a los que estamos
viviendo. Tampoco parece el remedio adecuado para un país que sigue siendo
capaz de contribuir positivamente a su propia salvación y que cuenta con
empresas internacionales, competitivas y diversificadas, que pueden fundamentar
su futura prosperidad. Además, el coste sería desproporcionado frente a las
opciones alternativas que podrían utilizarse.
En suma,
la compra de deuda española por parte del BCE o del EFSF constituiría, sin
duda, la mejor alternativa para España y para el conjunto de la Unión Europea. En un contexto en el que los
mercados simplemente no funcionan, las instituciones europeas y, singularmente,
el BCE no pueden ser ajenas a la estabilidad financiera de España.
Por
último, una actuación de este tipo haría justicia con un país que hace cuanto
puede para superar la situación actual y cumplir con sus compromisos
internacionales.
Francisco
Uría, socio responsable del Sector Financiero de KPMG en España.
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