Eduardo Serna / elEconomista.es
En su
cruce principal, contra el dólar estadounidense el euro acumula una
depreciación en lo que va de 2012 del 4,8 por ciento, con lo que cae por debajo
de los 1,24 dólares.
La
fortaleza del euro se erosiona al mismo tiempo que la crisis de deuda soberana se
enquista en el Viejo Continente, y eso que el pasado jueves el presidente del Banco
Central Europeo (BCE) le echó un capote a esta divisa afirmando que el área
monetaria era "irreversible" y que se haría lo suficiente para
preservarla. Pero lo cierto es que en estos momentos el principal pulso en el
mercado de divisas, que es el que mantiene la moneda única contra el billete
verde, se decanta actualmente en la situación más desfavorable para la
divisa europea desde junio de 2010, ya que actualmente un euro a duras
penas llega a comprar en el mercado 1,237 dólares tras acumular en el ejercicio
un descenso del 4,8 por ciento.
Sin
embargo, sí resulta más llamativo que la debilidad de la moneda única en 2012
se haya extendido a prácticamente todos sus cruces frente a las divisas
más negociadas. De hecho, contra el dólar canadiense, el australiano y el
neocelandés, su tipo cambio esta semana alcanzó mínimos históricos en los
1,228 dólares canadienses, en los 1,169 dólares australianos y en los 1,517
dólares neocelandeses. De hecho, contra el kiwi es donde el euro cede más
terreno en lo que va de 2012, con una depreciación del 8,9 por ciento, mientras
que su valor medido en las divisas canadiense y australianas ha caído un 6,4 y
un 7,3 por ciento durante el ejercicio.
Pero este
rosario de mínimos no termina aquí. Pese a no ser históricos, no por ello deja
de resultar significativo el nivel al que se encuentra el cruce del euro contra
el yen japonés, la corona sueca, la libra esterlina y la corona noruega,
frente a las que se deprecia un 2,8, un 5,1, un 6,2, y un 3,7 por ciento,
respectivamente. Estos descensos se traducen en que la moneda única se
encuentre en sus cambios más bajos con la moneda nipona desde el año 2000, como
al igual le ocurre contra la corona sueca. Actualmente un euro sólo compra 97
yenes y 8,50 coronas. Por su parte, frente a la divisa de su país vecino,
Noruega, el euro ha descendido hasta las 7,48 coronas, con lo que en este par
el euro vuelve a pisar un terreno que no veía desde el año 2003. No tan
drástica ha sido su caída frente a la divisa británica contra la que todavía
sostiene, aunque a duras penas, su tipo de cambio en las 0,78 libras esterlinas.
Aun así, supone su nivel más bajo en los últimos cuatro años.
El extraño caso del yuan chino
Además de
contra los 10 cruces más negociados, la debilidad del euro se deja notar en
su cambio contra el yuan chino. De esta forma, contra la divisa de la
segunda mayor potencia económica se deprecia durante 2012 un 5,6 por ciento
hasta los 7,89 yuanes. Su nivel más bajo en una década. Este dato no les hace
mucha gracia a las autoridades del gigante asiático ya que una de las puntas de
lanza de esta economía es la fortaleza de su sector exportador y la Unión
Europea es uno de sus principales socios comerciales. Es más, con el fin de
mantener el buen tono de su superávit comercial Pekín está frenando al yuan
contra el billete verde; ahora se cruza a 6,38 dólares. De esta forma, se da la
circunstancia de que el yuan está al mismo tiempo en mínimos del año contra
el billete verde y en máximos de una década contra la moneda única.
Dos respuestas, ¿un sólo destino?
El próximo
jueves el BCE celebrará su reunión en la cual caben dos respuestas totalmente
distintas, pero que sobre el euro podrían tener el mismo efecto: redundar en
su depreciación. Ya que si la autoridad monetaria cumple con lo que ha
dejado entrever Draghi en sus últimas declaraciones, adoptará nuevos
estímulos monetarios, entre los que se podría dar una caída del tipo de
interés oficial. Esto incidiría en una caída de la rentabilidad de los
activos nominados en euros y, por tanto, desincentivaría la demanda de esta
divisa, lo que en última instancia tiraría a la baja su valor. La otra opción,
no adoptar medidas, supondría defraudar las expectativas y reanimar la
desconfianza existente sobre la supervivencia de la moneda única, lo que a su
vez también provocaría su depreciación.
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