sábado, 28 de julio de 2012

LA CRISIS DE NUNCA ACABAR

Joaquín López-Dóriga Ostolaza / El Financiero
Es claro que, a pesar de los estímulos monetarios, la actividad económica continúa dando señales de debilidad e inconsistencia.
Como comentábamos en la más reciente edición de Sin Fronteras, a casi cuatro años de su inicio, la crisis financiera global persiste.
Lo que comenzó como una crisis de endeudamiento del sector privado y el sector financiero, se ha transformado en una crisis de deuda soberana.
A pesar de todas las medidas tomadas por parte de las autoridades financieras, la crisis actual sigue siendo una de sobreendeudamiento.
Para poder entender las razones por las cuales persiste la actual crisis, es importante lograr una plena comprensión de las causas que la motivaron. Aunque el comienzo formal de la crisis se dio en el 2008, cuando reventó la burbuja del sector inmobiliario y financiero en EU, la economía global –y, sobre todo, la de los países desarrollados– estaba enferma desde mucho antes.
Aunque muchos apuntan los orígenes de la crisis al boom de crédito del 2002-07, hay quienes argumentan que los orígenes son anteriores. Para expertos como el premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, el boom de crédito ayudó a posponer la crisis, manteniendo el consumo en niveles artificialmente altos -en el periodo precrisis, 80% de los estadounidenses estaba gastando 110% de sus ingresos anualmente-. Para Stiglitz, el origen del problema no radica únicamente en el sector financiero y sus prácticas irresponsables.
Stiglitz opina que, durante la década de los 90, la apertura económica y la globalización permitieron un crecimiento inusitado en la productividad manufacturera, a tal grado que el crecimiento en la oferta de bienes manufacturados empezó a ser superior a la demanda.
Esto provocó una disminución en el empleo manufacturero, desplazando a un número muy importante de trabajadores al sector servicios.
Stiglitz compara esta situación con lo ocurrido a principios del siglo XX, cuando un aumento sin precedente en la productividad agrícola desplazó a millones de personas del sector rural a los centros urbanos de manufactura, coincidiendo con la Gran Depresión de 1929-1932.
Stiglitz considera que el fenómeno del desplazamiento de los empleos manufactureros al sector servicios –en el cual las remuneraciones suelen ser inferiores– ha tenido como consecuencia otro grave problema: una creciente desigualdad social. Para Stiglitz, el problema se ha exacerbado por la fuerte alza de los precios de los energéticos y otros commodities, que han creado una transferencia enorme de riqueza de los bolsillos de los consumidores en los países desarrollados a los países emergentes.
El problema es que esta transferencia de recursos tiene un efecto multiplicador negativo en el consumo global porque los países emergentes han ahorrado gran parte de estos flujos –las reservas internacionales a nivel global han alcanzado un nivel récord y representan poco más de la mitad del PIB de EU– como medida preventiva para evitar crisis como las que históricamente se vivían en el pasado. El problema es que las reservas internacionales son recursos relativamente ociosos –basta ver la cantidad de dinero invertida en bonos del Tesoro de EU, con la excepción de una pequeña parte que se invierte a través de fondos soberanos.
Para Stiglitz, las medidas de estímulo actuales son inadecuadas. Las inyecciones masivas de liquidez por parte de los principales bancos centrales del mundo buscan inflar el valor de los activos para mejorar el balance patrimonial de los consumidores, intentando apuntalar el consumo privado.
Stiglitz argumenta que los gobiernos de EU y Europa deben hacer un ajuste radical en sus programas de estímulo, jugando un papel mucho más activo en el financiamiento de los servicios básicos de la población, como la educación y la salud, y dejando en un plano secundario la inversión en infraestructura y otros subsidios que tienen un retorno más limitado.
La receta de Stiglitz también incluye redirigir parte del gasto gubernamental a proyectos de conservación de energía y una reforma integral al sistema financiero global que otorgue mayores incentivos a los países emergentes para dar un uso más eficiente a sus reservas internacionales.
Mientras tanto, es claro que, a pesar de la gran magnitud de estímulos monetarios, la actividad económica continúa dando señales de debilidad e inconsistencia.

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