martes, 24 de julio de 2012

¿ESTÁ LA DESIGUALDAD FRENANDO EL CRECIMIENTO?

Raghuram Rajan / elEconomista.es
Para entender cómo conseguir una recuperación sostenida de la gran recesión, debemos entender sus causas. E identificar las causas significa empezar con los síntomas. Dos hechos sobresalen. Primero, la demanda global de bienes y servicios es mucho más débil, tanto en Europa como en Estados Unidos, de lo que fue en los años de beneficio rápido de antes de la recesión. En segundo lugar, en los últimos años la mayoría de las ganancias económicas en Estados Unidos han recaído en los ricos, mientras que la clase media se ha quedado atrás en términos relativos. En Europa, la preocupación por la desigualdad de rentas interna, pese a ser más débil, se ve agravada por la angustia por la desigualdad entre países, a medida que Alemania crece a pasos agigantados, mientras que la periferia del sur se estanca.
Explicaciones persuasivas de la crisis apuntan a vínculos entre la tibia demanda actual y la creciente desigualdad de rentas. Los economistas progresistas argumentan que la debilidad de los sindicatos en Estados Unidos, junto con políticas fiscales que favorecen a los ricos, ralentizaron el crecimiento de las rentas de las clases medias, mientras se recortaban los programas tradicionales de transferencias. Con las rentas estancadas, los hogares se vieron incitados a pedir créditos, especialmente hipotecarios, para mantener el consumo.
El incremento del precio de la vivienda creó en la gente la ilusión de que sus préstamos estaban respaldados por una riqueza cada vez mayor. Pero, ahora que los precios de las casas se han hundido y el crédito no está disponible para hogares cuya vivienda vale menos que su hipoteca, la demanda ha caído en picado. La clave de la recuperación, por tanto, es poner impuestos a los ricos, incrementar las transferencias, y recuperar las rentas del trabajo impulsando el poder de negociación de los sindicatos y elevando el salario mínimo.
Este énfasis en las políticas prorricos y antitrabajadores como causa primaria de la recesión encaja peor con los acontecimientos en Europa. Países como Alemania, que reformaron su legislación laboral para crear mayor flexibilidad para los empleados y no subieron los salarios rápidamente, parecen estar en mejor forma económicamente hablando que otros como Francia y España, donde la mano de obra estaba más protegida.
Así que consideremos una explicación alternativa. Ya en los primeros años 70 del siglo XX, las economías avanzadas encontraban cada vez más difícil el crecimiento. Países como Estados Unidos y Reino Unido acabaron reaccionando desregulando sus economías.
Una mayor competitividad y la adopción de nuevas tecnologías aumentaron la demanda, y los ingresos, de trabajadores altamente cualificados, talentosos y formados que hacían trabajos no rutinarios como consultoría. Trabajos más rutinarios, en su momento bien pagados, hechos por gente poco cualificada o con educación secundaria o primaria se automatizaron o externalizaron. Así que apareció una desigualdad de rentas, en principio no por políticas favorables para los ricos, sino porque la economía liberalizada favoreció a aquéllos preparados para sacar provecho de ello.
La miope respuesta política a las angustias de los que se quedaron atrás fue facilitar su acceso al crédito. Al tener muy poca restricción regulatoria, los bancos se pasaron con la dosis de préstamos de riesgo. Por tanto, aunque difieren en las causas raíz de la desigualdad (al menos en Estados Unidos), el relato progresista y el alternativo coinciden en sus consecuencias.
El relato alternativo tiene más que decir. La Europa continental no desreguló tanto, y prefirió buscar el crecimiento en una mayor integración económica. Pero el precio de proteger a los trabajadores y las empresas fue un crecimiento más lento y más desempleo. Y, aunque la desigualdad no aumentó tanto como en Estados Unidos, las perspectivas de empleo eran terribles para los jóvenes desempleados, que se quedaron fuera del sistema de protección.
El advenimiento del euro fue una ayuda aparente, porque redujo los costes del crédito y permitió a los países crear empleo por medio de gasto financiado con deuda. La crisis acabó con ese gasto, ya fuera de Gobiernos nacionales (Grecia), Gobiernos locales (España), el sector de la construcción (Irlanda y España), o el sector financiero (Irlanda). Desafortunadamente, el gasto del pasado elevó los salarios, sin una subida proporcional de la productividad, dejando a los grandes derrochadores endeudados y sin competitividad.
La importante excepción a este patrón es Alemania, que estaba acostumbrada a bajos costes de crédito incluso antes de entrar en la Eurozona. Alemania tuvo que enfrentarse a un desempleo históricamente alto, provocado por la reunificación con una enferma Alemania del este. En los años iniciales del euro, Alemania no tuvo otra opción que reducir las protecciones de los trabajadores, limitar las subidas de los salarios, y reducir las pensiones a medida que intentaba aumentar el empleo. Los costes laborales de Alemania cayeron relativamente respecto al resto de la Eurozona, y sus exportaciones y su crecimiento del PIB se dispararon.
El punto de vista alternativo sugiere diferentes remedios. Estados Unidos debería centrarse en ayudar a adaptar la educación y las habilidades de la gente que se queda atrás para los empleos disponibles. Esto no será fácil ni rápido, pero es mejor que tener niveles corrosivamente altos de desigualdad de oportunidades, así como a un gran segmento de la población dependiente de las transferencias fiscales. Pero en lugar de pagar por cualquier gasto necesario elevando los tipos fiscales de los astronómicamente ricos, lo cual afectaría a los emprendedores, hace falta una reforma fiscal generalizada y mejor pensada.
Para las partes no competitivas de la Eurozona, las reformas estructurales no pueden posponerse. Pero, dados los grandes ajustes necesarios, no es políticamente factible hacerlo todo, incluyendo el doloroso ajuste fiscal, inmediatamente. Una menor austeridad, aunque no es una estrategia de crecimiento sostenible, puede suavizar el dolor del ajuste. Ése, en resumidas cuentas, es el dilema fundamental de la Eurozona: la periferia necesita financiación a medida que se hace el ajuste, mientras que Alemania, pensando en la situación posteuro, dice que no puede confiar en que los países se reformen después de conseguir el dinero.
Los alemanes han estado insistiendo en un cambio institucional -un control más centralizado de la Eurozona sobre los bancos, y los presupuestos públicos periféricos a cambio de un acceso más amplio a la financiación por parte de la periferia-. Pero el cambio institucional, a pesar de la euforia con que se recibió la última cumbre de la Unión Europea, necesitará tiempo, dado que requiere una estructuración cuidadosa y un apoyo de la opinión pública más general.
Europa puede mejorar con medidas que hagan de parche. Si la confianza en Italia o España se deteriora de nuevo, la Eurozona puede tener que volver a recurrir al puente tradicional entre credibilidad débil y financiación a bajo coste: un programa de reformas temporal supervisado al estilo de los del Fondo Monetario Internacional.
Esos programas no deben dispensar de la necesidad de resolución gubernamental, como demuestran las penalidades de Grecia. Y los Gobiernos odian la pérdida de soberanía y de prestigio que implica. Pero Gobiernos con determinación, como los de Brasil e India, han negociado programas en el pasado que les colocaron en el camino del crecimiento sostenido.
A medida que empiece a crecer una reformada Europa, partes de ella pueden experimentar una desigualdad como la de Estados Unidos. Pero el crecimiento puede proporcionar los recursos para enfrentarse a ella. Mucho peor para Europa sería evitar una reforma importante y decaer en un declive refinado e igualitario. Japón, no Estados Unidos, es el ejemplo que se debe evitar.
Raghuram Rajan, execonomista jefe del FMI. Profesor de Finanzas en la Booth School of Business de la Universidad de Chicago. Autor de 'Grietas del sistema: Por qué la economía mundial sigue amenazada'.

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