LUIS RUBIO / REFORMA
Parecía estar viendo el pasado y el
futuro galopando sin cesar. Una visita reciente a India me hizo percatarme del
contraste tan dramático entre dos realidades sociales y políticas que yacen
detrás de resultados económicos contrastantes. India y México muestran que no
es sólo la política económica la que determina el crecimiento: quizá tan
importante sea el reconocimiento o rechazo social a la creación de riqueza.
México resolvió muchos temas
esenciales de infraestructura hace muchas décadas y, sin embargo, se atoró en
el camino. Los grandes programas carreteros y de electrificación comenzaron en
los treinta del siglo pasado. En India son asunto de los últimos tres o cuatro
lustros. Mientras que es raro el pueblo que en México no cuenta con
electricidad y hasta servicio telefónico, en India hasta hace tan sólo dos
décadas esa era la norma. Independientemente de la forma en que uno quiera
evaluar el éxito de los programas de desarrollo, no me cabe duda alguna de que
en el siglo pasado hubo un intento claro por llevar la infraestructura hasta el
último rincón.
En India la extrema pobreza que
caracteriza a esa sociedad (que hace sólo unos años tenía un ingreso per cápita
de menos del 10% del nuestro) fue producto de una fallida estrategia inspirada
en el socialismo soviético. Tan pronto comenzó a liberarse de esas ataduras
ideológicas al inicio de los noventa, su economía comenzó a crecer de manera
sostenida y acelerada. En sólo veinte años, India logró cuadruplicar su
producto per cápita.
Hoy India enfrenta el tipo de dilemas
que han plagado nuestro proceso de desarrollo en los últimos años, pero se
encuentra en mucho mejores condiciones para lidiar con ellos. Aunque en todas
las naciones es difícil atacar problemas esenciales como el de la pobreza, esto
es infinitamente más fácil en el contexto de una economía que se expande, pues
ese sólo hecho lo favorece. Pero quizá la gran diferencia entre India y México
no resida en la economía misma, sino en la actitud de su gente: aun en medio de
una apabullante y lacerante pobreza, su actitud es de "cómo sí" y no
de "por qué no se puede".
Para una población que nunca antes
conoció de oportunidades económicas, la prioridad es generar ingresos y un
entorno de acelerado crecimiento produce una tras otra. Aunque no existen
programas gubernamentales dedicados a atender problemas de pobreza y de
informalidad, la población actúa; su incentivo es romper el círculo vicioso en
que vive y sus respuestas no nos son ajenas: quien puede manda a sus hijos a la
mejor escuela, no a la que le toca; lo importante es generar actividad, por lo
que le buscan hasta que encuentran, actitud que ha procreado millones de
pequeñas empresas en todos los ámbitos. Algunas crecen, otras desaparecen, pero
la vida mejora, familia por familia.
Un profesor universitario mencionaba
que el lenguaje más popular no es el inglés, sino "Windows", pues esa
es la forma en que muchos ven su boleto de salida hacia el futuro. Para quienes
han tenido acceso a las escuelas técnicas que proliferan por todo el país, un
título de ingeniero les cambia la vida en un santiamén. India muestra cómo un
marco regulatorio que propicia la actividad empresarial (por diseño o por
default) puede resultar imbatible. En esto China e India son contrastantes pues
han seguido modelos de desarrollo que emanan de sus muy distintas
características tanto sociales como políticas.
Para un agudo observador de ese país,
las comparaciones entre India y China son lógicas pero poco útiles: "se
trata de dos naciones que comparten una región del mundo, pero circunstancias y
características radicalmente opuestas". Lo único que parecen tener en
común es que, luego de un largo periodo de anquilosamiento, súbitamente
despertaron, convirtiéndose en imponentes motores de crecimiento económico. En
China todo es orden, en India desorden; ambas crecen con celeridad, pero sus
fuentes de crecimiento son muy distintas: en China hay mucha inversión
extranjera y grandes empresas locales, esencialmente gubernamentales; en India
hay una enorme y pujante clase empresarial y un gobierno que, en las últimas
décadas, se ha retraído y favorecido el desarrollo de empresarios a todos
niveles. El desorden en India refleja un complejísimo sistema democrático que
contrasta con el orden que emana de un gobierno autoritario en China.
Volviendo a México, me parece que la
principal lección que arroja el devenir hindú de las últimas décadas es que la
clave no reside en un marco regulatorio perfecto, con todas las reformas que
serían deseables o con un gobierno hiper competente, aunque todo esto mejora el
potencial de éxito, sino que lo crítico es un entorno que haga posible el
crecimiento. Lo que parece animar el éxito de India tiene más que ver con el
entorno de libertades, un contencioso sistema político que genera rendición de
cuentas y, sobre todo, una apreciación social al auge económico y al
enriquecimiento de las personas. Cuando una persona identifica éxito con
enriquecimiento, su incentivo para invertir, asumir riesgos y ver el futuro con
optimismo acaba siendo incontenible.
En México perdimos el camino al
inicio de los setenta del siglo pasado (¡hace cincuenta años!) y, por más que
ha habido avances significativos, nuestras disputas no son sobre cómo
gobernarnos mejor o cómo promover el crecimiento, sino cómo llegar al poder
para quedarse ahí. Comparado con India, tenemos todo para ser exitosos y lo
tuvimos muchas décadas antes de que ellos siquiera lo imaginaran. Esto hace
pensar que la gran diferencia entre los años económicamente exitosos del siglo
XX (40-70) y la actualidad tiene menos que ver con la estrategia económica
específica que con la legitimidad que le otorga la sociedad a quienes son
responsables de generar la riqueza.
Naciones que en estos años se han
vuelto emblemáticas por su crecimiento siguen estrategias de desarrollo tan
disímbolas que es imposible atribuir el éxito a un solo factor: la forma de
gastar o invertir, la existencia (o ausencia) de una estrategia contra la
pobreza o la naturaleza exacta de la participación del sector privado en el
proceso. Todas estas cosas obviamente hacen diferencia. Pero China, India,
Sudáfrica, Indonesia, Brasil y otras naciones que han crecido con celeridad no
comparten estrategia económica alguna: cada una de esas naciones sigue su
propia racionalidad. Cada una ha logrado tasas elevadas de crecimiento gracias
a un significativo cambio político.
Hace mucho Esopo decía que "los
hombres con frecuencia aplauden las imitaciones y abuchean lo que es
esencial". Parece que entendía nuestros dilemas mejor que nosotros.
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