domingo, 29 de julio de 2012

DINERO POR NADA

  • Hasta los mercados reconocen ahora que lo importante es el crecimiento y el empleo
  • Grecia y España sufren las consecuencias de haber renunciado a sus monedas por el euro
  • Ustedes también deberían ser keynesianos: la experiencia muestra que los recortes en una economía deprimida agravan la situación
Paul Krugman / El País
Durante años, personas supuestamente serias han lanzado advertencias alarmantes sobre las repercusiones de los elevados déficits presupuestarios (déficits que son en su mayoría consecuencia de nuestra prolongada crisis económica). En mayo de 2009, el profesor de Harvard Niall Ferguson declaraba que “la oleada de emisión de deuda” haría que los tipos de interés de EE UU se disparasen. En marzo de 2011, Erskine Bowles, copresidente de la desventurada comisión para el déficit del presidente Obama, advertía de que, a menos que se tomasen medidas urgentes contra el déficit, “los mercados nos devastarían”, probablemente en menos de dos años. Etcétera.
Bueno, supongo que a Bowles le quedan unos meses. Pero ha sucedido algo curioso en el camino hacia la pronosticada crisis fiscal: en lugar de dispararse, los costes del préstamo en EE UU han descendido hasta alcanzar el valor más bajo que han tenido en la historia del país. Y no solo en Estados Unidos. En este momento, todos los países desarrollados que adquieren préstamos en su propia moneda son capaces de hacerlo a un precio muy barato.
La incapacidad de los déficits para generar el pronosticado aumento de los tipos de interés nos dice algo importante sobre la naturaleza de nuestros problemas económicos (y la sabiduría, o falta de ella, de los autoproclamados guardianes de nuestra virtud fiscal). Sin embargo, antes de llegar a eso, hablemos de esos bajísimos costes de los préstamos (tan bajos que, en algunos casos, los inversores están en realidad pagando a los Gobiernos para que les guarden el dinero).
En la mayoría de los casos, esto está sucediendo con “valores protegidos contra la inflación” (bonos cuyos pagos futuros están vinculados a los precios de consumo, de modo que los inversores no deben temer que su inversión vaya a verse erosionada por la inflación). Incluso con esta protección, antes los inversores exigían un pago adicional considerable. Antes de la crisis, los bonos estadounidenses a 10 años protegidos contra la inflación tenían generalmente un rendimiento del 2%. Por el contrario, últimamente el tipo de estos bonos ha sido del -0,6%. Para comprar estos bonos, los inversores están dispuestos a pagar más de la cantidad, ajustada según la inflación, que el Gobierno abonará finalmente en concepto de interés y principal.
De modo que los inversores están, en cierto sentido, ofreciendo a los Gobiernos dinero gratis durante los próximos 10 años; de hecho, están dispuestos a pagar a los Gobiernos una módica cuota por mantener su dinero a salvo.
Ahora, quienes tienen intereses creados en la historia de la crisis fiscal han realizado varios intentos por encontrar un argumento convincente para explicar que esa crisis no haya llegado a materializarse. Uno de los preferidos es la afirmación de que la Reserva Federal está manteniendo los tipos de interés artificialmente bajos comprando bonos del Gobierno. Pero esa teoría se puso a prueba el verano pasado cuando la Reserva suspendió temporalmente la compra de bonos. Muchas personas —entre ellas Bill Gross, del gigante de los fondos de renta fija Pimco— predijeron un repunte de los tipos de interés. No pasó nada.
Ah, y no hagan ningún caso de las advertencias de que en cualquier momento nos convertiremos en Grecia, ¡Grecia, les digo! Los países como Grecia, y por la misma razón, España, están sufriendo las consecuencias de su desacertada decisión de renunciar a sus monedas por el euro, que los ha hecho vulnerables de un modo en que Estados Unidos simplemente no lo es.
¿Y qué es lo que está pasando? La principal respuesta es que esto es lo que ocurre cuando uno sufre un “ataque de desapalancamiento”, en el que todo el mundo intenta pagar sus deudas al mismo tiempo. La adquisición de préstamos por las familias se ha hundido; las empresas acumulan montones de dinero en efectivo porque no hay ninguna razón para ampliar la capacidad cuando no hay ventas a la vista; y la consecuencia es que los inversores están listos para salir sin tener ningún sitio al que ir, o más bien ningún sitio en el que depositar su dinero. Así que están comprando deuda pública, incluso a intereses muy bajos, por falta de alternativas. Además, al hacer que sea tan barato disponer de dinero, a efectos prácticos están pidiendo a los Gobiernos que emitan más deuda.
Y los Gobiernos deberían estar concediéndoles ese deseo, no obsesionándose con los déficits a corto plazo.
Advertencia obligatoria: sí, tenemos un problema presupuestario a largo plazo y deberíamos estar tomando medidas para hacerle frente, principalmente controlando los costes de la asistencia sanitaria. Pero es sencillamente una locura despedir profesores y cancelar proyectos de infraestructura en un momento en el que los inversores están ofreciendo financiación a interés cero o negativo.
No hay ni que elaborar un argumento keynesiano sobre el empleo para ser consciente de eso. Basta con darse cuenta de que, cuando el dinero es barato, es buen momento de invertir. Y tanto la educación como las infraestructuras son inversiones en el futuro de Estados Unidos; terminaremos pagando un precio elevado y completamente gratuito por ensañarnos con ellas del modo en que lo estamos haciendo.
Dicho eso, ustedes también deberían ser keynesianos. La experiencia de los últimos años —sobre todo, el espectacular fracaso de las políticas de austeridad en Europa— ha sido una perfecta demostración de la idea básica de Keynes: recortar drásticamente el gasto en una economía deprimida la deprime todavía más.
Así que ya es hora de hacer caso omiso a los supuestos hombres sabios que se han apropiado del debate político y han convertido el déficit en el tema de conversación. Se han equivocado en todo; y en estos momentos, hasta los mercados financieros nos dicen que deberíamos centrarnos en el crecimiento y el empleo.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008.

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