No se pueden destruir las bases de
crecimiento y hay que mantener nuestro modelo social
Carlos Aguirre Arana / El País
Muchas veces suelo decir que el momento actual va
más allá de una época de cambios, porque lo que estamos viviendo es, sin duda,
un cambio de época. La globalización, los avances tecnológicos, el
envejecimiento de la población, las nuevas economías que han emergido, el
propio concepto de Europa, dibujan un escenario nuevo y cambiante en el que
debemos ser capaces de vivir y competir. El escenario es tan complejo que yo,
al menos, no tengo claro si esta profunda crisis que estamos padeciendo es el
detonante o la consecuencia de los cambios. Probablemente las dos cosas. Pero
más allá de divagaciones lo cierto es que este nuevo escenario requiere la
puesta en marcha de medidas capaces de situarnos en la mejor posición posible
ante los nuevos retos. Una posición que nos permita crecer, crear empleo, y los
recursos suficientes para sostener nuestro estado del bienestar.
Esta reflexión la intenté transmitir en el Consejo
de Política Fiscal y Financiera del pasado 12 de julio. Allí planteé tres
cuestiones. La primera, que la Administración central no puede quedarse con el
margen de déficit aprobado por Bruselas. Esto es como decir que los grandes
sistemas que definen nuestro modelo social y son prestados por las comunidades
autónomas: Sanidad, Educación y Asistencia Social, son prioridades de segundo
rango, cuando son estos servicios los más valorados y demandados por los
ciudadanos. Esto no es ni justo ni realista. Debería haberse hecho un reparto
más en línea con las cargas que asume cada administración.
La segunda, que las medidas adoptadas por el
gobierno no son las más idóneas para corregir el mayor de los problemas de la
economía española, que es crecer. Y es que ni siquiera van a servir para
corregir nuestro déficit estructural. Por un lado, porque profundizan la espiral
de recesión: menos impulso público, menos actividad, caída del PIB, caída de
ingresos, más déficit acabando en una situación aún peor de la que estábamos.
Por otro, porque estamos destruyendo las bases de nuestro crecimiento. La caída
de la inversión productiva, en I+D+i, incluso en formación, nos está llevando a
ser una economía de segunda categoría dentro del contexto europeo. Por último,
porque estamos socavando nuestro estado del bienestar con continuos recortes en
sanidad, en educación, en dependencia, en prestaciones. Estamos dinamitando
toda la red social que habíamos construido en los últimos treinta años. Y aquí,
como en el circo, resulta muy peligroso trabajar sin red.
Soy consciente de la compleja situación que estamos
viviendo, y de las grandes presiones que estamos recibiendo de otros países de
la Unión Europea. Esto es una consecuencia de la excesiva asimetría que existe
entre los diferentes espacios económicos, fiscales y sociales europeos. Y en
este contexto plateé la tercera cuestión. Creo que todos estamos de acuerdo en
la necesidad de reducir el déficit público, y por tanto de realizar ajustes
para conseguirlo. En lo que quizá haya más discrepancias es en los límites de
este ajuste, en las líneas rojas que no debemos sobrepasar, y en la construcción
del balance fiscal entre los ingresos y los gastos. El problema es que el
Programa de Estabilidad del Reino de España plantea un equilibrio fiscal solo
reduciendo el gasto, mientras que la presión fiscal se queda estancada,
situándose a finales de 2015 en el 32% del PIB, unos siete puntos por debajo de
la media de la Eurozona. Es decir, ingresaremos unos 80.000 millones de euros
menos que si hubiésemos apostado por una convergencia fiscal con nuestros
vecinos, y esto lo haremos a costa de recortar en I+D+i, en infraestructuras,
en educación y en sanidad. La crisis fiscal en España es básicamente por
quiebra de ingresos, y creo sinceramente que debemos ser capaces de acercar
posturas sobre la convergencia fiscal con la Unión Europea, y dar aire al
sector público español para que se constituya en el motor del crecimiento
económico.
Esta es la postura del Gobierno vasco y el modelo
que defendemos. En Euskadi estamos convencidos de que en los próximos años lo
que nos estamos jugando es ni más ni menos nuestro modelo económico y social.
En el campo económico, un modelo productivo sustentado en el valor más que en
el precio. Un valor basado en el conocimiento, la innovación y la
internacionalización, por lo que resulta imprescindible seguir aportando recursos
públicos a la I+D+i y a la formación, si queremos ser una economía de primera,
y no de segunda categoría. Y en el campo social preservar el modelo que hemos
ido construyendo a lo largo de los últimos treinta años, y que tan bien
valorado resulta para la mayoría de nuestros ciudadanos. No vamos a dejar a
nadie a su suerte, y menos a los que han resultado más desfavorecidos por la
crisis.
Estamos ante una gran encrucijada. Debemos tener
las ideas claras y el Gobierno vasco las tiene. No podemos ni debemos asumir
que la situación actual y una gestión muy poco afortunada de la crisis
financiera destruya las bases de nuestro crecimiento. De ahí la apuesta por la
innovación, la formación, y el apoyo financiero a las empresas y autónomos.
Pero tan importante como eso es mantener nuestro modelo social, que es en
muchos casos referente en el resto de España, incluso en Europa. Para que esto
resulte posible necesitamos de una convergencia fiscal con Europa, porque esta
convergencia posibilitará el equilibrio presupuestario y con ello la
estabilidad financiera tan necesaria para proporcionar liquidez a nuestra
economía a un coste asumible.
Lo más importante ahora es crecer, pero para que
ello sea posible resulta necesaria una política común e integrada a nivel europeo,
en definitiva, más Europa. Y lo bueno del caso es que Europa tiene los
mecanismos para hacerlo. La Unión Europea en su conjunto no presenta
desequilibrios graves, sino que estos se producen entre sus diferentes estados
miembro. Por tanto resulta factible realizar una política más expansiva como lo
hacen EE UU y el Reino Unido, con resultados mucho más satisfactorios que los
nuestros.
Yo coincido con Keynes cuando decía que no es buena
idea pensar que hundiendo a una economía se va a lograr salvar a las demás.
Esto ya pasó en la época entreguerras con Alemania, y la apuesta no salió
excesivamente bien. Ahora cometemos el mismo error. Hay una línea de
pensamiento financiero en Europa que dice que sometiendo dramáticamente a los
países del sur de Europa a un proceso de adelgazamiento se van a arreglar todos
los males, y además salir indemnes de esta. Yo soy de los que piensa que todos
vamos a salir tocados de esta crisis, el norte y el sur, y que la única manera
de minimizar el impacto es a través de una política europea común a favor del
crecimiento, utilizando también los colosales resortes que disponemos en
materia de política monetaria para preservar a los más débiles de los ataques
de los mercados.
Carlos
Aguirre es
consejero de Economía y Hacienda del Gobierno vasco.
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