Andamios
Oscar Pimentel / Eje
Central
En pocos meses más se iniciará un nuevo
gobierno cuyos retos para fortalecer la gobernabilidad, recuperar la seguridad
publica y darle una nueva dirección al desarrollo del país serán sumamente
complejos.
Todos los signos de la política interna
y de la situación del mundo, apuntan a que viviremos una fase de transición
política y económica caracterizadas por la incertidumbre.
La fase postelectoral y de inicio del
nuevo gobierno será crucial para el futuro de México. Será un gran desafío para
el gobierno que encabezará el Presidente Peña Nieto.
La única certeza evidente es que ya no
se podrá gobernar con las mismas orientaciones y practicas políticas con cuales
se gobernó en el pasado.
Los propósitos definen los
instrumentos. La legitimidad, la gobernabilidad democrática y la eficacia para
avanzar en las transformaciones profundas que exige el país, serán
condicionantes de una lógica de gobierno que deberá subordinar los compromisos
e intereses que no coincidan con estas necesidades.
Al país le urgen definiciones claras y
de largo alcance sobre su futuro: políticas de Estado blindadas ante la
influencia de los afanes partidistas y los cálculos personales, compromisos
colectivos para lograr metas concretas de beneficio común, decisiones
clave que atiendan los reclamos más sentidos de la población.
Para el trayecto, el nuevo gobierno
requerirá una hoja de ruta que le permita sortear con éxito las muchas
dificultades que seguramente habrá de encontrar.
En la democracia no hay eficacia sin
acuerdos. Por ello,
la lógica de gobernar demandará un gran
esfuerzo de concertación y acuerdos con todas las fuerzas políticas, pero muy
especialmente con las propias estructuras del PRI . A estas alturas, y más allá
de la judicialización del proceso electoral, es necesario que el PRI comparta
los propósitos que orientarán al nuevo gobierno y defina su propia agenda con
los cambios internos que son necesarios.
En la nueva dinámica de gobierno, será
indispensable una visión política moderna e incluyente, capaz de reconocer el
valor de la contribución que pueden hacer los diversos actores políticos en un
clima de respeto y pluralidad. Las reformas, que son ya impostergables,
dependen en gran medida de esta capacidad para dialogar y concretar
compromisos.
Un paso importante habrá de ser la
transformación de las instituciones. No solo las modificaciones de las
estructuras de la administración pública federal, de por sí indispensables,
sino también aquellas que pueden darle una nueva arquitectura a nuestro sistema
político y hacerlo más funcional ante las nuevas condiciones que vivimos.
Las declaraciones reiteradas del futuro Presidente de México en el
sentido de romper con las ataduras del pasado, así como sus compromisos para
combatir la corrupción, impulsar la transparencia y asegurar la rendición de
cuentas, entre otros, anticipan una nueva lógica de gobernar que, aun con todas
las dificultades e incertidumbres que viviremos los mexicanos en los próximos
meses, significan una luz al final del túnel.
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