Raymundo Riva Palacio / Eje Central
RÍO DE JANEIRO.- Desde lo alto del Pan de Azúcar, un cerro de 400 metros que vigila la entrada a Río de Janeiro, esta “Ciudad Maravillosa” captura la magia que por generaciones ha provocado suspiros. Sus parpadeantes luces y su serpenteante playa Copacabana distraen, sin embargo, la política oscura en la que se embarcó el gobierno en preparación de la Copa del Mundo en 2014 y los Juegos Olímpicos en 2016: la militarización de la ciudad y la erradicación de la criminalidad a costa de lo que sea.
Es cierto. Algo tenían que hacer para mantener el glamour y frenesí en esta, una de las ciudades de mayores contrastes sociales en el mundo que, adicionalmente, tenía mucho de su territorio en manos de los cárteles de la droga, que ante la debilidad institucional, proveían lo que el gobierno no podía: infraestructura, empleo, servicios médicos, seguridad y obras. Desde finales de los 70s se comenzó a construir este estado fallido, donde la primera organización criminal de gran envergadura, el Comando Vermehlo (Comando Rojo), cuyos orígenes fueron retratados en la afamada película “Ciudad de Dios”, enmarcó su negocio de tráfico de cocaína en una lucha de clases.
El Comando Vermelho se asentó en las favelas de Río de Janeiro –un fenómeno social que comenzó en aquí a finales del Siglo XIX-, abandonadas por las instituciones y dejadas, efectivamente, a la mano de Dios. Sus jefes, los llamados donos, evolucionaron en los 80s en escala y organización empresarial y social, y en el uso de la violencia contra la policía. El crecimiento provocó divisiones y la creación de nuevos cárteles, como su escisión, el Terceiro Comando, y Amigos dos Amigos. Con ello vino la lucha por territorios y el manejo de las drogas, que de acuerdo con diversos estudios, produjo un incremento de 140% de muertes relacionadas con el narcotráfico entre 1979 y 2000.
La desigualdad social y la discriminación –los pobres y la población negra, que es la combinación de la realidad carioca-, detonaron el surgimiento de más de mil favelas adicionales, controladas por no más de cuatro grandes organizaciones criminales, que se atrincheraron en ellas y se implantaron en la sociedad marginada. Fuera de sus pobladores, sólo aquellos que iban a sus fiestas punk –fenómeno similar a los raves en los barrios marginados de la ciudad de México-, y los ricos a comprar cocaína y crack, podían entrar ahí. La policía no. Los intentos por limpiar de criminales las barriadas fracasaron porque la policía, también estaba en sus nóminas y los protegía.
El estado criminal se hubiera mantenido de no haber ganado Brasil las sedes para el Mundial de futbol y las Olimpiadas. El plan de militarización comenzó en 2008 y tuvo su primer gran choque en noviembre de 2010, cuando 800 soldados y el Batallón de Operaciones Policiales Especiales, con vehículos blindados y tanques, se metieron a pacificar el Complejo Alemão, y se enfrentaron a 600 miembros del Comando Vermelho, con un saldo de más de 45 muertos. “La confrontación es necesaria para que podamos alcanzar la paz”, dijo el entonces ministro de Defensa, Nelson Jobim.
Como en Sudáfrica en vísperas del Mundial de futbol, un muro que escondiera a los desposeídos fue el plan complementario. El muro para separar a las favelas del resto del sur de Río, cabecera de las zonas más ricas y donde se construirán varias de las instalaciones deportivas, se inició en 2009 mientras se seguían tomando las barriadas. En noviembre, más de mil 500 soldados y policías, capturaron Rocinha, la favela más grande de Brasil, que iba a pacificarse hasta el próximo año. ¿La razón? Tenían que limpiar la ruta por donde los jefes de Estado pasarían durante la Cumbre Río+20 sobre Desarrollo Sustentable, celebrada en junio.
El poder paralelo está siendo extirpado de Río, aunque no de Brasil. Las fuerzas de seguridad han recuperado 20 favelas, número insignificante, pero no erradicaron el problema. Lo exportaron a otras ciudades, como Niteroi, la vieja capital estatal frente a Río, donde no sólo el crimen se disparó sino que comenzaron a aparecer grafitos con las iniciales “CV”. En efecto, del Comando Vermelho, que no desapareció de Río, pero sí se extendió.
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