El eslabón más débil de la cadena es ahora el Tesoro Público: no hay
dinero
Se repite, paso a
paso, la misma hoja de ruta que con Grecia o Portugal
Joaquín Estefanía / El País
Cuando el
vigilante de la caja del Estado, Cristóbal Montoro, dice en el Parlamento que
no va a haber dinero para pagar a los funcionarios, recuerda idénticas
declaraciones de sus colegas griego o portugués en los momentos previos a la
intervención de sus economías (“tenemos fondos para dos meses…”). Hay poco
novedoso en el sufrimiento español: si uno repasa las hemerotecas de hace dos
años encuentra la misma tozuda resistencia de los Gobiernos de los países
intervenidos para evitar el rescate forzado de sus finanzas y parecida presión
de los especuladores en contra de los intereses de esos países. La cuestión es
qué ha aprendido Europa en este tiempo de agonía.
Superado
el rescate de la banca mediante una póliza de crédito de hasta 100.000
millones, ahora el eslabón más débil de la economía española es la liquidez de
su Tesoro (manifestada en la subasta de la semana pasada). La solvencia
exterior es insostenible al precio de la prima de riesgo, lo que se concreta en
la cifra que aparecerá en los próximos Presupuestos en concepto de pagos de la
deuda pública: 38.000 millones (cerca del 4% del PIB), la mayor partida de
gasto corriente.
En
aquellos escenarios griego o portugués (el irlandés es un poco distinto) la
alternativa era cuádruple: la suspensión de pagos del país en cuestión (el
default); la intervención plena de la economía por “los hombres de negro” (de
nuevo Montoro); la extensión del contagio a otras economías de tamaño superior;
y, en el peor de los casos, la ruptura desordenada de la zona euro tal como la
hemos conocido, lo que da idea del volumen del problema: el euro, la segunda
moneda mundial, al borde del precipicio.
No tiene por qué ser así, pero podría ser así.
Las
responsabilidades españolas en el asunto son compartidas: una terrible herencia
económica recibida por el Gobierno del PP y la acentuación de los problemas
durante sus primeros siete de gestión. Uno podía intuir lo que pensaba hacer
Rajoy en cuanto llegase a La Moncloa, tan distinto de lo que prometió, pero la
sorpresa ha sido observar lo malos gestores que son algunos de sus ministros.
Los ciudadanos opinan en los sondeos que la derecha es más eficaz que la
izquierda en la administración de la economía, pero ello no está avalado por la
práctica: todos los indicadores, los reales y los de confianza, han empeorado
con el PP. Esta doble responsabilidad de los principales partidos genera una
tremenda desconfianza sobre la capacidad de los políticos en la resolución de
los problemas comunes y públicos. Más en general, una desconfianza en sus
élites que, como sabemos, amplía el papel del populismo. Algunos de los
eslóganes coreados en las multitudinarias manifestaciones de protesta del
pasado jueves pertenecen a esa índole de reacciones.
La última
bala que queda para superar esta coyuntura es la actuación del Banco Central
Europeo (BCE), aunque no son muy estimulantes las declaraciones de su
gobernador, Mario Draghi (“Nuestro mandato no es resolver los problemas
financieros de los Estados, sino asegurar la estabilidad de precios y contribuir
a la estabilidad del sistema financiero con independencia”), del mismo modo que
en muchos momentos de las crisis griega, irlandesa o portuguesa fue tan
decepcionante la actuación de su predecesor Jean-Claude Trichet.
Recuperando
el programa de hace un año de compra de deuda pública en el mercado secundario,
asegurando la liquidez de los bancos y, en última instancia, respaldando a los
países que aplican la política económica que les impone Bruselas, al menos
mientras no exista en la arquitectura de la UE otra instancia que lo haga. Una
política económica, por otra parte, de la que se sabe que no va a facilitar el
crecimiento económico y el empleo —problema diferencial de España—, pero que es
obligatoria (por impuesta) si se quiere evitar la quiebra del país.
Si el BCE
no actúa se multiplicarán las opiniones de quienes piensan que si de lo que se
trata es de que nuestro país recupere competitividad mediante la austeridad,
será mejor hacerlo fuera de la disciplina del euro que dentro de la misma,
porque el camino, en este último caso, será más largo y difícil.
No hay salida airosa.
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