SALVADOR GARCIA SOTO / 24 HORAS EL DIARIO SIN LÍMITES
Cualquiera que hubiera apostado, antes del 1 de julio, a que
Andrés Manuel López Obrador impugnaría las elecciones y desconocería el
resultado, hubiera ganado doble contra sencillo. El comportamiento del
candidato de las izquierdas no sólo era predecible sino que encaja
perfectamente en el perfil del líder social y el activista que es, en
esencia, López Obrador.
Aunque en sentido estricto el tabasqueño está en su derecho a
impugnar las elecciones y lo ha hecho hasta ahora por los cauces
legales, falta ver qué tanta solidez tienen sus pruebas y qué tanto
puede documentar sus denuncias de irregularidades en la elección
presidencial que, ya lo dejó más que claro, llevará hasta los tribunales
en busca de la anulación de una cantidad de casillas -79% según su
denuncia de ayer- en las que pide revisar la votación.
Pero será el IFE el que termine fijando el total de casillas en que
se recontarán los votos que, todo indica se fijará hoy en 40 mil,
suficientes para demostrar si hubo o no las irregularidades denunciadas
por el Movimiento Progresista y si podrían ser causal de nulidad de los
votos.
¿Hasta dónde piensa llegar esta vez Andrés Manuel? Hasta donde le dé
la ruta legal. No hay condiciones esta vez, y lo sabe el tabasqueño,
para pensar en un movimiento de resistencia fuera de la legalidad. No
habrá, dicen en su equipo cercano, toma de Reforma ni de espacios
públicos y ese método de protesta está descartado.
La estrategia lopezobradorista está trazada en dos fases: Fase 1,
recuento de votos, que concluye el domingo con la decisión del IFE de
otorgar la constancia de mayoría, y Fase 2, impugnación ante el Tribunal
Electoral para pedir anulación de los comicios por causales como el
rebasamiento de topes de campaña, falta de equidad y financiamiento
paralelo de la campaña del PRI, entre otros argumentos.
La moderación que muestra López Obrador no es toda por decisión
propia, mucho tiene que ver el PRD y la presión de los perredistas que
ganaron la segunda fuerza en la Cámara de Diputados y una importante
fracción en el Senado, además de varias gubernaturas y carro casi
completo en el DF. Todos esos perredistas, futuros gobernadores y
legisladores, que ven el mayor avance de la izquierda mexicana en su
historia, no están dispuestos a desperdiciar ese enorme capital político
conquistado en esta elección y le han pedido, casi exigido a AMLO que
si quiere que lo acompañen en su lucha y no lo dejen solo, tendrá que
ser estrictamente por la vía legal.
Así que, por ahora, la batalla que se avecina será jurídica. Luis
Videgaray, coordinador de la campaña de Peña Nieto, reconocía ayer el
derecho que tiene López Obrador de impugnar la elección, pero advertía
que también el PRI está preparado para defender su triunfo “limpio” con
el ejército de abogados electorales que armó ese partido.
Eso en la parte legal, porque en la parte política el duelo comenzó
la noche del 1 de julio: Peña Nieto y el aparato, por demostrar que la
elección ya terminó y que hay un ganador indiscutible y un futuro
presidente, reconocido por los poderes formales dentro y fuera del país;
y AMLO, por cuestionar los resultados y defender el derecho a disentir.
¿Cuál de las posiciones ganará ambas batallas?
NOTAS INDISCRETAS… La votación del domingo arrojó nuevos datos sobre
la distribución geográfica del voto. Todos los partidos perdieron
bastiones tradicionales, pero ganaron nuevos. Es el caso del PAN que
perdió semilleros como Jalisco y Morelos, pero a cambio le quitó al PRI
Tamaulipas y Nuevo León, este último por rechazo al gobierno de Rodrigo
Medina. El PRD confirma Tabasco con el triunfo de Arturo Núñez y suma
Morelos, además de reafirmarse como primera fuerza en el sureste. El PRI
crece en el norte y obtiene Jalisco, pero también termina de volver
tricolor a Zacatecas, que le dio a Peña 54% de la votación estatal, por
encima porcentualmente del Estado de México que sólo le dio 45% del
total de votos locales… Se baten los dados. Acecha Serpiente.
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