Marcos Chavez / Contralínea
Los absolutistas del contrato son los verdaderos padres de las revoluciones
John M Keynes
La austeridad no puede ser una condena
François Hollande
La oportunidad se perdió y se impone el recomienzo.
La conclusión repone el punto de partida
Jaques Rancière
A cinco años de iniciado el colapso financiero global más grave
desde la depresión de la década de 1930, anunciado por las grandes
pérdidas arrojadas por D R Horton (uno de los mayores constructores de
Estados Unidos) en el mercado de hipotecas subprime en marzo de
2007 por la demanda de protección por parte de la financiera New
Financial Co, debido a su bancarrota coligada a sus inversiones en
hipotecas de alto riesgo en el mes siguiente; a cuatro años de haberse
aprobado los billonarios subsidios gubernamentales para evitar la
quiebra pandémica de los intermediarios arruinados por su orgía con
instrumentos altamente especulativos, decisión que llevará a la quiebra a
un gran número de Estados, merced al desborde de su déficit fiscal y de
endeudamiento; que 15 países de la Eurozona cayeran en recesión, al
anunciar una contracción del 2 por ciento en agosto de 2008; que Estados
Unidos reconociera una situación similar al cierre del año, y que en
2009 la economía mundial registrara su peor caída desde la Segunda
Guerra Mundial (-2.2 por ciento); y luego de dos años de aplicarse
masivamente el victoriano ajuste fiscal fondomonetarista, con su terapia de austeridad salvaje, sin anestesia,
la crisis sistémica capitalista sigue irresuelta. Sin salida viable.
Mientras, subsiste la hegemonía del consenso fundamentalista
ideológico-político neoliberal, que exige el ajuste fiscal y las
contrarreformas estructurales, antidemocráticas, recesivas,
catalizadores de la descomposición social, el descontento y la revuelta
ciudadana.
En especial, dicha crisis agobia en diferentes grados a los países
desarrollados y, sobre todo, a la oronda de antaño Eurozona y, claro, la
Unión Europea. La vieja Europa está devastada productivamente como
consecuencia de la bárbara acumulación capitalista neoliberal basada en
la desregulación financiera; postrada indefinidamente en la depresión y
el estancamiento, mientras más se retrase la instrumentación de una
estrategia anticrisis estatalmente activa, muy diferente a la ortodoxia
monetarista impuesta sádicamente a golpes de hacha por el
trinomio Angela Merkel-Nicolas Sarkozy, el Consejo Europeo-Banco Central
Europeo y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que potenció el
desastre. Con dramáticos retrocesos sociales, en virtud de la propia
crisis, el recorte del gasto público y el arrasamiento del estado de
bienestar justificado por la supuesta necesidad de abatir el déficit
fiscal y el endeudamiento público. Ajustes que han redistribuido los
ingresos de las mayorías hacia las minorías, que han sido destinados al
rescate de los buitres financieros socializando sus pérdidas y
privatizando sus ganancias, y para evitar que la insolvencia de pagos o
la declaración unilateral de la moratoria arrastre al abismo al sistema
financiero mundial y al capitalismo juntos. Hundido en una crisis
política sin precedentes, de credibilidad y legitimidad del sistema de
partidos y de la democracia formal gracias al asalto oligárquico,
protagonizado por los conglomerados financiero-industriales de los
gobiernos nacionales, de la Unión Europea y la Eurozona, que sin
representatividad asignan a sus administradores de facto en
Grecia e Italia, se ha apoderado, directa o indirectamente, de los
resortes institucionales de los regímenes de la región y en la mayoría
de los países del mundo.
Durante una reunión en las Naciones Unidas, el 12 de mayo, Joseph
Stiglitz señaló que “la austeridad no ha funcionado y no funcionará.
Ninguna gran economía se ha recuperado de una crisis (y menos de la
magnitud como la que enfrentan Europa y Estados Unidos) mediante un
programa de austeridad. Se ha cumplido un lustro ya desde que estalló la
burbuja: las economías no se han recuperado, tampoco van a
volver a la normalidad en ningún momento cercano” y la crisis ha
provocado la pérdida de 200 millones de empleos. Las “perspectivas [son]
sombrías” para la economía mundial y “lo mejor que se puede decir” es
que a un lado y al otro del Atlántico la economía mira “hacia una época
de largo malestar, lento crecimiento y estancamiento. Ésta será la
década perdida para Europa y Estados Unidos, como resultado de políticas
económicas fallidas”.
Las “políticas fallidas” sólo han agudizado los problemas sin
resolver sus propósitos. Como es natural, el brutal ajuste fiscal,
basado en el recorte generalizado del gasto público, las pensiones y los
salarios, el despido de trabajadores y el alza de precios y de
impuestos directos e indirectos, afectó el consumo, la inversión, el
empleo y, por añadidura, la eventual reactivación económica. De hecho,
la Unión Europea y la Eurozona se paralizaron en el primer trimestre de
2012 (tasa de 0.0 por ciento) y quizá actualmente estén en su segunda
recesión desde 2009. Se espera que decrezcan 0.3 por ciento en 2012 y
apenas mejoren 1 por ciento en 2013. Alemania declina sensiblemente y
acaso Francia ya está en recesión, al igual que al menos otros ochos
países, entre ellos Grecia, con la peor caída (6.2 por ciento; desde la
segunda mitad de 2008 está en receso), España (-0.4 por ciento) e Italia
(1.3 por ciento), cuyo desplome amenaza con un desastre financiero aún
más grave, ya que el deterioro de los indicadores citados afectaron la
capacidad recaudatoria de los Estados nacionales.
El costo social de la crisis provocada por los especuladores y los
programas de ajuste ha sido incalculable ante el fracaso de los
resultados arrojados: entre 1997 y el primer trimestre de 2012 la tasa
de desempleo en la Unión Europea y la Eurozona pasó de 7.1 por ciento y
7.4 por ciento a 10.2 por ciento y 10.9 por ciento, respectivamente. De
16.5 millones y 11.6 millones de personas, a 24.6 millones y 17.2
millones. En el caso de los jóvenes, la desmovilización oscila entre el
25 y el 50 por ciento en la mayoría de los países. La situación más
dramática la registran Irlanda, España, Grecia, Chipre y Dinamarca,
donde el desempleo aumentó entre 128 y 189 por ciento. La mayor parte de
la población de las naciones europeas padece desempleo, baja en los
salarios nominales y las pensiones, alza en la edad de jubilación,
deterioro de los servicios sociales y el aumento en sus costos de
acceso. Más de una cuarta parte se empobreció.
En promedio, el déficit fiscal en la Unión Europea y la Eurozona
bajó de 6.9 y 6.4 por ciento a 4.5 y 4.1 por ciento entre 2009 y 2011,
en 243 mil millones de euros: de 808 mil millones a 243 mil millones.
Para ajustarlo a la meta de 3 por ciento del PIB de 2012, deberán
recortarse casi 200 mil millones más para ubicarlo en el orden de 370
mil millones. En nueve países de los 27 de la Unión Europea se ubica por
arriba del 4 por ciento. En Irlanda es de 13.1 por ciento, en Grecia de
9.1 por ciento, en España de 8.5 por ciento y en el Reino Unido de 8.2
por ciento. El problema es que los recortes ya tocaron hueso. ¿También tendrán que cortarlo?
La meta del endeudamiento público es de 60 por ciento del PIB y
sólo 14 países cumplen el requisito. Paradójicamente, en los años
citados el índice en la Unión Europea y la Eurozona pasó de 74.7 y 85.7
por ciento a 82.5 y 88 por ciento; de 8.8 billones y 7.1 billones a 10.4
billones y 8.2 billones. En Irlanda, de 65 por ciento a 108 por ciento;
en Grecia, de 129 a 165 por ciento; en Italia, de 116 a 120 por ciento;
y en Portugal, de 83 por ciento a 108 por ciento. Sus mayores débitos
se deben a que los préstamos recibidos se han reciclado hacia sus
acreedores. Esos países guardan varios rasgos en común: sus finanzas
están en ruinas, sus pasivos son prácticamente impagables, son víctimas
de la fuga de capitales y los reiterados ataques especulativos, ante la
indiferencia de los directivos de la Eurozona, se encuentran en plena
recesión, padecen la crisis de sus regímenes políticos, los dramáticos
problemas sociales se encuentran en el centro del escenario y zozobran
entre el malestar social. Una declaratoria de insolvencia de pagos
podría hundir a la Unión Europea y la Eurozona en una crisis de
pronósticos reservados, al igual que el resto del mundo capitalista.
Mientras tanto, los causantes del naufragio –los intermediarios, a
los que no se les ha tocado– prosiguen con su orgía especulativa.
El JP Morgan, por ejemplo, recién anunció pérdidas por 2 mil
millones de dólares, monto que podría elevarse en 1 mil millones más
debido a su especulación en el mercado de derivados, mismos con los que
desataron el colapso financiero-recesivo.
Las elites no han escapado indemnes de los Indignados. La crisis
sistémica es ante todo una crisis política de los regímenes que han
antepuesto los intereses privados sobre los de las mayorías y de las
naciones. Como escribió hace poco el diario italiano Corriere della Sera:
“se ha abierto un enorme cráter en el centro del sistema político. La
explosión ha embestido en pleno a los partidos y ha dejado escombros por
todos lados”. La derecha, los social-neoliberales, los líderes de la
Unión Europea-Eurozona y el FMI le apostaron a la estrategia equivocada,
que en todos lados ha fracasado. Quisieron ganar tiempo con la vana
esperanza de que las cosas mejoraran por influjo divino. Pero se les acabó el tiempo. Llegó la venganza de los indignados, convertidos en votantes, y los gobiernos empezaron a caer como moscas. Como un vendaval barrieron con ellos y el panorama político cambio sustancialmente.
El primer gobierno que se derrumbó fue el de Islandia en enero de
2009. El más reciente fue Sarkozy. Hasta el momento suman 17. El triunfo
de François Holland borró del mapa al escudero de Angela Merkel,
que se quedó sola como una profetisa colérica, en su cruzada con el
ajuste fiscal y estructural neoliberales, clamando, exigiendo,
amenazando en el desierto de su ortodoxia por el ayuno absoluto, por las
purgas, porque, según ella, a los pueblos y a las naciones, fundidos,
aún tienen exceso de grasa. Pero su soledad será temporal, porque las
derrotas electorales sufridas por su partido y sus aliados, merced al
descontento de los alemanes, auguran que seguirá el destino de su
escudero. Sus días están contados y seguramente el próximo año sólo será
un trágico recuerdo. Será la siguiente revancha de los Indignados. Pero
antes serán los verdugos de los gobiernos de facto de Grecia, Italia,
Reino Unido y España (que encabezan Lucas Papademos, Mario Monti, Gordon
Brown y Mariano Rajoy, respectivamente).
La victoria de Holland reforzó las exigencias de un viraje
estratégico en las políticas anticrisis. Merkel y los fundamentalistas
enfrentan una especie de rebelión en la granja. Barack Obama el
banco central europeo y el FMI, sin abandonar las terapias de choque,
“sugieren” preocuparse por la reactivación productiva.
Es cierto que Holland no es un radical de izquierda y los espacios
de maniobra para impulsar lo que ha dicho, crecimiento económico,
inclusión social y disciplina presupuestaria –lo que implica una especie
de sesgo keynesiano– es limitado. Sin embargo, los franceses y las
organizaciones de izquierda que lo apoyaron, lo presionarán para que
fracture el consenso de la ortodoxia monetarista y quizá la neoliberal.
Su triunfo reavivará el rechazo a la ortodoxia en otras naciones, como
en Grecia o Italia, lo que podría salvar lo que puede quedar en pie: la
maltrecha integración, si es que se logra estructurar una estrategia
para el conjunto de problemas, en los temas señalados, además del fiscal
y del endeudamiento, que no es la causa del desastre, sino la
consecuencia de una política equivocada y cuya corrección exige
replantear las bases de la acumulación capitalista (la hegemonía
financiera).
A la distancia resuenan las palabras de Keynes relativas a la
manera de gestionar la deuda externa del continente durante su época. El
inglés señaló que se tenía un límite en la capacidad de cumplir con
tales obligaciones y quienes suponían lo contrario se decepcionarían y
hasta caerían en una práctica peligrosa. Ello, en especial, relacionado
con las draconianas condiciones que, con el tratado de Versalles, le
impusieron a Alemania, derrotada durante la Primera Guerra Mundial, que
la ahogarían y garantizarían la imposibilidad para pagar sus pasivos.
“Si firman podrían no cumplir parte del acuerdo. Y sobrevendría el
desorden general y las revueltas por todos lados”. Recomendó entonces
una cancelación (reestructuración) de esas deudas; un plan que con el mínimo trazo de un lápiz acabaría con el problema. En parte, esa situación se sumó a los factores que llevaron a la Segunda Guerra Mundial.
A la distancia, la manera en cómo se tratan los casos de Grecia,
España, Italia y demás, recrea esa situación. Por tanto, a nadie podrá
sorprender que la insolvencia de pagos de alguno de ellos detone un
nuevo desastre del sistema capitalista.
*Economista
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