Francisco Valdés Ugalde / El Universal
Es lo que se atestigua en el escenario
pre y post segundo debate. La ausencia de una regla que haga posible el
descarte de todos los candidatos menos los dos con mayor preferencia
entre el electorado precipita que los electores y los partidos “jueguen”
a la segunda vuelta aunque no exista.
Es inevitable que lo hagan. Una vez más
se confirma la hipótesis de los tres tercios que, por más que se la
niegue, se impone reiteradamente en cada escenario electoral federal y
en algunos estados, como en Jalisco.
Las encuestas también son elocuentes.
Desde 1994 por lo menos hay tres grupos que activamente han mostrado su
preferencia electoral por algún candidato con posibilidades efectivas de
ganar. La recurrencia al voto útil en cada elección es igualmente
ejemplificadora de esta condición. A medida que se acerca la elección,
todos los candidatos piden a los electores del otro que voten por ellos a
fin de sumar fuerzas para alcanzar el triunfo contra el o los que se
presume podría ser ganadores.
Los datos recientes han generado la
percepción de que el PAN se ha rezagado y que los candidatos del PRI y
el PRD se disputarán el triunfo. Las movilizaciones recientes de
estudiantes y otros actores muestran que hay un sector del electorado
consciente al que no ha dormido el masaje de la propaganda y que
considera que en la próxima elección se juega algo más que un cambio de
gobierno; que se juega la ruta de la democracia, el carácter que ésta
tenga y la suerte que corra el proyecto incumplido de transformación del
régimen político.
En los días que corren, los llamados al
voto útil por parte de las tres principales fuerzas políticas se
volvieron moneda corriente. Quizá los resultados de la elección
presidencial penden de quienes consigan los mejores resultados en la
movilización de estos votos. No será el voto duro, sino el marginal voto
útil el que definirá la cuenta final. Todo pronóstico es incierto.
El voto útil es el de quien se pregunta
cuál es la segunda opción que preferiría, considerando que la primera,
la que más me gusta, tiene muy bajas probabilidades de triunfo. La
intensidad de la respuesta puede variar, pero es directamente
proporcional a la intensidad del rechazo por una opción considerada
inaceptable. Cuando se habla de voto útil no se está ante un
ordenamiento de tres preferencias con diferencias jerárquicas, sino,
probablemente ante un ordenamiento en que alguna de las opciones sea,
más que indiferente, deleznable.
No hay mediciones disponibles acerca de
si las preferencias del grueso del electorado sitúan a las tres
alternativas por encima del rechazo o si una o más de una son
consideradas inaceptables ni con qué grado de intensidad. Solamente
podemos juzgar por las manifestaciones públicas de adhesión o rechazo
que no necesariamente son representativas. No obstante, en las
manifestaciones de rechazo asoma el problema.
La clave, me parece, es que en ausencia
de segunda vuelta formal, en un sistema de tres tercios (o cuatro
cuartos), la percepción de los posibles perdedores se vuelve absoluta.
No tienen espacio para coaligarse, su destino es (casi) no tener destino
en el siguiente ciclo político. Y representan a dos de los tres tercios
(o a tres de los cuatro cuartos, si se exige).
Estamos en una sociedad pluripartidista
que quiere expresarse y ser representada con equidad. El sistema
político no le ofrece esta equidad. Por eso el gobierno dividido es la
otra cara de una sociedad que no puede transformar en consensos
políticos ni en compromisos básicos sus valores diferentes. El régimen
no le ofrece esta oportunidad a la sociedad. No es un régimen de
oportunidades, sino un sistema limitativo que le queda chico a México.
Tendrían que reunirse dos condiciones
para que esto cambiase. Instaurar una fórmula para permitir coaliciones y
establecer reglas de eficacia gubernativa que impidan que la diferencia
entre actores obstruya el imperativo de llegar a consensos en asuntos
trascendentes. Se han propuesto hasta la saciedad las modalidades
institucionales que podrían conducir a encontrar ambas salidas: segunda
vuelta, gobierno de coalición, gobierno de gabinete, sistema
parlamentario, reelección consecutiva de alcaldes y legisladores,
referéndum, iniciativa popular, plebiscito, iniciativa ciudadana,
reforma a los sistemas de veto, iniciativa preferente…
En todas las ocasiones las voluntades
que han conseguido predominar han negado la pertinencia de estas
medidas, que se han propuesto de distintas formas y con diferentes
arquitecturas. A estas alturas sólo es posible entender esa negación
como ceguera inducida por la voluntad de poder. Los beneficiarios de la
contradicción entre pluralismo electoral y autoritarismo del régimen de
gobierno son los oportunistas que creen que alcanzando el poder podrían
gobernar sin trabas. No han entendido que México cambió y que su
negación es gasolina cerca del fuego.
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