domingo, 17 de junio de 2012

GASOLINA Y FUEGO

Francisco Valdés Ugalde / El Universal
Es lo que se atestigua en el escenario pre y post segundo debate. La ausencia de una regla que haga posible el descarte de todos los candidatos menos los dos con mayor preferencia entre el electorado precipita que los electores y los partidos “jueguen” a la segunda vuelta aunque no exista.
Es inevitable que lo hagan. Una vez más se confirma la hipótesis de los tres tercios que, por más que se la niegue, se impone reiteradamente en cada escenario electoral federal y en algunos estados, como en Jalisco.
Las encuestas también son elocuentes. Desde 1994 por lo menos hay tres grupos que activamente han mostrado su preferencia electoral por algún candidato con posibilidades efectivas de ganar. La recurrencia al voto útil en cada elección es igualmente ejemplificadora de esta condición. A medida que se acerca la elección, todos los candidatos piden a los electores del otro que voten por ellos a fin de sumar fuerzas para alcanzar el triunfo contra el o los que se presume podría ser ganadores.
Los datos recientes han generado la percepción de que el PAN se ha rezagado y que los candidatos del PRI y el PRD se disputarán el triunfo. Las movilizaciones recientes de estudiantes y otros actores muestran que hay un sector del electorado consciente al que no ha dormido el masaje de la propaganda y que considera que en la próxima elección se juega algo más que un cambio de gobierno; que se juega la ruta de la democracia, el carácter que ésta tenga y la suerte que corra el proyecto incumplido de transformación del régimen político.
En los días que corren, los llamados al voto útil por parte de las tres principales fuerzas políticas se volvieron moneda corriente. Quizá los resultados de la elección presidencial penden de quienes consigan los mejores resultados en la movilización de estos votos. No será el voto duro, sino el marginal voto útil el que definirá la cuenta final. Todo pronóstico es incierto.
El voto útil es el de quien se pregunta cuál es la segunda opción que preferiría, considerando que la primera, la que más me gusta, tiene muy bajas probabilidades de triunfo. La intensidad de la respuesta puede variar, pero es directamente proporcional a la intensidad del rechazo por una opción considerada inaceptable. Cuando se habla de voto útil no se está ante un ordenamiento de tres preferencias con diferencias jerárquicas, sino, probablemente ante un ordenamiento en que alguna de las opciones sea, más que indiferente, deleznable.
No hay mediciones disponibles acerca de si las preferencias del grueso del electorado sitúan a las tres alternativas por encima del rechazo o si una o más de una son consideradas inaceptables ni con qué grado de intensidad. Solamente podemos juzgar por las manifestaciones públicas de adhesión o rechazo que no necesariamente son representativas. No obstante, en las manifestaciones de rechazo asoma el problema.
La clave, me parece, es que en ausencia de segunda vuelta formal, en un sistema de tres tercios (o cuatro cuartos), la percepción de los posibles perdedores se vuelve absoluta. No tienen espacio para coaligarse, su destino es (casi) no tener destino en el siguiente ciclo político. Y representan a dos de los tres tercios (o a tres de los cuatro cuartos, si se exige).
Estamos en una sociedad pluripartidista que quiere expresarse y ser representada con equidad. El sistema político no le ofrece esta equidad. Por eso el gobierno dividido es la otra cara de una sociedad que no puede transformar en consensos políticos ni en compromisos básicos sus valores diferentes. El régimen no le ofrece esta oportunidad a la sociedad. No es un régimen de oportunidades, sino un sistema limitativo que le queda chico a México.
Tendrían que reunirse dos condiciones para que esto cambiase. Instaurar una fórmula para permitir coaliciones y establecer reglas de eficacia gubernativa que impidan que la diferencia entre actores obstruya el imperativo de llegar a consensos en asuntos trascendentes. Se han propuesto hasta la saciedad las modalidades institucionales que podrían conducir a encontrar ambas salidas: segunda vuelta, gobierno de coalición, gobierno de gabinete, sistema parlamentario, reelección consecutiva de alcaldes y legisladores, referéndum, iniciativa popular, plebiscito, iniciativa ciudadana, reforma a los sistemas de veto, iniciativa preferente…
En todas las ocasiones las voluntades que han conseguido predominar han negado la pertinencia de estas medidas, que se han propuesto de distintas formas y con diferentes arquitecturas. A estas alturas sólo es posible entender esa negación como ceguera inducida por la voluntad de poder. Los beneficiarios de la contradicción entre pluralismo electoral y autoritarismo del régimen de gobierno son los oportunistas que creen que alcanzando el poder podrían gobernar sin trabas. No han entendido que México cambió y que su negación es gasolina cerca del fuego.

No hay comentarios:

Publicar un comentario