Es imposible que se avance en este mundo pretendiendo poner de acuerdo a tantos países con intereses políticos y económicos diferentes.
Enrique Del Val Blanco / Excelsior
De las numerosas reuniones “cumbre”
que se realizan cada año, dos se celebraron esta semana en el continente
americano: una en Los Cabos, Baja California Sur, la del G20, y la
otra, la Conferencia de Naciones Unidas Sobre Desarrollo Sustentable,
Río+20, en Brasil.
En relación a la declaración final de la reunión en Los Cabos, los especialistas opinan que no difiere mucho de las de cumbres anteriores, aunque la declaración sí fue más extensa en algunos aspectos que parecen marginales, como el mencionado de “los espacios laborales y las responsabilidades en el otorgamiento de cuidados”. Como bien dice el embajador Navarrete, pareciera que los redactores del documento son personas de tercer y cuarto nivel que nunca se acercaron a Los Cabos. En resumen, sin pena ni gloria.
Por lo que respecta a la Cumbre de Río, había grandes esperanzas de que sucediera algo diferente a lo que habitualmente ocurre en las cumbres. A ésta asistieron 193 países y más de 100 jefes de gobierno, aunque destacaron las ausencias del presidente Obama, del primer ministro Cameron, de la primera ministra Merkel y de nuestro Presidente.
Tanto especialistas como organizaciones civiles manifestaron ya su desencanto por el documento previamente elaborado, mismo que no reflejó las necesidades del mundo actual sino más bien el desinterés de las grandes potencias por este tema. La mejor definición de ello la ha dado el inefable presidente de la hoy pobre España, el señor Rajoy, quien se manifestó por “abogar por una economía verde siempre y cuando sea rentable”.
En la primera cumbre, efectuada hace 20 años, 172 países firmaron sendos documentos y compromisos, los cuales abrían la esperanza de que era posible la mejora del bienestar de la población mundial sin el deterioro del ambiente. Para ello se firmaron tres grandes tratados: el del Cambio Climático, el de la Diversidad Biológica y el de la Lucha Contra la Desertificación. Y como expresó en un boletín la revista Nature, si hubiera que calificar los resultados 20 años después los tres serían reprobados, pues no se han cumplido.
En la reunión de esta semana se señaló que la pobreza es el mayor desafío global, por lo que habría que destinar mayores recursos para su solución. La Unión Europea, a través del señor Barroso, propuso la creación de un impuesto mundial sobre las transacciones financieras para apoyar el desarrollo sostenible como uno de los requisitos básicos a fin de lograr los “Objetivos de desarrollo del milenio de la ONU”.
Es tal la problemática que, para quedar bien con el Vaticano, presente en la reunión, hubo que eliminar del documento la mención de la autonomía de la mujer para decidir sobre su maternidad. Por cierto, una vez más aparece la Iglesia en conflicto: ahora un obispo de la organización Caritas Latinoamericana, de la orden de los jesuitas, aparece abrazado con una dama en bikini en Puerto Vallarta.
Es imposible que se avance en este mundo pretendiendo poner de acuerdo a tantos países con intereses políticos y económicos diferentes y cuyos jefes de Estado, en su mayoría, privilegian sus intereses personales y egoístas, dejando el tema de lado mediante meras declaraciones, sin obligación formal.
Estamos como hace 20 años cuando, por un lado, el presidente Bush padre, ante las críticas de los países del tercer mundo, dijo en Río que “el estilo de vida estadunidense no estaba abierto a negociaciones” y, por otro, el comandante Castro expresaba “menos lujo y menos despilfarro. Menos pobreza y menos hambre. Páguese la deuda ecológica y desaparezca el hambre y no el hombre”.
Los dirigentes mundiales y las organizaciones multilaterales encabezadas por la ONU deberían sentarse a discutir si la inmensa cantidad de cumbres que se celebran continuamente en varias partes del mundo son realmente beneficiosas para la población, teniendo en cuenta los resultados que se obtienen de ellas. El mejor ejemplo son los acuerdos tomados hace 20 años en Río y sus pocos resultados en la actualidad.
En relación a la declaración final de la reunión en Los Cabos, los especialistas opinan que no difiere mucho de las de cumbres anteriores, aunque la declaración sí fue más extensa en algunos aspectos que parecen marginales, como el mencionado de “los espacios laborales y las responsabilidades en el otorgamiento de cuidados”. Como bien dice el embajador Navarrete, pareciera que los redactores del documento son personas de tercer y cuarto nivel que nunca se acercaron a Los Cabos. En resumen, sin pena ni gloria.
Por lo que respecta a la Cumbre de Río, había grandes esperanzas de que sucediera algo diferente a lo que habitualmente ocurre en las cumbres. A ésta asistieron 193 países y más de 100 jefes de gobierno, aunque destacaron las ausencias del presidente Obama, del primer ministro Cameron, de la primera ministra Merkel y de nuestro Presidente.
Tanto especialistas como organizaciones civiles manifestaron ya su desencanto por el documento previamente elaborado, mismo que no reflejó las necesidades del mundo actual sino más bien el desinterés de las grandes potencias por este tema. La mejor definición de ello la ha dado el inefable presidente de la hoy pobre España, el señor Rajoy, quien se manifestó por “abogar por una economía verde siempre y cuando sea rentable”.
En la primera cumbre, efectuada hace 20 años, 172 países firmaron sendos documentos y compromisos, los cuales abrían la esperanza de que era posible la mejora del bienestar de la población mundial sin el deterioro del ambiente. Para ello se firmaron tres grandes tratados: el del Cambio Climático, el de la Diversidad Biológica y el de la Lucha Contra la Desertificación. Y como expresó en un boletín la revista Nature, si hubiera que calificar los resultados 20 años después los tres serían reprobados, pues no se han cumplido.
En la reunión de esta semana se señaló que la pobreza es el mayor desafío global, por lo que habría que destinar mayores recursos para su solución. La Unión Europea, a través del señor Barroso, propuso la creación de un impuesto mundial sobre las transacciones financieras para apoyar el desarrollo sostenible como uno de los requisitos básicos a fin de lograr los “Objetivos de desarrollo del milenio de la ONU”.
Es tal la problemática que, para quedar bien con el Vaticano, presente en la reunión, hubo que eliminar del documento la mención de la autonomía de la mujer para decidir sobre su maternidad. Por cierto, una vez más aparece la Iglesia en conflicto: ahora un obispo de la organización Caritas Latinoamericana, de la orden de los jesuitas, aparece abrazado con una dama en bikini en Puerto Vallarta.
Es imposible que se avance en este mundo pretendiendo poner de acuerdo a tantos países con intereses políticos y económicos diferentes y cuyos jefes de Estado, en su mayoría, privilegian sus intereses personales y egoístas, dejando el tema de lado mediante meras declaraciones, sin obligación formal.
Estamos como hace 20 años cuando, por un lado, el presidente Bush padre, ante las críticas de los países del tercer mundo, dijo en Río que “el estilo de vida estadunidense no estaba abierto a negociaciones” y, por otro, el comandante Castro expresaba “menos lujo y menos despilfarro. Menos pobreza y menos hambre. Páguese la deuda ecológica y desaparezca el hambre y no el hombre”.
Los dirigentes mundiales y las organizaciones multilaterales encabezadas por la ONU deberían sentarse a discutir si la inmensa cantidad de cumbres que se celebran continuamente en varias partes del mundo son realmente beneficiosas para la población, teniendo en cuenta los resultados que se obtienen de ellas. El mejor ejemplo son los acuerdos tomados hace 20 años en Río y sus pocos resultados en la actualidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario