Estrictamente Personal
Raymundo Riva Palacio / Eje Central
Josefina
Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador dejaron atrás su intransigencia.
La candidata del PAN, el que no iría a ningún lado a debatir donde el priista
Enrique Peña Nieto no participara; el candidato de la izquierda Andrés
Manuel López Obrador, cuya aversión a este tipo de confrontaciones era
porque lo perjudicaban. Ahora, los dos aceptaron ir al debate organizado por el
movimiento #YoSoy132 en lo que, para efectos prácticos, es un
reconocimiento que se encuentran lo suficientemente atrás del primer lugar de
la contienda presidencial como para no aprovechar cualquier espacio para
denostarlo y buscar con ello quitarle algún punto de preferencia electoral.
Vázquez Mota es más honesta con el electorado al admitir que está cuando menos siete
puntos debajo de Peña Nieto; López Obrador juega una estrategia distinta
y dice estar en primer lugar en la carrera presidencial. El candidato de la
izquierda esconde el origen de ese dato para mantener el ánimo de sus
seguidores, mientras que la panista tiene que dar a conocer los resultados de su
tracking poll –la encuesta diaria que realiza su campaña para decisiones
de estrategia-, y frenar la percepción que su candidatura no tiene
futuro. En todas las encuestas publicadas, de empresas que en esta elección se
juegan su credibilidad y de alguna manera su negocio, Peña Nieto puntea y lo
que está en duda es quién queda en segundo lugar.
Esto, en buena medida, es el fondo del debate del #YoSoy132,
definir quién logrará la segunda posición en la elección presidencial. Es
cierto que hasta el día de la votación se sabrá quién venció, pero también es
posible argumentar que salvo un imponderable o un evento espectacular que
dañara directamente al candidato del PRI, no parece haber nada que modifique
la preferencia electoral que se ha mantenido inalterable –pese a la pérdida
de puntos de él y la ganancia obtenida por sus adversarios- desde que comenzó
la campaña presidencial. No es un destino manifiesto, sino resultado de
la forma como se prepararon todos para esta contienda y la manera como fueron
ajustando sus estrategias.
Un nuevo ajuste, precisamente, tiene que ver con el debate del
movimiento universitario. A una semana que termine la campaña –y semana y media
de la elección-, la pelea por el segundo lugar es lo único que parece
incierto. Paradójicamente, es resultado de que los adversarios de Peña Nieto
nunca pudieron derrotarse y mantuvieron hasta el final la pelea por la segunda
plaza. Al no haber una competencia entre dos –como en 2006, cuando Felipe Calderón
aplastó al priista Roberto Madrazo en el primer debate presidencial-,
los negativos de Peña Nieto y del PRI se repartieron entre Vázquez Mota y López
Obrador, al tiempo que se anularon mutuamente el voto útil.
La respuesta de López Obrador a la recaudación de fondos y a su
negativa a dar a conocer el origen de los recursos que le permitieron vivir en
los seis últimos años, le hizo perder el momentum que traía su
campaña, frenar su ascenso en las preferencias electorales, y neutralizar la
posibilidad de captar el voto útil ante el estancamiento de Vázquez
Mota. López Obrador no reaccionó con serenidad sino con beligerancia,
por lo que sucedió algo inesperado: al creciente número de panistas –aún no
cuantificado- que la comenzó a abandonar para fortalecerse a nivel local y que
el PAN no terminara como tercera fuerza política nacional y ante el temor
que López Obrador pudiera seguir avanzando, creció la idea de votar por Peña
Nieto.
Si las preferencias electorales se mantienen como en la actualidad, Peña
Nieto obtendría probablemente una victoria de cuando menos ocho puntos
porcentuales –quizás aún más ante el decantamiento de panistas-, y dejaría en empate
técnico el segundo lugar. Las encuestas dan ahora un empate técnico entre
Vázquez Mota y López Obrador, aunque por primera vez en tres semanas, la
panista comenzó a recuperar terreno y en algunas muestras rebasó al candidato
de izquierda. No es una lucha menor. Para ella, es mantener al partido en el
poder como segunda fuerza en el país, mientras que para López Obrador es
la disyuntiva entre mantenerse como líder de la izquierda, o desaparecer.
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