Raymundo
Riva Palacio / Eje Central
La política de comunicación social del Gobierno
federal en materia de lucha contra las drogas, tuvo finalmente su Waterloo. El
protagonismo y la necesidad de incubar en la opinión pública que lo que se hace
es legítimo, ha producido en cinco años una propaganda que ha violado derechos
humanos y garantías individuales, estigmatizado a personas y modificado su
vida. No es tema de si esta guerra era necesaria o no, sino de cómo, incluso a
quienes se les probó su involucramiento en el narcotráfico, formaron parte de
una doctrina donde el fin justifica los medios.
La propaganda no tuvo el
éxito esperado en este colofón del sexenio. Las encuestas revelan que el número
de mexicanos que apoyan o rechazan la estrategia gubernamental, es
prácticamente el mismo. Pero al ver los niveles de aprobación a la guerra y cegarse
ante los negativos, las autoridades se engolosinaron. Producto de esa práctica,
este jueves se suicidó la Marina, y el tiro le pegó al presidente Felipe
Calderón.
Sin ninguna necesidad de
adelantar vísperas, la Marina se apresuró a informar a la opinión pública que
habían detenido al hijo de Joaquín Guzmán Loaera, símbolo del narcotráfico en
México. La Marina misma introdujo el elemento de duda sobre la identidad de
Jesús Alfredo Guzmán Salazar, cuando señaló que quien se identificó como Félix
Beltrán León, era el “presunto” hijo de “El Chapo”. El “presunto” revelaba
sospecha, pero la Marina ignoró la ética y la prudencia para evitar un posible
daño moral contra el detenido. Peor aún, en medio del creciente escándalo sobre
la identidad de Beltrán León, insistió que era el hijo de “El Chapo”.
La
temeridad de la Marina se profundizó. La PGR mostró recelo, y echó a la Marina
la responsabilidad de la identidad. La Marina se la devolvió a la PGR. La PGR
determinó el viernes por la noche que Beltrán León no era Guzmán Salazar, y la
Marina dijo que la DEA le informó de la ubicación del “presunto” hijo. La DEA
replicó que Beltrán León trabajaba para Guzmán Salazar. En síntesis: la DEA
informó mal y la Marina, que tiene fe ciega a la inteligencia que le da la DEA,
se fue de bruces. El problema, sin embargo, no fue haber realizado el
operativo, sino haber presumido la culpabilidad de quien, cuando menos de la
imputación central, es inocente.
La Marina
es verdugo y víctima a la vez. Desde el arranque del sexenio, la comunicación
social en la guerra contra la delincuencia organizada se hizo en dos terrenos:
la policial-militar y la propaganda. La primera tenía sus tiempos
–investigación, acción, judicialización-, y a la segunda no le interesó el
debido proceso. En televisión mostraban a presuntos responsables, que en los
medios aparecían como culpables. En la primera etapa las imágenes se
acompañaron con información que procedía de las averiguaciones previas, con lo
cual el propio Gobierno violaba la ley que impide revelar detalles de procesos
abiertos. Aunque esto fue corregido meses después, no así la presentación
sistemática de presuntos delincuentes—algunos, o muchos de los cuales fueron
dejados en libertad por falta de pruebas.
Las
violaciones a la ley y el daño moral infringido nunca llegaron a los niveles de
la Marina la semana pasada cuando habló de “presunto”. El protagonismo se
volvió en pesadilla pública y quizás una tormenta dentro del gabinete. ¿O no
habrá consecuencias para el secretario de la Marina, almirante Francisco
Saynez, quien por procedimiento, debe haber informado al presidente Felipe
Calderón de a quién habían capturado? Los Pinos estaba enterado, no hay duda.
La comunicación social del Gobierno está centralizada, sobre todo cuando se
trata de la guerra contra el narcotráfico. En este contexto, la Marina no sólo
engañó a la opinión pública, sino también al presidente Calderón y a su
gobierno.
El
impacto negativo no se quedará sólo en la Marina, sino golpea al Presidente e
indirectamente a la candidata presidencial Josefina Vázquez Mota. Pero la culpa
y la responsabilidad es del Gobierno en su conjunto, donde no hubo voces que
impidieran esa propaganda que rayaba en la ilegalidad y en cuyo frenesí
desbocado, la Marina y todo el Gobierno, quedaron exhibidos.
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