Leonardo Curzio / El Universal
El
domingo votaremos y se escribirá una nueva página en la historia del
país. No estoy seguro de que sea una página brillante, será una cargada
de nostalgias, desaires e intransigencias nunca digeridas, pero nueva
página al fin. La posibilidad de que el PRI regrese al poder es muy alta
y no es remoto el escenario de que tenga mayoría en el Congreso y gane
Chiapas y Jalisco (gobernadas por PRD y PAN respectivamente), pelee
fuerte por Morelos (hoy del PAN) y si no la tiene tan fácil en Tabasco y
Yucatán es seguro que dará pelea. Sólo la fortaleza perredista del DF y
el bastión panista de Guanajuato parecen inmunes a la marea roja.
Si
el domingo se confirman las tendencias que arrojan los sondeos, México
tendrá nuevamente un partido predominante con posibilidad de pasar a ser
hegemónico y una pregunta pertinente es por qué hemos llegado a esto.
La respuesta tiene tres componentes.
El
primero y más evidente es el profundo desgaste del gobierno panista (la
desaprobación según GEA ISA es 60%). A pesar de sus logros en política
exterior (COP 16, G-20, CELAC, TPP), de la estabilidad macroeconómica y
la edificación de una policía federal con capacidades reales de operar,
la gestión política y la narrativa del gobierno han sido desastrosas, a
juzgar por las cifras. Internamente las fracturas son descomunales. La
postura de Fox y Espino sólo se explican por una enorme descomposición
interna y el gobierno de Calderón se cruzó de brazos ante la andanada
que recibió la candidata panista a partir de febrero. Parece increíble
que el gobierno no vea que si Josefina se va al tercer lugar, el peso
mayor recaerá en el propio gobierno que sale derrotado en el tribunal de
las urnas.
El
segundo componente es el espacio político que AMLO le regaló al PRI. En
2006 el PRI llegó en tercer lugar y México se perfilaba a un sistema de
partidos propio de una democracia moderna, es decir, un sistema bipolar
izquierda/derecha que hubiese estrechado el espacio a un partido
ambiguo y contradictorio como el PRI. Inconsolable por su derrota, AMLO
decidió que antes que patria tenía partido y que la función opositora
(tan importante en una democracia como la de gobierno) era indigna de él
y prefirió ceder la función de líder de la oposición al liderazgo del
PRI en el Legislativo y concretamente a Beltrones, quien con astucia y
solvencia ocupó el espacio regalado por una izquierda dividida entre el
culto a la personalidad y su deber equilibrador de primer partido de
oposición. El resto de la historia es conocida: el PRI se ubicó como el
partido responsable y con sentido de Estado.
El
tercer componente es la habilidad del PRI para resolver tres temas. El
primero es mantenerse unido pese al segundo varapalo electoral (2000 y
2006), cosa poco frecuente en partidos con poca cohesión ideológica. El
PRI pudo perfectamente seguir en descomposición y sin embargo se mantuvo
bastante más unido que PAN y PRD. Buena parte de su estructura
corporativa y corrupta permaneció incólume y hoy la usan sin embozo para
pavimentar su regreso. El segundo es aprovechar el espacio que el PRD
les cedía y con habilidad se ha salvado de pagar la cuota de desgaste
(que en justicia le toca) por los pésimos gobiernos en muchas entidades y
una mayoría legislativa en San Lázaro que desde el 2009 bloqueó avances
trascendentes para el país. El tercero es el candidato. Aún hay voces
que minimizan las capacidades intelectuales de Peña y está claro que no
es culto, ni un político formado en una tradición teórica fuerte, pero
es innegable que es un operador político muy bien dotado (en esta última
fase está desfondando el voto del PAN con la artimaña de allí viene el
Peje) y un comunicador de estados de ánimo muy potente. Negar eso es
cerrar los ojos.
Yo
sigo creyendo que el mejor amigo de la libertad es evitar la
concentración de poder. Veremos qué deciden los electores el domingo.
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