Por Alejandro Calvillo * / EMEEQUIS
En forma
tibia, los candidatos a la Presidencia de la República han aludido al pesado
lastre que las prácticas monopólicas representan para nuestro país, como si se
tratase de una plaga de origen desconocido que simplemente espera la decisión
de erradicarla.
El
problema de fondo es que la mayoría de los monopolios en México han
crecido amparados por sus relaciones con el régimen en turno. La relación
entre gobierno y monopolios es tan sólida que para la mayor parte de los
políticos resulta estratégico “estar bien” con las grandes empresas, de la
misma manera que los grandes empresarios buscan “estar bien” con quienes
ejercen el poder o son serios aspirantes a ejercerlo.
Ese bienestar
mutuo significa hacerse favores al margen –y generalmente en detrimento– del
interés público.
El
resultado es un país dominado por prácticas oligárquicas, monopólicas,
con una economía por naturaleza injusta, sin competencia, con altos precios y
mala calidad en los servicios y productos que de cualquier manera son
contratados o adquiridos, porque no hay otras opciones. La economía se estanca,
se agravan las desigualdades y se impide el crecimiento.
En
México, los números son contundentes:
- Tres bancos dominan los servicios financieros
- Una empresa controla la red de conexión telefónica
- Dos grupos empresariales controlan la distribución de gas LP
- Tres empresas controlan el mercado del cemento
- Una empresa controla dos tercios de la producción de harina de maíz
- Tres empresas controlan la producción de pollo y huevo
- Dos empresas controlan 80 por ciento del mercado de leche
- Tres empresas dominan el mercado de carnes procesadas
- Dos empresas controlan el mercado de refrescos, jugos y agua envasados
- Una empresa controla la producción del pan industrializado
- Dos empresas controlan los canales de televisión abierta
- Dos empresas controlan la distribución de medicamentos….
Por los
impactos que esto causa a los consumidores y a la competitividad nacional, e
incluso a la democracia, muchos países han desarrollado herramientas para
frenar las prácticas monopólicas.
La
reforma a la Ley Federal de Competencia ha abierto la posibilidad de aplicar
multas realmente disuasorias. De hecho, se intentó aplicar la primera multa millonaria
a Telcel por reincidencia en prácticas anticompetitivas. Sin embargo,
integrantes de la propia Comisión Federal de Competencia votaron en contra de
esa sanción.
De esta
manera, diversas corporaciones de origen mexicano como Cemex, Telmex,
Televisa, Maseca, Bimbo y muchas otras, se han internacionalizado gracias a
las enormes ganancias que les genera un mercado cautivo como el mexicano.
¿Y acaso
los partidos políticos no se han convertido en un oligopolio, al monopolizar la
actividad política? ¿Cómo se pueden lograr sistemas que obliguen a los partidos
políticos a ser transparentes cuando sus propios integrantes son quienes
tendrían que votar en favor de una iniciativa que les obligaría a develar sus
oscuras prácticas internas?
En vez de
eso han cerrado el paso a las candidaturas realmente ciudadanas (muy distintas
a quienes ahora se autonombran “candidatos ciudadanos” por el sólo hecho de no
militar en el partido que los avala).
En este
escenario, ha sido refrescante la entrada a la escena política de los jóvenes
universitarios congregados en el movimiento Yo Soy 132, señalando
firmemente a Televisa y TV Azteca. Su demanda es clara: “Exigimos
competencia real en el mercado de medios de comunicación, en particular a
lo referente al duopolio televisivo”.
En
contraste con el gobierno y la clase política que no se han atrevido a actuar
ante las grandes televisoras, mostrando debilidad y temor –e incluso
complicidad–, el movimiento universitario avanza, de modo vigoroso, llama a las
cosas por su nombre y pone el dedo en la llaga.
México
requiere más movimientos ciudadanos que señalen sin temor a los monopolios,
y necesita, especialmente, políticos decididos a generar un marco institucional
que impida las prácticas monopólicas.
Hasta
ahora, los candidatos han aludido a estas prácticas como si se tratara de una
maleza que sólo requiere voluntad personal para ser arrancada. Esa voluntad es
necesaria, siempre y cuando no sea discrecional sino institucional, para crear
una política pública consistente y de largo alcance que elimine el peso
asfixiante de los monopolios que no sólo afectan nuestro bolsillo y calidad
de vida, sino también a nuestra endeble democracia.
*
Director de El Poder del Consumidor
(Con la colaboración de Gerardo Moncada)
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