viernes, 22 de junio de 2012

LA CUESTIÓN NACIONAL EN EL DEBATE ELECTORAL

Gilberto López y Rivas / La Jornada
La cuestión nacional, en la actual fase del desarrollo capitalista, se configura a partir de tres grandes ámbitos de relaciones políticas, sociales, económicas, ideológicas y culturales estrechamente relacionadas. El primero es la forma en que las clases y sus distintos sectores conforman un sistema de hegemonía nacional, ya sea como grupo dominante o subalterno en permanente conflicto. En ese marco, es importante analizar cómo se lleva a cabo la explotación de la gran mayoría de trabajadores y la obtención de la plusvalía por un grupo dominante, que en México no pasa de uno por ciento de la población. A su vez, es necesario dilucidar el carácter de la dominación de esa fuerza laboral, el papel del Estado en el ejercicio de la violencia sistémica por la vía directa de sus fuerzas armadas, o de la disciplinada adopción de estrategias imperiales que militarizan el país y utilizan sujetos desclasados, como criminales y paramilitares, todo lo cual ha ocasionado una guerra con cerca de 60 mil muertos, miles de desaparecidos y desplazados. Así, no se trata de adoptar una u otra política de seguridad, combatir la pobreza, o lograr una educación de calidad, y tantas otros ofertas de temporada expuestas en el espacio de la opacidad electoral, sin tomar en cuenta las realidades de la explotación capitalista en la transnacionalización neoliberal por la que actualmente atravesamos, donde la polarización entre pobres y ricos, hecho inherente al sistema, alcanza niveles exponenciales, y en la que la violencia estatal-delincuencial se intensifica y masifica en países como el nuestro, donde sus grupos dominantes incurren en una política de traición nacional, la cual pretende continuar Enrique Peña Nieto, con o sin la bendición del voto ciudadano.
El segundo ámbito de relaciones es la articulación de la nación con los sistemas mundiales de control económico, político y militar del bloque imperialista encabezado por Estados Unidos; el grado de dominio que las grandes corporaciones capitalistas ejercen sobre nuestra patria y sus recursos estratégicos y naturales; el control sobre su mano de obra, tanto aquí como del otro lado de la frontera norte. Aquí corresponde analizar los resultados desastrosos en México del Tratado de Libre Comercio (TLC), en todas las esferas de la economía, en la crisis del campo, en el fin de la autosuficiencia alimentaria, en el desmantelamiento de las pequeñas y medianas industrias, así como en la creciente pérdida de soberanía en otros rubros estratégicos, como los acuerdos militares y de seguridad, como ASPAN y la Iniciativa Mérida, que ni siquiera pasaron por el Congreso para su revisión y aprobación; o en la injerencia cada vez mayor de organismos de inteligencia estadunidenses en las fuerzas armadas y aparatos de seguridad mexicanos, con la espléndida justificación de la guerra contra el narco-terrorismo. Así, demandar tratos equitativos y relaciones de mutuo respeto, o aprovechar los 3 mil kilómetros de frontera común, sin tomar en cuenta la dependencia estructural subordinada de México a Estados Unidos, resulta, por lo menos, una quimera.
El tercer ámbito remite a la composición étnica y a las relaciones de género al interior de la nación, manifiesto en la presencia histórica y permanente de diversos pueblos indígenas, en la subsistencia del racismo, el sexismo y la discriminación de variados alcances, también intrínsecos al capitalismo; en la sobrevivencia de estructuras preferentes de explotación y dominación al interior de las clases, que González Casanova ha denominado colonialismo interno, que hace posible que los más excluidos y oprimidos sigan siendo, en pleno siglo XXI, los pueblos originarios, quienes, no obstante, resisten creativamente las políticas del capitalismo con base en autonomías de facto, en las que se ejercen formas renovadas de democracia directa que la clase política desprecia olímpicamente, observando a la alteridad sólo desde la óptica del paternalismo y los sujetos víctimas.
Estos diagnósticos de los grandes problemas nacionales que enfrentan millones de mexicanos, como la guerra y sus secuelas, la pobreza e incluso la miseria de más de la mitad de la población, en tanto que productos de la sobrexplotación capitalista, así como la violencia sin límites que pretende causar terror, la impunidad de los perpetradores de toda clase de crímenes, incluyendo de lesa humanidad, la injerencia y el dominio imperialistas, etcétera, son negados, diluidos, fragmentados, manipulados, aislados desde la distorsión electoral, de tal forma que el debate deviene en juego ilusorio, en una sala de espejos o en una reunión de autistas donde cada personaje expresa su versión del país, sin realmente escucharse entre sí, o tomar en cuenta a quienes los escuchan, sino más bien siguiendo una estrategia de campaña que los asesores o los propios candidatos conciben en función del valor de su producto en un mercadeo de votos mediado por los duopolios televisivos, las encuestas manipuladas y un IFE sin autoridad moral y política. Y sin embargo mi observación no constituye, en modo alguno, un llamado a la abstención.
Pero de ahí el hartazgo que se expresa en los jóvenes de #YoSoy132 y en quienes por décadas han tratado de cambiar el rumbo del país, desde muy diversas posiciones políticas e ideológicas, y algunos de ellos, a partir de todas las formas de lucha. Es alentador que la continuidad con las luchas sociales del pueblo mexicano se exprese explícitamente desde el movimiento juvenil que irrumpió en mayo. La memoria se constituye en acervo que servirá para paliar los ataques que ya están recibiendo desde el poder. Es evidente que lo fenoménico no puede ocultar lo estructural. Que los deseos no suplan el rigor del análisis para tener un plan B, en un escenario, nuevamente, de fraude y represión, recordando que sólo en el pueblo radica la soberanía de la nación.

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