El grueso
de los votantes griegos y de los partidos que se presentaban militaron en
bloque por la permanencia en la moneda única
Con esta crisis y los duros
rescates, el euro no cae: será que es más fuerte
La gestión de la UE enfada, pero
la mayoría apuesta por no sustituirla
Xavier Vidal-Folch / El País
El
principal derrotado de las elecciones griegas es el club de los enemigos del
euro. Porque el grueso de los votantes y de los partidos que se presentaban,
Syriza incluida, militaron en bloque por la permanencia de Grecia en la moneda
única. Otra cosa, de distinto nivel, es el grosor de la apuesta por renegociar
y suavizar el segundo plan de rescate vigente.
No es que
el euro, ni siquiera la Unión Europea (UE) sean indestructibles, irrevocables e
irreversibles. Contra lo que sugieren sus textos fundacionales, podrían
capotar, quebrar y disolverse. Y es sano, también para los europeístas más
fervientes, plantearse que ese escenario impensable es posible. Esa es una gran
lección de esta crisis.
Otra es
que hay algo más fracasado que el europeísmo: el antieuropeísmo. El peor
momento de los euroescépticos llegó en los noventa, cuando los últimos socios
escandinavos de la EFTA propiciada por Londres como rival meramente
librecambista de la Europa comunitaria, hoy UE, se rindieron y entraron en
esta.
El
segundo gran revés llegó ayer. Los decrépitos antieuropeos encontraron en la
eventual quiebra del euro un lema para resucitar. Y si en 10 años el éxito de
la moneda los empequeñeció, en los dos últimos, su pésima gestión los engrosó:
se ha formado un auténtico frente multiforme anti-euro, añadiendo a los
veteranos nuevos círculos académicos, jóvenes leones del progresismo
insatisfecho, y desorientados reconvertidos al nacionalismo, ese añejo
alcanfor.
Si con esta cruelísima crisis; con la dureza de los
planes de austeridad; con la indignación de los ciudadanos griegos; con la
escasa cintura del país líder; con la fatiga de los donantes a Grecia; con el
contagio del pesimismo a los países más unionistas; con el catastrofismo de
buena parte de la academia... si con todo ello la moneda única sólo exhibe
problemas brutales de arquitectura, gestión y mensaje, pero no ha muerto, es
que es mucho más fuerte de lo imaginado. Parafraseando a los clásicos: los
muertos que vos matáis gozan de [mala] salud.
Que
incluso podría mejorar. Hasta hoy, durante la campaña electoral, la Unión no
podía renegociar el rescate de Atenas: porque, como recordaba lúcidamente el
ex-consejero del BCE Lorenzo Bini Smaghi, no fue pactado con un Gobierno, sino
con un Estado, y habría favorecido a unos u otros. Ayer, antes incluso de
conocerse el resultado, ya el ministro de Exteriores alemán, Guido Westerwelle,
propugnaba suavizar algunos términos y plazos del pacto. La evidencia en los
últimos días de que el peligro de contagio sería mucho más devastador del
imaginado; el nuevo formato de rescate suave ensayado con España; y quizá el
recuerdo del enorme esfuerzo hecho por los griegos, que han reducido en dos
años su déficit primario (previo al pago de intereses) del 10,6% de 2009 al
2,2% en 2011, podrían ser las causas.
Pero las
razones profundas de la resistencia de la UE y de su moneda única a la
catástrofe y la desaparición son más trascendentales.
La primera es la conocida teoría del mal menor, el
coste de oportunidad, el escenario de la “no Europa”, el miedo a lo
desconocido... o a lo demasiado conocido. No entusiasma, es cierto. Pero
conviene recordar que fue ése el principal motivo para crear la Europa
comunitaria: huir de lo perpetrado, la rivalidad y guerra de los Estados-nación.
Y además, esa razón de prudencia ha sido mucho más fructífera que los proyectos
paneuropeos de gran lirismo, tantas veces autocráticos y siempre fallidos.
La
segunda es que una ruptura de la eurozona afectaría, y mucho, a la integridad
del mercado interior. Y la mella de éste, a la entera UE.
Pero la
razón clave para la continuidad y supervivencia radica en otro lugar: la
voluntad de los ciudadanos. Las últimas dos grandes encuestas, el Eurobarómetro
del Parlamento Europeo (Dirección C, 21 de mayo) y la del Pew Research Center
del 19 de mayo (www.pewresearch.org) demuestran sin paliativos que los europeos
están cada día más enfadados con la Unión, con el euro y con la gestión de
ambos. Pero que ni en la peor de las pesadillas apostarían por sus alternativas.
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