Francisco Valdés Ugalde / El Universal
La democracia contemporánea se funda en una
paradoja. Los optimistas la conciben como la expresión de ciudadanos
libres que se autogobiernan mediante representantes electos por todos
los ciudadanos en igualdad de circunstancias. Los pesimistas (que no son
sino optimistas bien informados), saben que la democracia es el
gobierno que imponen los políticos a la sociedad a partir de las
ventajas informacionales que les da su posición privilegiada desde
carreras profesionales y organizaciones encargadas de perseguir el
poder.
La paradoja consiste en que las dos ideas son ciertas.
Optimistas y pesimistas tienen razón. Normativamente la democracia
debería ser como lo pretenden los primeros. Ese sistema de gobierno
debería ser representativo de las preferencias de los electores y eficaz
en el cumplimiento de los mandatos que recibe de ellos. Debería,
también, ser capaz de actualizar su representatividad respecto de la
evolución de las preferencias ciudadanas en política pública para ser
efectivamente autogobierno. Aunque es utópico pensar en simultaneidad de
sincronización de preferencias y políticas, las técnicas contemporáneas
(por ejemplo, la comunicación digital) hacen posible una mayor cercanía
entre preferencias y políticas públicas. Se vale, entonces, aspirar a
esa democracia.
Pero para alcanzar tales alturas es necesario
encontrar un balance que limite el poder. El axioma que conduce a
plantarse esta necesidad es el siguiente: los individuos persiguen su
interés propio antes que el general, de ahí que llegados al poder deban
ser limitados por restricciones. Esas restricciones derivan de la fuerza
con que los intereses de quienes no ocupan el poder coexisten con los
de sus ocupantes. En un sentido moderno, esta fuerza se expresa en
reglas jurídicas, sociales y culturales que efectúan un balance entre
sociedad y gobierno para dar lugar a un tipo de Estado.
Así
pues, se vale ser optimistas pero no ingenuos. No se puede alcanzar el
propósito de los optimistas sin el realismo de los pesimistas. Por eso,
en esta época en la que se ha alcanzado la mayor extensión histórica de
la democracia, el problema político principal es cómo conseguir un
equilibrio constructivo de participación social en el ejercicio del
poder; cómo controlar el poder desde la sociedad; cómo garantizar que
ese poder sea plural, que no se torne autoritario y que a la vez sea
eficaz, y cómo evitar que el poder político sea capturado por intereses
especiales.
Entre las experiencias recientes se puede observar
una proliferación de movimientos y organizaciones no gubernamentales con
ese propósito y que intentan intervenir sobre la política pública y la
gestión de lo público en general. En algunos países se han
institucionalizado fórmulas que permiten que los ciudadanos intervengan
en decisiones colectivas de las comunidades locales y regionales, y
algunos sistemas políticos incorporan los mecanismos referendarios y
plebiscitarios.
Pero no se puede decir que se haya encaminado a
la política por un derrotero beneficioso para los ideales optimistas. Lo
que tienen en común estos mecanismos ejemplificados arriba con la
institución del voto, la más honda de la democracia, es que constituyen
hitos en intervalos de ejercicio de poder.
Las elecciones
periódicas definen periodos para la alternancia de las autoridades. Ya
sea que los ciudadanos los remuevan o decidan confirmarlos en sus
cargos, los intervalos electorales son ciclos de
alejamiento-acercamiento entre el poder y los ciudadanos. Una vez
electos, los políticos tienden a distanciarse y esto se revierte cuando
vuelven a requerir de los votos. Entonces se acercan a los ciudadanos.
Es un intervalo. La teoría actual de la democracia representativa tiene
entre sus corrientes la que sostiene que la reducción de este intervalo
es lo más importante. No solamente haciendo que los periodos entre
elecciones sean razonables para el servicio público y el control
ciudadano, sino también institucionalizando fórmulas que faciliten la
participación, el debate, la intervención y la decisión de los
ciudadanos en políticas públicas.
El aire fresco que los
estudiantes universitarios están inyectando en el enrarecido ambiente
político de México responde a la exigencia de cerrar los intervalos, de
aumentar su frecuencia y variedad de modalidades de intervención
ciudadana en la política. A diferencia de otros movimientos sociales,
#YoSoy132 no rompe con la política, a lo que aspira es a profundizarla, a
devolverle la naturaleza genuina que debería tener, según los
optimistas, a partir del realismo de los pesimistas.
Si de veras
estamos tan decepcionados de la política, más que nunca deberíamos
votar y, además, organizarnos para intervenir en el espacio colectivo
que comienza afuera de nuestros domicilios y nos concierne en toda la
línea. ¡No a la anulación del voto! Reducir los intervalos de
intervención política democrática significa inmiscuirnos en lo que
afecta nuestras vidas y que por necesidad delegamos en especialistas de
la decisión pública. Los estudiantes universitarios están poniendo el
dedo en la llaga. Sin tomar la iniciativa la paradoja no producirá una
realidad diferente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario