domingo, 3 de junio de 2012

EL INTERVALO DEMOCRÁTICO

Francisco Valdés Ugalde / El Universal
La democracia contemporánea se funda en una paradoja. Los optimistas la conciben como la expresión de ciudadanos libres que se autogobiernan mediante representantes electos por todos los ciudadanos en igualdad de circunstancias. Los pesimistas (que no son sino optimistas bien informados), saben que la democracia es el gobierno que imponen los políticos a la sociedad a partir de las ventajas informacionales que les da su posición privilegiada desde carreras profesionales y organizaciones encargadas de perseguir el poder.
La paradoja consiste en que las dos ideas son ciertas. Optimistas y pesimistas tienen razón. Normativamente la democracia debería ser como lo pretenden los primeros. Ese sistema de gobierno debería ser representativo de las preferencias de los electores y eficaz en el cumplimiento de los mandatos que recibe de ellos. Debería, también, ser capaz de actualizar su representatividad respecto de la evolución de las preferencias ciudadanas en política pública para ser efectivamente autogobierno. Aunque es utópico pensar en simultaneidad de sincronización de preferencias y políticas, las técnicas contemporáneas (por ejemplo, la comunicación digital) hacen posible una mayor cercanía entre preferencias y políticas públicas. Se vale, entonces, aspirar a esa democracia. 
Pero para alcanzar tales alturas es necesario encontrar un balance que limite el poder. El axioma que conduce a plantarse esta necesidad es el siguiente: los individuos persiguen su interés propio antes que el general, de ahí que llegados al poder deban ser limitados por restricciones. Esas restricciones derivan de la fuerza con que los intereses de quienes no ocupan el poder coexisten con los de sus ocupantes. En un sentido moderno, esta fuerza se expresa en reglas jurídicas, sociales y culturales que efectúan un balance entre sociedad y gobierno para dar lugar a un tipo de Estado. 
Así pues, se vale ser optimistas pero no ingenuos. No se puede alcanzar el propósito de los optimistas sin el realismo de los pesimistas. Por eso, en esta época en la que se ha alcanzado la mayor extensión histórica de la democracia, el problema político principal es cómo conseguir un equilibrio constructivo de participación social en el ejercicio del poder; cómo controlar el poder desde la sociedad; cómo garantizar que ese poder sea plural, que no se torne autoritario y que a la vez sea eficaz, y cómo evitar que el poder político sea capturado por intereses especiales. 
Entre las experiencias recientes se puede observar una proliferación de movimientos y organizaciones no gubernamentales con ese propósito y que intentan intervenir sobre la política pública y la gestión de lo público en general. En algunos países se han institucionalizado fórmulas que permiten que los ciudadanos intervengan en decisiones colectivas de las comunidades locales y regionales, y algunos sistemas políticos incorporan los mecanismos referendarios y plebiscitarios. 
Pero no se puede decir que se haya encaminado a la política por un derrotero beneficioso para los ideales optimistas. Lo que tienen en común estos mecanismos ejemplificados arriba con la institución del voto, la más honda de la democracia, es que constituyen hitos en intervalos de ejercicio de poder. 
Las elecciones periódicas definen periodos para la alternancia de las autoridades. Ya sea que los ciudadanos los remuevan o decidan confirmarlos en sus cargos, los intervalos electorales son ciclos de alejamiento-acercamiento entre el poder y los ciudadanos. Una vez electos, los políticos tienden a distanciarse y esto se revierte cuando vuelven a requerir de los votos. Entonces se acercan a los ciudadanos. Es un intervalo. La teoría actual de la democracia representativa tiene entre sus corrientes la que sostiene que la reducción de este intervalo es lo más importante. No solamente haciendo que los periodos entre elecciones sean razonables para el servicio público y el control ciudadano, sino también institucionalizando fórmulas que faciliten la participación, el debate, la intervención y la decisión de los ciudadanos en políticas públicas. 
El aire fresco que los estudiantes universitarios están inyectando en el enrarecido ambiente político de México responde a la exigencia de cerrar los intervalos, de aumentar su frecuencia y variedad de modalidades de intervención ciudadana en la política. A diferencia de otros movimientos sociales, #YoSoy132 no rompe con la política, a lo que aspira es a profundizarla, a devolverle la naturaleza genuina que debería tener, según los optimistas, a partir del realismo de los pesimistas. 
Si de veras estamos tan decepcionados de la política, más que nunca deberíamos votar y, además, organizarnos para intervenir en el espacio colectivo que comienza afuera de nuestros domicilios y nos concierne en toda la línea. ¡No a la anulación del voto! Reducir los intervalos de intervención política democrática significa inmiscuirnos en lo que afecta nuestras vidas y que por necesidad delegamos en especialistas de la decisión pública. Los estudiantes universitarios están poniendo el dedo en la llaga. Sin tomar la iniciativa la paradoja no producirá una realidad diferente.

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