El
desastre se originó en Bruselas, Fráncfort y Berlín, al crear un sistema monetario defectuoso
La solución a la crisis, si es
que existe alguna, tendrá que llegar de los mismos lugares
Entonces, ¿cómo se metió Grecia
en tantos problemas? Culpen al euro.
Al estallar la burbuja, los
fallos esenciales de todo el sistema del euro se hicieron demasiado evidentes
Paul Krugman / El País
Desde que
Grecia cayó en picado, hemos oído hablar mucho de lo que no va bien en todo lo
que sea griego. Algunas de las acusaciones son ciertas, y otras son falsas,
pero todas ellas son irrelevantes. Sí, existen importantes fallos en la
economía griega, en su política, y, sin duda alguna, en su sociedad. Pero estos
fallos no son los que causaron la crisis que está desgarrando a Grecia, y que
amenaza con extenderse por Europa.
No, los
orígenes del desastre se encuentran más al norte, en Bruselas, Fráncfort y
Berlín, donde las autoridades crearon un sistema monetario profundamente
defectuoso —y quizás abocado a morir— y luego agravaron los problemas de ese
sistema sustituyendo el análisis por las lecciones de moral. Y la solución a la
crisis, si es que existe alguna, tendrá que llegar de los mismos lugares.
Por
tanto, veamos esos defectos griegos: sin duda alguna Grecia tiene mucha
corrupción y mucha evasión fiscal, y el Gobierno griego tiene por costumbre
vivir por encima de sus posibilidades. Más allá de eso, la productividad
laboral griega es baja de acuerdo con los niveles europeos, ya que es inferior
en un 25% a la media de la Unión Europea. Sin embargo, vale la pena señalar que
la productividad laboral en, vamos a decir, Misisipi, es más o menos igual de
baja según los niveles estadounidenses, y más o menos por el mismo margen.
Por otra parte, muchas cosas de las que oyen sobre
Grecia no son ciertas. Los griegos no son vagos; al contrario, trabajan más
horas que casi todo el mundo en Europa, y muchas más horas que los alemanes en
concreto. Grecia tampoco tiene un Estado del bienestar desenfrenado, como les
gusta afirmar a los conservadores; el gasto social como porcentaje del producto
interior bruto (PIB), la medida habitual del tamaño del Estado del bienestar,
es considerablemente más bajo en Grecia que en, digamos, Suecia o Alemania, que
son países que hasta ahora han capeado la crisis europea bastante bien.
Hace 15
años, Grecia no era un paraíso, pero tampoco estaba en crisis. El desempleo era
elevado pero no era catastrófico, y el país más o menos se valía por sí mismo
en los mercados mundiales, ya que ganaba lo bastante con las exportaciones, el
turismo, los barcos y otras fuentes como para pagar más o menos sus
importaciones.
Luego
Grecia se incorporó al euro, y sucedió algo terrible: la gente empezó a creer
que era un lugar seguro para invertir. Entró dinero extranjero en Grecia, una
parte de él, pero no todo, para financiar los déficits del Gobierno; la
economía se aceleró; la inflación aumentó; y Grecia perdió cada vez más
competitividad. Sin lugar a dudas, los griegos despilfarraron mucho, si no la
mayor parte, del dinero que entraba a raudales, pero también es verdad que
todos los que quedaron atrapados en la burbuja del euro hicieron lo mismo.
Y luego
estalló la burbuja, y en ese momento, los fallos esenciales de todo el sistema
del euro se hicieron demasiado evidentes.
Pregúntense por qué la zona dólar —también conocida
como Estados Unidos de América —funciona más o menos, sin las graves crisis
regionales que afligen ahora a Europa. La respuesta es que tenemos un Gobierno
central fuerte, y las actividades de este Gobierno proporcionan a todos los
efectos rescates automáticos a los Estados que se meten en problemas.
Piensen,
por ejemplo, en lo que podría estar sucediendo en Florida ahora mismo, tras su
enorme burbuja inmobiliaria, si el Estado tuviera que sacar el dinero para la
Seguridad Social y Medicare de sus propios ingresos que se vieron reducidos
repentinamente. Por suerte para Florida, es Washington en vez de Tallahassee
quien se está haciendo cargo de la factura, lo que significa que Florida está
recibiendo a todos los efectos un rescate a una escala que ningún país europeo
podría soñar.
O piensen
en un ejemplo más antiguo, la crisis de las cajas de ahorros de la década de
1980, que fue en gran medida un problema de Tejas. Los contribuyentes acabaron
pagando una enorme suma para resolver el lío, pero la inmensa mayoría de esos
contribuyentes estaba en otros Estados que no eran Tejas. Una vez más, el
Estado recibió un rescate automático a una escala inconcebible en la Europa
moderna.
Por eso
Grecia, aunque no exenta de culpa, se encuentra en apuros principalmente debido
a la arrogancia de las autoridades europeas, en su mayoría procedentes de
países más ricos, que se convencieron de que podrían hacer que funcionase una
moneda única sin un Gobierno único. Y estas mismas autoridades han empeorado la
situación al insistir, a pesar de las pruebas, en que todos los problemas de la
moneda estaban causados por el comportamiento irresponsable de esos europeos
del sur, y que todo funcionaría si la gente estuviera dispuesta a sufrir un
poco más.
Lo que
nos lleva a las elecciones del domingo en Grecia, que acabaron por no
solucionar nada. Puede que la coalición de Gobierno haya logrado mantenerse en
el poder, aunque ni siquiera eso queda claro (el segundo socio de la coalición
está amenazando con abandonarla). Pero, de todas maneras, los griegos no pueden
resolver esta crisis.
La única
forma en la que el euro podría —podría— salvarse es si los alemanes y el Banco
Central Europeo se dan cuenta de que son ellos los que tienen que cambiar su
comportamiento, gastar más y, sí, aceptar una inflación más elevada. Si no,
bueno, pues Grecia pasará a la historia como la víctima del orgullo desmedido
de otros países.
Paul
Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel 2008.
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