La derecha estadounidense incluye las prisiones en
su campaña en favor de las privatizaciones
La privatización puede funcionar
como una forma sigilosa de endeudamiento público
Paul Krugman / El País
A lo
largo de los últimos años, The New York Times ha publicado varios
informes aterradores sobre el sistema de casas de reinserción de Nueva Jersey,
que están dirigidas de forma privada y que complementan el sistema normal de
prisiones. La serie es un modelo de informes de investigación que todo el mundo
debería leer, pero que también debería observarse en un contexto. Los horrores
que describe forman parte de una pauta más amplia en la que las funciones
básicas de gobierno se están privatizando y deteriorando.
Antes que
nada, respecto a esas casas de reinserción: en 2010, Chris Christie, el
gobernador del Estado —que mantiene unos vínculos personales estrechos con Community
Education Centers, el mayor operador de estas instalaciones, y que antes
trabajó como miembro de un grupo de presión para el grupo— describía las
operaciones de la empresa como “una representación de lo mejor del espíritu
humano”. Pero los informes de The Times describen, en cambio, algo más
parecido a un infierno en la tierra: un sistema mal dirigido, sin personal
suficiente y con unos trabajadores desmoralizados, del que los individuos más
peligrosos escapan con frecuencia para causar estragos, mientras que los
delincuentes relativamente poco peligrosos se enfrentan al terror y a los
abusos por parte de otros internos.
Es una
historia terrible, pero, como dije, tienen que verla en un contexto más amplio,
en el de una campaña en todo el país de la derecha estadounidense para
privatizar las funciones de gobierno, que incluye el funcionamiento de las
cárceles. ¿Qué hay detrás de esta campaña?
Podríamos
sentirnos tentados a decir que refleja la fe de los conservadores en la magia
del mercado, en la superioridad de la competencia del libre mercado sobre la
planificación del Gobierno. Y sin duda alguna, es la forma en la que a los
políticos de derechas les gusta enfocar el asunto.
Pero si lo pensamos, aunque solo sea un minuto, nos
damos cuenta de que lo único que las empresas que forman el complejo industrial
penitenciario —como Community Education o el gigante de las cárceles
privadas Corrections Corporation of America— no están haciendo desde
luego es competir en un libre mercado. En lugar de eso, viven de los contratos
públicos. No existe ningún mercado libre aquí, y no existe, por tanto, ninguna
razón para esperar alguna mejora mágica en la eficiencia.
Y, como
era de esperar, a pesar de las numerosas promesas de que la privatización de
las cárceles daría lugar a un enorme ahorro de costes, ese ahorro —como
concluía un exhaustivo estudio de la Oficina de Asesoría Jurídica, que forma
parte del Departamento de Justicia— “sencillamente no se ha materializado”. Si
los operadores de prisiones privados logran ahorrar dinero, es mediante
“reducciones de personal, prestaciones y otros costes relacionados con el
trabajo”.
Así que,
veamos: las cárceles privatizadas ahorran dinero empleando a menos guardias y a
menos trabajadores, y pagándoles mal. Y luego tenemos historias terribles sobre
la forma en que se dirigen estas cárceles. ¡Qué sorpresa! Entonces, ¿qué hay
detrás de la campaña para privatizar las cárceles, y casi todo lo demás?
Una
respuesta es que la privatización puede funcionar como una forma sigilosa de
endeudamiento público, en la que los Gobiernos evitan registrar gastos por
adelantado (o incluso recaudan dinero vendiendo las instalaciones existentes)
mientras aumentan los costes a largo plazo de forma que los contribuyentes no
pueden ver. Oímos hablar mucho de las deudas ocultas en que los Estados han
incurrido en forma de pensiones de jubilación; pero no oímos hablar mucho de
las deudas ocultas que se están acumulando actualmente en forma de contratos a
largo plazo con empresas privadas contratadas para dirigir las cárceles, los
colegios y más establecimientos. Otra respuesta es que la privatización es una
manera de deshacerse de los empleados públicos, que tienen la costumbre de
sindicarse y que tienden a votar a los demócratas en cualquier caso.
Pero la
respuesta principal, sin duda alguna, es seguir el dinero. Da igual lo que la
privatización supone o no para los presupuestos estatales; piensen, en cambio,
en lo que supone para los fondos de las campañas y las finanzas personales de
los políticos y sus amigos. A medida que se privatizan cada vez más funciones
públicas, los Estados se convierten en paraísos en los que hay que pagar para
poder participar, en los que tanto las contribuciones políticas como los
contratos para los amigos y los familiares se convierten en un quid pro quo
para conseguir negocios públicos. ¿Las empresas se están apoderando de los
políticos, o son los políticos los que se están apoderando de las empresas?
¿Tiene alguna importancia?
Ahora
alguien señalará seguramente que el Gobierno no privatizado también tiene sus
problemas de influencia excesiva, que los sindicatos de guardias de prisiones y
de maestros también tienen influencia política, y que esta influencia
distorsiona a veces la política pública. Me parece bien, pero esa influencia
tiende a ser relativamente transparente. Todo el mundo conoce esas pensiones
públicas posiblemente excesivas; fue necesaria una investigación de The
Times durante varios meses para sacar a la luz el informe del infierno de
las casas de reinserción de Nueva Jersey.
Por
tanto, la cuestión es que no deben suponer que lo que The Times
descubrió sobre la privatización de las cárceles en Nueva Jersey es un caso
aislado de mala conducta. Por el contrario, casi con toda seguridad es un
destello de una realidad paulatina y generalizada, de un nexo corrupto entre la
privatización y la influencia que está debilitando al Gobierno en gran parte de
EE UU.
Paul
Krugman es
profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de 2008.
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