sábado, 30 de junio de 2012

LAS PRIMERAS ELECCIONES

Emilio Zebadúa / El Universal
Este domingo 1 de julio será la primera elección presidencial en la que no esté en juego la definición de nuestra democracia. Su importancia estriba más bien en la selección del equipo gobernante que tendrá que resolver los grandes problemas de México.
En las elecciones anteriores, las del 2000 y 2006 y, de una manera fundacional, en la de 1988, lo que se definía era el tipo de régimen para el país. Primero, la alternativa fue (1988, 2000) entre un gobierno-de-un-solo-partido y la alternancia a través de alguna expresión de la sociedad civil (PAN, PRD). En la segunda ocasión (2006), la opción que hubo en la boleta fue entre esas dos fuerzas políticas disputándose la representación nacional —a partir de ciertas diferencias sociales que las conformaban.
Pero la democracia como régimen ya quedó consolidada en nuestro país. Las decisiones sobre el grupo gobernante se resuelven en elecciones organizadas por el Estado, e independientemente de críticas o incluso protestas, las instituciones encargadas de ello (IFE, TEPJF, autoridades estatales) existen y son funcionales. Después de dos sexenios de alternancia en la Presidencia, y de un sistema partidista plural, competitivo y federalista de gobiernos divididos, separación de Poderes, con organismos autónomos encargados de partes del ejercicio del poder, en las elecciones ya no está en juego la democracia o el tipo de régimen. La importancia de las elecciones en México ahora recae en la selección del líder y el equipo de trabajo gobernante que se harán cargo de la solución a una serie de temas estratégicos que conforman la agenda nacional —crecimiento y competitividad, empleo y seguridad social, relaciones con Estados Unidos, lucha contra el narcotráfico, calidad educativa, quizás algún otro.
Con el voto de la mayoría se definirá quién se hará cargo de la administración del gobierno en los próximos años. El resultado democrático revelará —desde la perspectiva de las élites y la población en general— a quién se considera con mayor capacidad para gobernar el país en la coyuntura actual, con los problemas concretos que hoy enfrenta la sociedad.
Si se acepta la comparación, las elecciones del 1 de julio son similares o equivalentes a las que se realizan rutinariamente en Estados Unidos o en los países de Europa Occidental. Tienen la misma naturaleza y cumplen el mismo fin. El voto no tiene ya el propósito de modificar el régimen político y los cambios en el partido en el poder, cuando se dan, son cambios en el personal dirigente y, a lo más, cambios en algunas de las políticas públicas. La decisión popular gira alrededor de la continuidad o el cambio (Obama versus los ocho años de crisis fiscal de Bush; Hollande versus la política monetaria de Merkel-Sarkozy), y las élites generalmente son las que deciden, de votarse así, qué tan profundo será dicho cambio.
Aun con estas consideraciones, la importancia de esta elección presidencial y del Congreso no puede minimizarse. La dimensión de los problemas que enfrenta el país exige decidir si debe haber continuidad o cambio, y en su caso qué tipo de cambio.
Se debe elegir al candidato que represente la opción más eficaz para organizar un gobierno, impulsar la competitividad y garantizar los equilibrios políticos en cada tema de la agenda y sector de la sociedad. Por ello, en esta elección del domingo el voto de cada ciudadano es determinante.

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