Lo que hemos visto en Europa es una rebelión de los
votantes contra las propuestas convencionales
Con la crisis, la UE también se
convirtió en blanco de la ira popular
Es políticamente insostenible subordinar
a la sociedad a teorías económicas
Shlomo Ben Ami / El País
En última
instancia, la economía, en especial las teorías económicas, siempre conducen
hacia imperativos políticos. Por esta razón, el rápidamente cambiante panorama
político de Europa, reformado por insurrecciones electorales en Francia y en
Grecia en contra de la austeridad fiscal respaldada por Alemania, también está
destinado a afectar las políticas económicas de Europa.
Dicho
imperativo ha estado en funcionamiento durante el desarrollo de la historia
europea posterior a la Segunda Guerra Mundial. De hecho, por sí solo el
desplazamiento de Europa de lo que fue la modesta unión aduanera de la
Comunidad Económica Europea hacia el mercado único y la moneda común de la
actual Unión Monetaria Europea fue un movimiento fundamentalmente político, y,
por supuesto, un movimiento con implicaciones estratégicas. Francia quería
doblegar el poder alemán al atarlo al proyecto europeo, y Alemania estaba
dispuesta a sacrificar al marco alemán a fin de lograr que Francia aceptase a
una Alemania unificada, pesadilla del pasado reciente de Europa.
Sin duda,
una Alemania económicamente robusta es vital para el proyecto europeo, aunque
sea sólo porque la historia ha demostrado cuán peligrosa puede ser una Alemania
descontenta. De hecho, gracias al euro, y al mercado cautivo europeo que viene
junto al euro, Alemania hoy en día es el segundo mayor exportador del mundo
(China superó a Alemania en el año 2009).
Sin
embargo, a Europa siempre le ha sido difícil llegar a aceptar a una Alemana
excesivamente segura de sí misma, por no decir arrogante. La actual crisis
política en Europa demuestra que las recetas de austeridad dictadas a la
endeudada periferia de Europa por la canciller Angela Merkel,
independientemente de cuán sensatas podrían ser en abstracto, se muestran como
una imposición por parte de Alemania. La preocupación para muchos no es sólo el
histórico “problema alemán” que tiene Europa, sino también la probabilidad de
que Alemania pueda llegar a exportar al resto de Europa los fantasmas de
políticas radicales y nacionalismo violento que ha superado por su éxito
económico.
Una vez que la crisis se convirtió en una triste
realidad cotidiana para millones de desempleados, en particular para la que
parece ser una generación perdida de jóvenes europeos sin empleo, las
instituciones de la UE también se convirtieron en blanco de la ira popular. Sus
insuficiencias —encarnadas en un engorroso sistema de gobierno, y en cumbres
diplomáticas interminables y no concluyentes— y su falta de legitimidad
democrática están siendo repudiadas por millones de votantes en todo el
continente.
La
experiencia de Europa ha demostrado que es políticamente insostenible
subordinar a la sociedad a teorías económicas. La vulnerabilidad y frustración
que emergen cuando el sistema político fracasa en lo referente a ofrecer
soluciones se constituyen en las bases sobre las cuales, de manera constante,
surgen movimientos radicales con la finalidad de ofrecer soluciones fáciles.
Como
concomitante de este tipo de cortocircuito entre líderes de los partidos
mayoritarios y votantes, siempre se encuentran políticas que tienden a
reafirmar la identidad étnica, y a hacer surgir sentimientos ultranacionalistas
y de intolerancia absoluta. El expresidente francés Nicolas Sarkozy terminó
tratando de apelar, de manera desesperada, a estos mismísimos sentimientos como
último esfuerzo para evitar su muerte política.
Lo que
hemos visto en toda Europa en los últimos tiempos es una rebelión de los
votantes en contra de la política convencional. En la primera ronda de las
elecciones presidenciales francesas, la extrema derecha y la extrema izquierda
recibieron más del 30% de los votos, y el Frente Nacional anti-Unión Europea de
Martine Le Pen amenazó con suplantar al partido de centro-derecha Unión por un
Movimiento Popular y constituirse en el nuevo partido político dominante que
represente a la derecha del país. En Grecia, la peligrosa fragmentación del
sistema de partidos políticos en una serie de grupos más pequeños, junto con la
sólida aparición de una nueva izquierda anti-austeridad —encarnada en el
partido Tsipras liderado por Alexis Syriza— y de una derecha neo-nazi, ha
sumido a la gobernabilidad en un estado de parálisis total.
Irónicamente,
la relajación del dogma de austeridad que las protestas civilizadas de los
partidos dominantes en la Europa periférica no pudieron alcanzar podría
producirse como resultado de las políticas arriesgadas propuestas por la
izquierda radical griega. A través de su patente rebelión contra la austeridad
dictada por Alemania, y al hacer que la retirada griega de la zona euro sea una
posibilidad creíble, Syriza logra que se encuentre más cerca que nunca el
colapso caótico del euro en la periferia de Europa y posiblemente más allá de
dicha periferia. Al afirmar de manera insistente que se debe elegir entre dos
ámbitos, ya sea los nuevos términos para el rescate griego o un escenario
apocalíptico, Syriza podría estar creando la posibilidad de que se lleve a cabo
una resolución cuasi-keynesiana de la crisis europea.
Tsipras podría ser considerado como “impetuoso” por
sus principales adversarios del centroizquierdista Pasok y el centroderechista
Nueva Democracia; sin embargo, su planteamiento no es irracional. La lectura de
la realidad que realiza Tsipras es bastante moderada: el plan de austeridad se
ha convertido en una autopista que llevaría a sus compatriotas al infierno social,
y que probablemente condenaría a Grecia a permanecer durante largos años en un
estado de depresión ruinosa, durante los cuales se encontraría permanentemente
endeudada, además, de que tal plan podría conducir a un desmoronamiento de la
democracia.
Con el
tiempo, la ahora legendaria obstinación de Merkel podría tener que sucumbir
ante los imperativos de la política. Una cosa es hacer caso omiso al
llamamiento a políticas económicas más flexibles realizado por José Manuel
Barroso, presidente de la Comisión Europea, y otra muy distinta desestimar,
porque sí, el poderoso mensaje proveniente de los votantes franceses y griegos.
Tampoco
se torna en un leve dolor de cabeza político para Merkel tener que hacer frente
a una alianza antiausteridad entre el primer ministro italiano Mario Monti y el
nuevo presidente francés François Hollande. La capacidad de España para
soportar una “cura” de austeridad que sólo la hunde más profundamente en la
recesión también debe tener sus propios límites.
Por todo
lo expuesto, ahora el Ministerio Federal de Finanzas de Alemania, que se
muestra como el guardián de la rectitud fiscal, está considerando medidas como
usar el Banco Europeo de Inversiones para fomentar el crecimiento, la emisión
de “bonos de proyecto” de la Unión Europea para financiar inversiones en
infraestructuras, y permitir que los salarios en Alemania aumenten a un ritmo
más rápido en comparación con los del resto de Europa. La inminente, y de hecho
inevitable, victoria de la política sobre las teorías económicas recalcitrantes
podría estar muy cerca.
Shlomo
Ben-Ami, ex
ministro de relaciones exteriores de Israel, es actualmente vicepresidente del
Centro Internacional de Toledo para la Paz. Es también autor del libro Cicatrices
de guerra, heridas de paz: La tragedia árabe-israelí.
Traducido
del inglés por Rocío L. Barrientos.
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