ROGELIO RAMÍREZ DE LA O. / EL UNIVERSAL
Aunque a primera vista la economía mexicana está sólida
y no presenta mayores dificultades para la siguiente administración, en
realidad es una verdad a medias. Hay un buen "equilibrio"
macroeconómico, pues los principales indicadores financieros están bien y
estables, pero, en su contraparte, el crecimiento del producto y del
empleo es bajo. Esto significa que un crecimiento más acelerado y
sostenido durante varios años rompería el equilibrio. Por una parte,
requeriría aumentar el gasto de inversión pública, sobre todo para
infraestructura, lo cual elevaría el déficit fiscal, a menos que se
reduzca simultáneamente el gasto corriente.
Hoy, por ejemplo, con datos hasta mayo, el gasto del
sector público se disparó en 14%, es decir, más de 500 mil millones de
pesos si se mantiene para el resto del año. Los servicios personales de
sólo cinco meses representaron 359 mil millones de pesos, más que toda
la recaudación de Impuesto Sobre la Renta y el IETU. En estas
condiciones la flexibilidad fiscal es nula para cualquier aumento de
gasto.
En caso de que el precio del petróleo o que el volumen
de producción baje, la presión fiscal sería mayor y este año el precio
ha sido muy alto, de 109 dólares por barril, sin reflejarse en mayores
ahorros públicos.
Por el lado de las cuentas externas, acelerar el
crecimiento implica un mayor déficit en la cuenta corriente. Dicho
déficit se expande rápidamente con cualquier caída de precios del
petróleo o debido a cualquier aceleración en la tasa de crecimiento de
la demanda interna. Lo anterior es fácil de entender cuando a la
economía le falta competitividad. En nuestro país los salarios son muy
competitivos y la productividad de los trabajadores empleados
manufactureros es alta.
Pero los precios en muchos sectores de alta
concentración son exagerados y eso presiona los costos de producir en
México. Mientras los precios monopólicos se mantengan altos las empresas
van a preferir importar los productos que requieran, en vez de aumentar
la fabricación en el país.
Lo apretado de las cuentas fiscales resulta en falta de
espacio de maniobra para que el gobierno intente una política fiscal
expansiva si cae la demanda externa. Y sumado a lo sensible del déficit
corriente externo al precio del petróleo y a la demanda interna resulta
en un equilibrio precario. Para mantener este equilibrio sin aumentar el
déficit fiscal o el déficit corriente externo, la tasa de crecimiento
de la economía debe ser baja.
Hasta ahora los gobiernos del PAN prefirieron la
estabilidad macroeconómica al mayor crecimiento. Por esa razón el récord
que entregan es muy pobre para el potencial de México, de sólo 2.0% de
crecimiento del PIB anualmente entre 2001 y 2011.
Desde luego, en este período hubo dos recesiones
globales, una en 2001 y la otra en 2009, pero es difícil que en la era
que vivimos haya crecimiento global sin caídas. El hecho es que México
creció menos que Brasil (3.6%), Argentina (5.0%), Chile (4.1%) o Perú
(5.8%) en ese mismo período.
El PAN no intentó escapar de este equilibrio de bajo
crecimiento y explorar uno de mayor crecimiento, pues ello hubiera
requerido aumentar la recaudación, reducir el gasto corriente y
controlar los precios exagerados de monopolios y oligopolios.
Cualquier nuevo gobierno enfrenta el mismo problema y,
como el PAN, tendrá sus limitaciones políticas propias. Sus riesgos, sin
embargo, serán mayores a los del PAN, pues los problemas de un
crecimiento muy bajo son acumulativos. Incluyen una caída en la
producción de petróleo y una situación social con mayores presiones.
rograo@gmail.com
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