domingo, 8 de julio de 2012

LA REPÚBLICA DE LAS MINORÍAS

Francisco Valdés Ugalde / El Universal


 




En los próximos seis años nos gobernará la minoría más grande, la que ganó el Poder Ejecutivo.
Se reitera una vez más: México no elige mayorías desde 1997. El pluralismo es la marca fundamental de la democratización del país.





También lo es la resistencia de las élites políticas a abrir el paso a la reforma del régimen de gobierno y del Estado para reconciliarlos con la democracia.
El problema sigue siendo cómo cohabitar en el ejercicio del poder en un régimen de Estado hecho desde 1933 para que eso no ocurra.
Y el dilema al que conduce es el de efectuar una reforma del Estado y en qué sentido.
Tres son los hechos más relevantes. El PRI conquista el Ejecutivo pero no obtiene el carro completo que buscó en la campaña, lo que lo obligará a parlamentar en ambas cámaras del Congreso.
El PAN se desplomó, de partido gobernante a tercer sitio en la Cámara de Diputados y segundo en el Senado, con dos retrocesos estatales, Jalisco y Morelos.
El PRD pierde la presidencial a menos de siete puntos del PRI pero obtiene el segundo lugar en San Lázaro y el tercero en el Senado, gana de calle en la capital y en tres estados.
Habrá que esperar los datos por distrito para analizar más concienzudamente los saldos de perdedores y ganadores del sistema mixto vigente (mayoría más representación proporcional), pero todo indica que el comportamiento de los electores continuará presionando hacia alianzas y negociaciones que tendrían que resultar lógicamente en un sistema de representación de mayor proporcionalidad que la permitida actualmente por la rigidez del sistema mayoritario.
La lógica pocas veces coincide con la política, así que está por verse. La irrupción del movimiento #YoSoy132 en el escenario habla de sectores sociales cuya inconformidad con el statu quo político ha crecido y han decidido canalizarla por cuenta propia.
Se abre una etapa que remontará la decepción y la irritación a propósito del alejamiento de los partidos políticos de la sociedad y presionará para volverlos entidades controlables, transitables para la ciudadanía que exige de ellos mejor y mayor calidad en la representación y que salgan de la encerrona en el poder en la que se han metido.
Si no lo hacen van a enfrentar trabas enormes para su crecimiento como agentes de la ciudadanía democrática, especialmente en las regiones en donde cada uno de ellos es menos creíble y competitivo.
De este modo, si bien el nuevo gobierno contará con la fuerza que le da al PRI la gobernación de la mayoría de las entidades federativas, su verdadero problema es encontrar cómo gobernar siendo la más grande minoría y evitar pretenderse mayoría.
No hacerlo será un error político y moral de consecuencias. Lo mismo ocurriría con quienes cedan a sus pretensiones sin recordarle, una y otra vez, que avanzar en la gobernabilidad democrática requiere plantearse la cuestión del régimen político, que es, en sí mismo, y no por su falta de pluralidad sino por su anacronismo, la mayor dificultad para conciliar a los mexicanos.
Es falso que en un país sin gobierno unificado no sea posible llegar a acuerdos en los asuntos más importantes.
Es igualmente falso que un gobierno fuerte y mayoritario sea la clave para la buena gobernanza y las buenas políticas.
Esto depende de la organización del régimen de poder. La nuestra es tan deficitaria que buscar reconstruirla a partir de la exclusión, de apilar a las minorías perdedoras (que son la mayoría) fuera del ejercicio de gobernar el país durante los próximos seis años es una idea suicida.
Por lo pronto viene la operación de limpieza electoral que debe ser suficientemente objetiva y convincente para no dejar sombra de duda de que los resultados electorales no fueron inflados por la coacción a los votantes.
De no producirse esta convicción en suficiencia por su peso público se arrastrará un déficit de legitimidad, si bien no tan pesado como el que afectó la presidencia de Calderón.
La tarea de modificar el régimen de gobierno es perentoria. Los municipios siguen siendo el último eslabón del poder cuando deberían ser el origen de la comunidad política, los congresos locales en su mayor parte son aparatos controlados por los ejecutivos, al igual que los poderes judiciales estatales.
El federalismo está hecho trizas, fiscal y políticamente hablando, y la cuenta sigue.
En los tres principales partidos políticos hay fuerzas que han sostenido la necesidad de reformas políticas pero no han convencido a los duros que tienen la sartén por el mango.
Es necesario que tomen la iniciativa no solamente entre sus correligionarios, sino transversalmente, para hacer valer el cumplimiento de esta asignatura pendiente. El país lo exige, ahí están ánimos plasmados en hechos y datos. No hay más ciego que el que no quiere ver.

 

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