También lo es la resistencia de las élites
políticas a abrir el paso a la reforma del régimen de gobierno y del Estado
para reconciliarlos con la democracia.
El problema sigue siendo cómo cohabitar en el
ejercicio del poder en un régimen de Estado hecho desde 1933 para que eso
no ocurra.
Y el dilema al que conduce es el de efectuar
una reforma del Estado y en qué sentido.
Tres son los hechos más relevantes. El PRI
conquista el Ejecutivo pero no obtiene el carro completo que buscó en la
campaña, lo que lo obligará a parlamentar en ambas cámaras del Congreso.
El PAN se desplomó, de partido gobernante a
tercer sitio en la Cámara de Diputados y segundo en el Senado, con dos
retrocesos estatales, Jalisco y Morelos.
El PRD pierde la presidencial a menos de siete
puntos del PRI pero obtiene el segundo lugar en San Lázaro y el tercero en
el Senado, gana de calle en la capital y en tres estados.
Habrá que esperar los datos por distrito para
analizar más concienzudamente los saldos de perdedores y ganadores del
sistema mixto vigente (mayoría más representación proporcional), pero todo
indica que el comportamiento de los electores continuará presionando hacia
alianzas y negociaciones que tendrían que resultar lógicamente en un
sistema de representación de mayor proporcionalidad que la permitida
actualmente por la rigidez del sistema mayoritario.
La lógica pocas veces coincide con la política,
así que está por verse. La irrupción del movimiento #YoSoy132 en el
escenario habla de sectores sociales cuya inconformidad con el statu quo
político ha crecido y han decidido canalizarla por cuenta propia.
Se abre una etapa que remontará la decepción y
la irritación a propósito del alejamiento de los partidos políticos de la
sociedad y presionará para volverlos entidades controlables, transitables
para la ciudadanía que exige de ellos mejor y mayor calidad en la
representación y que salgan de la encerrona en el poder en la que se han
metido.
Si no lo hacen van a enfrentar trabas enormes
para su crecimiento como agentes de la ciudadanía democrática,
especialmente en las regiones en donde cada uno de ellos es menos creíble y
competitivo.
De este modo, si bien el nuevo gobierno contará
con la fuerza que le da al PRI la gobernación de la mayoría de las
entidades federativas, su verdadero problema es encontrar cómo gobernar
siendo la más grande minoría y evitar pretenderse mayoría.
No hacerlo será un error político y moral de
consecuencias. Lo mismo ocurriría con quienes cedan a sus pretensiones sin
recordarle, una y otra vez, que avanzar en la gobernabilidad democrática
requiere plantearse la cuestión del régimen político, que es, en sí mismo,
y no por su falta de pluralidad sino por su anacronismo, la mayor
dificultad para conciliar a los mexicanos.
Es falso que en un país sin gobierno unificado
no sea posible llegar a acuerdos en los asuntos más importantes.
Es igualmente falso que un gobierno fuerte y
mayoritario sea la clave para la buena gobernanza y las buenas políticas.
Esto depende de la organización del régimen de
poder. La nuestra es tan deficitaria que buscar reconstruirla a partir de
la exclusión, de apilar a las minorías perdedoras (que son la mayoría)
fuera del ejercicio de gobernar el país durante los próximos seis años es
una idea suicida.
Por lo pronto viene la operación de limpieza electoral
que debe ser suficientemente objetiva y convincente para no dejar sombra de
duda de que los resultados electorales no fueron inflados por la coacción a
los votantes.
De no producirse esta convicción en suficiencia
por su peso público se arrastrará un déficit de legitimidad, si bien no tan
pesado como el que afectó la presidencia de Calderón.
La tarea de modificar el régimen de gobierno es
perentoria. Los municipios siguen siendo el último eslabón del poder cuando
deberían ser el origen de la comunidad política, los congresos locales en
su mayor parte son aparatos controlados por los ejecutivos, al igual que
los poderes judiciales estatales.
El federalismo está hecho trizas, fiscal y
políticamente hablando, y la cuenta sigue.
En los tres principales partidos políticos hay
fuerzas que han sostenido la necesidad de reformas políticas pero no han
convencido a los duros que tienen la sartén por el mango.
Es necesario que tomen la iniciativa no
solamente entre sus correligionarios, sino transversalmente, para hacer
valer el cumplimiento de esta asignatura pendiente. El país lo exige, ahí
están ánimos plasmados en hechos y datos. No hay más ciego que el que no
quiere ver.
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