miércoles, 18 de agosto de 2010

DIOS SALVE A MÉXICO DE SUS CARDENALES

Bernardo Barranco V. / La Jornada
La democracia moderna, tenemos que recordarlo, es un proceso social en permanente construcción. Tiene que aspirar a la inclusión de todas las voces, especialmente de sus minorías y a la participación de todas las posturas, incluyendo las de los ministros de culto. Algún día nuestra democracia se abrirá para que los ministros de culto expresen sus ideas y posicionamientos políticos y sociales, como ocurre actualmente y de manera natural en otros países, sin embargo, mientras esto no suceda la jerarquía católica debe acatar el orden social y jurídico que los mexicanos hemos venido construyendo.
Las declaraciones del cardenal Juan Sandoval Íñiguez, el domingo pasado, representan un preocupante posicionamiento, porque al presumir “maiceo” y corrupción de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, sin pruebas ni sustento alguno, vulnera la solidez y el carácter republicano de las instituciones. El otro cardenal, Norberto Rivera, mediante su vocero, Hugo Valdemar, quien señaló que las iniciativas de Marcelo Ebrard, jefe de Gobierno de la ciudad de México, son nocivas, “impulsa leyes destructivas que son más dañinas que el narcotráfico”, refiriéndose a la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo en el Distrito Federal y su derecho a adoptar menores. Y lo amenazan con punición electoral, para que laicos en la capital del país hagan las acciones que tengan que hacer y generar conciencia de quién es el autor de todo esto, sostuvo el sacerdote. Con justa razón, los integrantes de la Corte respondieron de inmediato a los ministros de culto, con un voto de censura inédito, defendiendo el carácter laico del Estado mexicano. Independientemente de la postura de cada uno frente al tema, es necesario afirmar el carácter autónomo e independiente de la Corte, en la división de poderes, así como el paso trascendental para garantizar la igualdad entre los mexicanos, la no discriminación, cultivar el principio de tolerancia y respeto al otro, a sus prácticas y preferencias de pareja.
El domingo el cardenal Sandoval, con su declaración aparatosa, lanzó un misil cuyo objetivo era presionar el fallo de ministros de la Corte, sobre todo en el tema de las adopciones. Sin embargo su diatriba provocó justamente lo contrario y la forma en que se posicionó fue reprobada por una buena parte de la opinión pública, así como de diversos actores políticos. Estamos lejos de un arrebato verbal en que, en un supuesto arranque de ira, el cardenal perdió la cabeza ofendiendo con la rusticidad que le ha caracterizado. No es la primera vez que utiliza el peyorativo “maricón” para caricaturizar a los homosexuales. Nos remontamos justo hace trece años y le escuchamos una idéntica declaración: “Imagínense si alguno de ustedes es adoptado por un par de maricones. ¿A quién le van a decir papá y a quien le dirán mamá?” (Mural, 20/10/97); maricón se usa como insulto irrespetuoso con los significados del hombre homosexual, aunque en Chile la expresión se utiliza en aquellas personas que actúan a traición o sin piedad; en México, maricón es un adjetivo y sustantivo de carácter peyorativo de muy mal gusto; originalmente aumentativo de marica, a su vez diminutivo de María, nombre de la madre de Jesús de Nazaret. Seguramente el cardenal Sandoval desconoce que las raíces de esta vulgar expresión están precisamente en María, madre de todos los modelos de feminidad, según él, y a quien le ofreció un largo capítulo lleno de apasionadas y piadosas reflexiones en su reciente libro: El verdadero rostro de cardenal.
Con toda razón, ONG y colectivos sociales protestan y lamentan que personajes de poder como el cardenal Sandoval se refieran de manera ofensiva a los grupos de diversidad sexual, ya que ello fomenta discriminación, la intolerancia y el odio. Don Juan Sandoval no aprende, justamente estas organizaciones de homosexuales, lesbianas, de mujeres, indígenas, académicas y de derechos humanos sumaron más de 6 mil 500 quejas, ante la CEDHJ, y realizaron movilizaciones masivas que agrietaron en abril de 2008 la pomposa megalimosna aprobada por el gobernador de Jalisco, de 90 millones de pesos que Emilio González, el góber piadoso, decidió entregar a la arquidiócesis de Guadalajara para contribuir, con dinero público, en la construcción del fastuoso santuario cristero proyectado en el Cerro del Tesoro, en Guadalajara.
No es la primera vez que los cardenales Rivera y Sandoval violan el ordenamiento jurídico de nuestro andamiaje normativo. Hablan en nombre del “pueblo mexicano” como representantes oficiosos cuando no tienen ascendencia real ni contacto efectivo son su propia feligresía; les encanta aparecer en el exterior como nuevos “mártires de la fe”; pueden llegar a confundir a su propia grey cuando exaltan las tensiones del derecho positivo imperante en el orden social existente en México y el derecho natural, cuyo fundamento es divino. ¿Quién va discutir con Dios? Sin embargo, debe prevalecer la moderación; a nadie beneficia la polarización de sus actores ni, mucho menos, abrir un nuevo capítulo de descalificaciones, chantajes y culpabilizaciones en el embrollado escenario político mexicano.
El cardenal Sandoval se fue por la libre. Volvió a abrir la caja de Pandora. Si algún avance había en las negociones de la CEM con la legislatura en torno a la libertad religiosa y definir, así, el carácter laico en la Constitución, pues ahora tendrá que remar a contracorriente, porque el cardenal Sandoval, ya en edad de retiro, además de confrontarse una vez más con los nuevos movimientos de minorías emergentes, ha reactivado los argumentos de un nuevo anticlericalismo mexicano pujante y complejo que me gustaría abordar en futuras colaboraciones.

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