Alejandra Cullen / Eje Central
Hace diez años, el norte del país era símbolo de desarrollo. El bajío era la zona conservadora con potencial. El sur, con excepción de Yucatán y Quintana Roo, era subdesarrollado. El norte, veía a la capital como una zona salvaje. El DF sufría la inseguridad provocada por la crisis económica del 1995.
El país padecía el rescate de su sistema financiero, mientras la economía de exportación, ubicada principalmente en la frontera con EUA, reaccionaba enérgicamente al desempeño de la economía americana. Esta crecía a tasas descomunales, las más altas de su historia contemporánea.
De Tijuana a Matamoros, la frontera estaba en auge. Las maquiladoras buscaban empleados a los que ofrecían buen salario, con transporte y comidas incluidas. Trabajaban doble turno. Los mexicanos que no alcanzaban el sueño americano, se quedaban ahí. La mayor parte del país expulsaba connacionales mientras el norte crecía, pujante, arrogante. Su tasa de inmigración llegaba a 12%.
Empezaban algunos fenómenos extraños, que procuraban ocultar las autoridades como las “inexplicables” muertas de Juárez. Sentenciaban entonces a supuestos asesinos seriales, como “el egipcio”, para justificar el sueldo de las autoridades, aunque fuera poco clara su culpabilidad. El fenómeno sigue. A la fecha, aparecen mujeres asesinadas y torturadas en esa Ciudad. La atención sobre este problema se redujo porque hoy, los homicidios con tortura son parte de la vida cotidiana. Todos preferían hablar con entusiasmo del auge económico.
Monterrey era la capital industrial y financiera. Ahí sucedía todo, se movía el dinero, se construían plazas, se transformaban las acereras en parques. No había banquero respetable que no pasara, al menos un par de días a la semana en esa urbe. Monterrey era una ciudad aburrida pero segura y desarrollada. Era la ciudad de los ricos.
Las discusiones sobre federalismo desenmascaraban el enojo de los norteños que no querían subsidiar al sur indígena y subdesarrollado. La diferencia entre norte y sur era abismal. Los estudios de impacto del TLC pronosticaban el ensanchamiento de esta disparidad. La franja fronteriza estaba destinada al desarrollo. Se le comparaba más con EUA, que con el resto del país. Hacían sus compras del otro lado, crecía la oferta inmobiliaria. Había un supuesto desarrollo.
En el norte se inició la alternancia. Baja California, Chihuahua fueron modelos de democracia. El diálogo y las campañas eran de alto nivel. En Ciudad Juárez, desde mediados de los noventa, el alcalde ganador invitaba a trabajar al menos a uno de sus contrincantes. Entendían la democracia y parecían practicarla.
Cambió el milenio, se abrió la economía china, cayeron las torres gemelas. EUA entró en guerra y en recesión. México logró la alternancia política pero el acceso al sueño americano se restringió. La frontera se deterioró rápidamente. Diario aparecían muestras de descomposición social, económica y política. Nadie atendió el problema.
Eventualmente, el río Bravo se tiño de rojo. La frontera es un enjambre de violencia y crueldad. Juárez, Laredo, Reynosa, Monterrey, Torreón, Tijuana…. Nadie se salva. Gobierna la impunidad. Monterrey se convirtió en nido de capos. Es donde los guaruras matan a su alcalde. Donde los narcobloqueos paralizan la ciudad. Donde el Tec de Monterrey, símbolo de progreso y cuna de grandes ingenieros, es el campo de “guerra”.
Hoy, el Norte es sinónimo de peligro. Cohabitan soldados, policías locales, estatales y federales con delincuentes de todos niveles. Los empresarios desesperados quieren contrarrestar el impacto económico que causa la violencia. La micro y pequeña industria está en vías de extinción. Sobreviven todavía las grandes empresas, pero saben sus dueños que, en breve, los criminales atacaran. El asesinato del alcalde de Santiago parece una señal. Las autoridades y cuerpos de seguridad están infiltrados. No hay control.
Hoy, el norte olvidó el federalismo. Piden a gritos la intervención federal. Están paralizados, apanicados por el crimen, con sociedades corrompidas hasta las entrañas. Nadie sabe en qué momento despareció la autoridad y cómo llegaron hasta ahí. Los norteños quieren saber si el problema es el enfrentamiento entre cárteles, la “guerra” de Calderón o la laxitud con la que aceptaron cohabitar con los capos. Lo cierto es, que el norte, eje del desarrollo nacional, está hoy secuestrado. Vale preguntarse entonces qué tipo de desarrollo se promovía. Parece que la expansión de maquiladoras y empresas familiares no generó bienestar colectivo ni alivio social. Se gestó ahí la violencia. Tal vez, por miopía, por centrarnos en los grandes números, nunca vimos el fosa social que ahí se formaba. ¿Cómo recomponer la región? ¿Cómo lograr soluciones de fondo, no sólo de forma? Deberán transformarse las instituciones y los vínculos con la sociedad. Deberán los norteños salirse de su visión tradicional para enfrentar la sangrienta coyuntura. Deberá el resto del país repensar su modelo de desarrollo para contrarrestar la crisis actual
El país padecía el rescate de su sistema financiero, mientras la economía de exportación, ubicada principalmente en la frontera con EUA, reaccionaba enérgicamente al desempeño de la economía americana. Esta crecía a tasas descomunales, las más altas de su historia contemporánea.
De Tijuana a Matamoros, la frontera estaba en auge. Las maquiladoras buscaban empleados a los que ofrecían buen salario, con transporte y comidas incluidas. Trabajaban doble turno. Los mexicanos que no alcanzaban el sueño americano, se quedaban ahí. La mayor parte del país expulsaba connacionales mientras el norte crecía, pujante, arrogante. Su tasa de inmigración llegaba a 12%.
Empezaban algunos fenómenos extraños, que procuraban ocultar las autoridades como las “inexplicables” muertas de Juárez. Sentenciaban entonces a supuestos asesinos seriales, como “el egipcio”, para justificar el sueldo de las autoridades, aunque fuera poco clara su culpabilidad. El fenómeno sigue. A la fecha, aparecen mujeres asesinadas y torturadas en esa Ciudad. La atención sobre este problema se redujo porque hoy, los homicidios con tortura son parte de la vida cotidiana. Todos preferían hablar con entusiasmo del auge económico.
Monterrey era la capital industrial y financiera. Ahí sucedía todo, se movía el dinero, se construían plazas, se transformaban las acereras en parques. No había banquero respetable que no pasara, al menos un par de días a la semana en esa urbe. Monterrey era una ciudad aburrida pero segura y desarrollada. Era la ciudad de los ricos.
Las discusiones sobre federalismo desenmascaraban el enojo de los norteños que no querían subsidiar al sur indígena y subdesarrollado. La diferencia entre norte y sur era abismal. Los estudios de impacto del TLC pronosticaban el ensanchamiento de esta disparidad. La franja fronteriza estaba destinada al desarrollo. Se le comparaba más con EUA, que con el resto del país. Hacían sus compras del otro lado, crecía la oferta inmobiliaria. Había un supuesto desarrollo.
En el norte se inició la alternancia. Baja California, Chihuahua fueron modelos de democracia. El diálogo y las campañas eran de alto nivel. En Ciudad Juárez, desde mediados de los noventa, el alcalde ganador invitaba a trabajar al menos a uno de sus contrincantes. Entendían la democracia y parecían practicarla.
Cambió el milenio, se abrió la economía china, cayeron las torres gemelas. EUA entró en guerra y en recesión. México logró la alternancia política pero el acceso al sueño americano se restringió. La frontera se deterioró rápidamente. Diario aparecían muestras de descomposición social, económica y política. Nadie atendió el problema.
Eventualmente, el río Bravo se tiño de rojo. La frontera es un enjambre de violencia y crueldad. Juárez, Laredo, Reynosa, Monterrey, Torreón, Tijuana…. Nadie se salva. Gobierna la impunidad. Monterrey se convirtió en nido de capos. Es donde los guaruras matan a su alcalde. Donde los narcobloqueos paralizan la ciudad. Donde el Tec de Monterrey, símbolo de progreso y cuna de grandes ingenieros, es el campo de “guerra”.
Hoy, el Norte es sinónimo de peligro. Cohabitan soldados, policías locales, estatales y federales con delincuentes de todos niveles. Los empresarios desesperados quieren contrarrestar el impacto económico que causa la violencia. La micro y pequeña industria está en vías de extinción. Sobreviven todavía las grandes empresas, pero saben sus dueños que, en breve, los criminales atacaran. El asesinato del alcalde de Santiago parece una señal. Las autoridades y cuerpos de seguridad están infiltrados. No hay control.
Hoy, el norte olvidó el federalismo. Piden a gritos la intervención federal. Están paralizados, apanicados por el crimen, con sociedades corrompidas hasta las entrañas. Nadie sabe en qué momento despareció la autoridad y cómo llegaron hasta ahí. Los norteños quieren saber si el problema es el enfrentamiento entre cárteles, la “guerra” de Calderón o la laxitud con la que aceptaron cohabitar con los capos. Lo cierto es, que el norte, eje del desarrollo nacional, está hoy secuestrado. Vale preguntarse entonces qué tipo de desarrollo se promovía. Parece que la expansión de maquiladoras y empresas familiares no generó bienestar colectivo ni alivio social. Se gestó ahí la violencia. Tal vez, por miopía, por centrarnos en los grandes números, nunca vimos el fosa social que ahí se formaba. ¿Cómo recomponer la región? ¿Cómo lograr soluciones de fondo, no sólo de forma? Deberán transformarse las instituciones y los vínculos con la sociedad. Deberán los norteños salirse de su visión tradicional para enfrentar la sangrienta coyuntura. Deberá el resto del país repensar su modelo de desarrollo para contrarrestar la crisis actual
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