José Sarukhán / El Universal
Hoy me referiré a actitudes de la gente ante eventos muy diferentes, que coinciden en la forma en que reacciona una parte de ellos con cerrazón mental e incapacidad de aceptar la realidad.
El primer ejemplo se refiere a un artículo escrito en este espacio hace cosa de un mes, acerca de la inacción del Senado estadounidense para aprobar programas que atiendan la severidad de los problemas presentados por el calentamiento global y que ayudasen a lograr en Cancún medidas concretas de atención al calentamiento atmosférico. Al leer la reacción de los amables lectores al artículo, me encontré con muchos comentarios, entre los que había varios en contra, que ofrecían, como todo argumento a su oposición a la postura del artículo, que “el único calentamiento que existía estaba dentro de las cabezas” de quienes escribíamos acerca del tema, subrayando la severidad del problema. No es la primera vez que oigo (o recibo) comentarios como esos en mis conferencias sobre los problemas ambientales globales (pérdida de la diversidad biológica y calentamiento global). La mayoría son propiciados por la falta de información de la gente; muchos de ellos cambian de opinión al enterarse de la envergadura y la seriedad de los problemas. Otros asumen la posición (¿arrogante, dogmática?) de “yo ya tengo tomada mi decisión al respecto, no me confundan con los hechos”.
No importa la cruda evidencia de lo que ocurre en el terreno ambiental. No importa que Rusia haya experimentado este verano las temperaturas más altas de su historia (38°C) con incendios en los pastizales y turberas cuyo humo causó entre 500 y 700 muertes diarias adicionales en Moscú (equivalente a que se accidentasen a diario dos o tres jumbo jets repletos de pasajeros). Tampoco importa que Paquistán registrase las lluvias monzónicas más intensas de su historia (300 mm de lluvia en día y medio) con inundaciones y azolves que mataron mil 400 personas y dejaron 14 millones de paquistaníes sin hogar (como la población entera del DF); o que en China las peores inundaciones en décadas hayan costado mil 200 vidas y 600 desaparecidos y en Groenlandia se haya desprendido un glaciar continental de 260 km cuadrados, el más grande registrado hasta ahora. En México aún no estamos en la época de los huracanes serios y ya sufrimos daños enormes por las lluvias en Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila. Para algunas personas no pasa nada en el terreno de los asuntos ambientales; todo es producto de las “calenturas mentales” de quienes insistimos en ver la realidad tal como es. Estamos frente a una cerrazón mental total, a una incapacidad voluntaria para ver la realidad.
El otro caso, lejos de los asuntos ambientales, tiene que ver con el reciente e impecable dictamen de la SCJ respecto a los matrimonios homosexuales y su derecho a adoptar niños, como cualquier persona normal. Uno entendería la reacción de individuos de la sociedad que por razones de su fe religiosa encuentren inaceptable para ellos tanto esos matrimonios como su capacidad de adopción de pequeños. Lo que es incomprensible, y habla otra vez de una total cerrazón mental, dogmatismo e intolerancia que se supone deberían, esas sí, ser inaceptables socialmente, son las expresiones de jerarcas de la Iglesia católica mexicana al respecto, a los que aparentemente “no hay que confundir con los hechos”. Hace tiempo critiqué la iniciativa de introducir el término de laicidad para el Estado mexicano en la Constitución; me parecía que era como pelear por el derecho fundamental a respirar. Ahora veo que había cierta razón en ello, para acotar la expansión del moho más insidioso de las tinieblas medievales y dogmáticas, en el cerebro de la gente.
Hoy me referiré a actitudes de la gente ante eventos muy diferentes, que coinciden en la forma en que reacciona una parte de ellos con cerrazón mental e incapacidad de aceptar la realidad.
El primer ejemplo se refiere a un artículo escrito en este espacio hace cosa de un mes, acerca de la inacción del Senado estadounidense para aprobar programas que atiendan la severidad de los problemas presentados por el calentamiento global y que ayudasen a lograr en Cancún medidas concretas de atención al calentamiento atmosférico. Al leer la reacción de los amables lectores al artículo, me encontré con muchos comentarios, entre los que había varios en contra, que ofrecían, como todo argumento a su oposición a la postura del artículo, que “el único calentamiento que existía estaba dentro de las cabezas” de quienes escribíamos acerca del tema, subrayando la severidad del problema. No es la primera vez que oigo (o recibo) comentarios como esos en mis conferencias sobre los problemas ambientales globales (pérdida de la diversidad biológica y calentamiento global). La mayoría son propiciados por la falta de información de la gente; muchos de ellos cambian de opinión al enterarse de la envergadura y la seriedad de los problemas. Otros asumen la posición (¿arrogante, dogmática?) de “yo ya tengo tomada mi decisión al respecto, no me confundan con los hechos”.
No importa la cruda evidencia de lo que ocurre en el terreno ambiental. No importa que Rusia haya experimentado este verano las temperaturas más altas de su historia (38°C) con incendios en los pastizales y turberas cuyo humo causó entre 500 y 700 muertes diarias adicionales en Moscú (equivalente a que se accidentasen a diario dos o tres jumbo jets repletos de pasajeros). Tampoco importa que Paquistán registrase las lluvias monzónicas más intensas de su historia (300 mm de lluvia en día y medio) con inundaciones y azolves que mataron mil 400 personas y dejaron 14 millones de paquistaníes sin hogar (como la población entera del DF); o que en China las peores inundaciones en décadas hayan costado mil 200 vidas y 600 desaparecidos y en Groenlandia se haya desprendido un glaciar continental de 260 km cuadrados, el más grande registrado hasta ahora. En México aún no estamos en la época de los huracanes serios y ya sufrimos daños enormes por las lluvias en Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila. Para algunas personas no pasa nada en el terreno de los asuntos ambientales; todo es producto de las “calenturas mentales” de quienes insistimos en ver la realidad tal como es. Estamos frente a una cerrazón mental total, a una incapacidad voluntaria para ver la realidad.
El otro caso, lejos de los asuntos ambientales, tiene que ver con el reciente e impecable dictamen de la SCJ respecto a los matrimonios homosexuales y su derecho a adoptar niños, como cualquier persona normal. Uno entendería la reacción de individuos de la sociedad que por razones de su fe religiosa encuentren inaceptable para ellos tanto esos matrimonios como su capacidad de adopción de pequeños. Lo que es incomprensible, y habla otra vez de una total cerrazón mental, dogmatismo e intolerancia que se supone deberían, esas sí, ser inaceptables socialmente, son las expresiones de jerarcas de la Iglesia católica mexicana al respecto, a los que aparentemente “no hay que confundir con los hechos”. Hace tiempo critiqué la iniciativa de introducir el término de laicidad para el Estado mexicano en la Constitución; me parecía que era como pelear por el derecho fundamental a respirar. Ahora veo que había cierta razón en ello, para acotar la expansión del moho más insidioso de las tinieblas medievales y dogmáticas, en el cerebro de la gente.
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