SANTIAGO CARBÓ / EL PAÍS
La expectativa de que pueda producirse una nueva caída de la actividad (un double dip) en países como Estados Unidos ha dejado un nuevo poso de pesimismo en la economía mundial. La histeria prolongada en que se ha convertido la presente crisis se debe en parte a que los datos ofrecen un tobogán de sube y baja, y que a cada nueva información se le concede una importancia inusitada. Un trimestre EE UU lidera el camino a la esperanza y Europa anda rezagada y, al trimestre siguiente, es al revés. Más allá de la confianza de los mercados en la que tan desesperadamente se han centrado los esfuerzos, es necesaria la confianza de los ciudadanos como trabajadores, consumidores o empresarios. Es precisa una referencia y, sin embargo, la coordinación internacional ha dejado mucho que desear y no parece aportarla hasta el momento. En esta crisis, en todo el mundo, los fantasmas hacen cola cada mañana y un indicador sobre otro no da tregua a los ciudadanos, que asisten a esta montaña rusa de datos con perplejidad y esperando aún a que aparezcan soluciones de más largo plazo. Asimismo, en la moral de los ciudadanos parece pesar que no se hayan disciplinado algunos errores que nos llevaron a esta crisis.
En medio de esta confusión, el riesgo de un double dip es ya algo más que el caldo de cultivo de nuevas incertidumbres. El consumo o la producción manufacturera no despegan en la economía de EE UU y los datos de venta de viviendas han sido el último jarro de agua fría. EE UU evidencia una problemática común a otros países (como España) que aún debe resolverse: una sobrecapacidad en determinadas actividades que no puede corregirse hasta que las pérdidas hayan aflorado completamente y se hayan producido los ajustes necesarios en sectores como el inmobiliario o el bancario. Con la persistencia de estos desequilibrios, los mercados de todo el mundo asisten con miedo al riesgo de deflación en EE UU, lo que obligará a la Reserva Federal -el banco central norteamericano, conocido como Fed- a prolongar las compras de deuda, porque parece que el paciente necesita más oxígeno del que estaba previsto.
En Europa se vive un impasse a la espera de que el otoño confirme o desmienta las expectativas de crecimiento del tercer trimestre. Otro sube y baja. La esperanza se centra en la economía germana, que ha superado todas las previsiones en cuanto a crecimiento y confianza industrial. Eso sí, Alemania cuenta con la debilidad de un sector bancario con no pocos problemas. Además, el riesgo-país (la diferencia entre los intereses que paga un país por su deuda y el que paga el país más seguro, que en el caso de Europa es Alemania) se sigue acrecentando en economías como Irlanda -con la reciente rebaja de su rating-, Portugal y Grecia, y en España habrá que ver qué depara la vuelta de las vacaciones, con una densa agenda por implementar y concretar.
Además, como no podía ser de otro modo en esta crisis, junto a todas estas dudas se cierne un problema financiero vinculado al gran endeudamiento existente. Los títulos de deuda se han convertido en un valor refugio, cuya factura habrá de pagarse durante muchos años. Son cada vez más los que ven ahí, en los mercados de bonos, la próxima burbuja y el trasfondo de este relativo pesimismo. Ojalá todos los planes presentados por los Gobiernos se concreten y coordinen y tracen las vías de la sostenibilidad para abandonar este incómodo sube y baja.
Santiago Carbó es catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada.
La expectativa de que pueda producirse una nueva caída de la actividad (un double dip) en países como Estados Unidos ha dejado un nuevo poso de pesimismo en la economía mundial. La histeria prolongada en que se ha convertido la presente crisis se debe en parte a que los datos ofrecen un tobogán de sube y baja, y que a cada nueva información se le concede una importancia inusitada. Un trimestre EE UU lidera el camino a la esperanza y Europa anda rezagada y, al trimestre siguiente, es al revés. Más allá de la confianza de los mercados en la que tan desesperadamente se han centrado los esfuerzos, es necesaria la confianza de los ciudadanos como trabajadores, consumidores o empresarios. Es precisa una referencia y, sin embargo, la coordinación internacional ha dejado mucho que desear y no parece aportarla hasta el momento. En esta crisis, en todo el mundo, los fantasmas hacen cola cada mañana y un indicador sobre otro no da tregua a los ciudadanos, que asisten a esta montaña rusa de datos con perplejidad y esperando aún a que aparezcan soluciones de más largo plazo. Asimismo, en la moral de los ciudadanos parece pesar que no se hayan disciplinado algunos errores que nos llevaron a esta crisis.
En medio de esta confusión, el riesgo de un double dip es ya algo más que el caldo de cultivo de nuevas incertidumbres. El consumo o la producción manufacturera no despegan en la economía de EE UU y los datos de venta de viviendas han sido el último jarro de agua fría. EE UU evidencia una problemática común a otros países (como España) que aún debe resolverse: una sobrecapacidad en determinadas actividades que no puede corregirse hasta que las pérdidas hayan aflorado completamente y se hayan producido los ajustes necesarios en sectores como el inmobiliario o el bancario. Con la persistencia de estos desequilibrios, los mercados de todo el mundo asisten con miedo al riesgo de deflación en EE UU, lo que obligará a la Reserva Federal -el banco central norteamericano, conocido como Fed- a prolongar las compras de deuda, porque parece que el paciente necesita más oxígeno del que estaba previsto.
En Europa se vive un impasse a la espera de que el otoño confirme o desmienta las expectativas de crecimiento del tercer trimestre. Otro sube y baja. La esperanza se centra en la economía germana, que ha superado todas las previsiones en cuanto a crecimiento y confianza industrial. Eso sí, Alemania cuenta con la debilidad de un sector bancario con no pocos problemas. Además, el riesgo-país (la diferencia entre los intereses que paga un país por su deuda y el que paga el país más seguro, que en el caso de Europa es Alemania) se sigue acrecentando en economías como Irlanda -con la reciente rebaja de su rating-, Portugal y Grecia, y en España habrá que ver qué depara la vuelta de las vacaciones, con una densa agenda por implementar y concretar.
Además, como no podía ser de otro modo en esta crisis, junto a todas estas dudas se cierne un problema financiero vinculado al gran endeudamiento existente. Los títulos de deuda se han convertido en un valor refugio, cuya factura habrá de pagarse durante muchos años. Son cada vez más los que ven ahí, en los mercados de bonos, la próxima burbuja y el trasfondo de este relativo pesimismo. Ojalá todos los planes presentados por los Gobiernos se concreten y coordinen y tracen las vías de la sostenibilidad para abandonar este incómodo sube y baja.
Santiago Carbó es catedrático de Análisis Económico de la Universidad de Granada.
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