EE UU es una sociedad cada vez más desigual y la esperanza de vida solo crece para las rentas altas
PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
La Seguridad Social cumplió 75 años la semana pasada. Debería haber sido una ocasión alegre, una fecha para celebrar un programa que ha aportado dignidad y decencia a la vida de los estadounidenses de más edad. Pero el programa está siendo atacado, y al asalto se han unido algunos demócratas y casi todos los republicanos. Cuentan los rumores que la comisión antidéficit del presidente Obama podría solicitar un profundo recorte de las prestaciones y, más concretamente, un fuerte aumento de la edad de jubilación.
Los que atacan a la Seguridad Social (SS) afirman que les preocupa el futuro financiero del programa. Pero sus números no cuadran y en realidad su hostilidad no tiene nada que ver con dólares y céntimos, sino más bien con ideología y posicionamientos. Y lo que hay bajo todo ello es ignorancia o indiferencia hacia la realidad de la vida para muchos estadounidenses.
Respecto a los números: legalmente, la SS tiene su propia financiación específica, a través del impuesto único. Pero también forma parte del presupuesto general federal. Esta doble contabilidad significa que hay dos formas en las que la SS podría enfrentarse a problemas financieros. La primera es que la financiación específica resulte insuficiente, lo que obligaría al programa bien a recortar las prestaciones o bien a acudir al Congreso en busca de ayuda. La segunda es que los costes de la Seguridad Social acaben siendo insoportables para el presupuesto federal en su conjunto.
Pero ninguno de estos dos problemas en potencia supone un peligro claro y actual. La Seguridad Social ha registrado superávits durante los últimos 25 años, acumulando esos beneficios en una cuenta especial denominada fondo de fideicomiso. El programa no tendrá que solicitar ayuda al Congreso ni reducir las prestaciones hasta que, o a menos que, el fondo se haya agotado, cosa que los actuarios del programa no prevén que suceda hasta 2037, y, según sus cálculos, hay muchas probabilidades de que ese día no llegue nunca.
Entretanto, una población envejecida acabará induciendo -a lo largo de los próximos 20 años- una subida del coste de pagar las prestaciones de la SS desde el actual 4,8% del PIB hasta cerca de un 6%. Para que se hagan una idea, esta subida es significativamente menor que el aumento en el gasto de defensa desde 2001, algo que Washington no consideró ni mucho menos una crisis, y ni siquiera una razón para replantearse algunas de las rebajas fiscales de Bush.
Entonces, ¿a qué se deben esas aseveraciones de crisis? Se basan en gran medida en una contabilidad de mala fe. En concreto, se basan en un juego del trilero en el que los superávits que la SS ha estado registrando durante un cuarto de siglo no cuentan (porque, en fin, el programa no tiene una existencia independiente; no es más que una parte del presupuesto general federal), mientras que los futuros déficits de la Seguridad Social son inaceptables porque, bueno, el programa tiene que sostenerse por sí solo.
Sería fácil descartar este timo de la estampita como un completo disparate, excepto por una cosa: muchas personas influyentes, entre ellas Alan Simpson, copresidente de la comisión antidéficit del presidente, están vendiendo este disparate. Y después de haberse inventado una crisis, ¿qué quieren hacer los asaltantes de la SS? No proponen recortar las prestaciones a los jubilados actuales; en lugar de eso, el plan es invariablemente recortar las prestaciones que se pagarán dentro de muchos años. Así que plantéenselo de esta manera: para evitar la posibilidad de que se produzcan futuros recortes de las prestaciones debemos recortar las prestaciones futuras. Estupendo.
¿Qué es lo que realmente está pasando aquí? Los conservadores odian la Seguridad Social por razones ideológicas: su éxito menoscaba su afirmación de que el Gobierno es siempre el problema, nunca la solución. Pero reciben un apoyo crucial de los enterados de Washington, para quienes una voluntad declarada de recortar la SS ha servido durante mucho tiempo como insignia de la seriedad fiscal, independientemente de la aritmética. Y ningún ala de la coalición anti-Seguridad Social parece conocer o preocuparse por las penalidades que sus propuestas favoritas causarían.
Esta idea tan de moda de aumentar la edad de jubilación aún más de lo que aumentará conforme a la ley vigente -ya ha pasado de los 65 a los 66, está previsto que suba hasta los 67 y algunos proponen ahora que llegue hasta los 70- suele justificarse con afirmaciones de que la esperanza de vida ha aumentado, de modo que la gente puede fácilmente trabajar más años de su vida. Pero eso solo es cierto en el caso de los administrativos, la gente que menos necesita la Seguridad Social. No me refiero únicamente al hecho de que es mucho más fácil verse trabajando hasta los 70 años si se tiene un cómodo puesto de oficina que si uno se dedica a un trabajo físico. EE UU se está convirtiendo en una sociedad cada vez más desigual, y las crecientes disparidades se extienden a cuestiones de vida y muerte. La esperanza de vida a la edad de 65 años ha aumentado mucho en los escalafones más altos del reparto de la renta, pero mucho menos para los trabajadores con rentas más bajas. Y recuerden, la actual legislación ya prevé un aumento de la edad de jubilación.
De modo que repelamos este injusto y -para qué andarnos con rodeos- cruel ataque contra los trabajadores estadounidenses. Los grandes recortes de la Seguridad Social no deben estar sobre el tapete.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
Los que atacan a la Seguridad Social (SS) afirman que les preocupa el futuro financiero del programa. Pero sus números no cuadran y en realidad su hostilidad no tiene nada que ver con dólares y céntimos, sino más bien con ideología y posicionamientos. Y lo que hay bajo todo ello es ignorancia o indiferencia hacia la realidad de la vida para muchos estadounidenses.
Respecto a los números: legalmente, la SS tiene su propia financiación específica, a través del impuesto único. Pero también forma parte del presupuesto general federal. Esta doble contabilidad significa que hay dos formas en las que la SS podría enfrentarse a problemas financieros. La primera es que la financiación específica resulte insuficiente, lo que obligaría al programa bien a recortar las prestaciones o bien a acudir al Congreso en busca de ayuda. La segunda es que los costes de la Seguridad Social acaben siendo insoportables para el presupuesto federal en su conjunto.
Pero ninguno de estos dos problemas en potencia supone un peligro claro y actual. La Seguridad Social ha registrado superávits durante los últimos 25 años, acumulando esos beneficios en una cuenta especial denominada fondo de fideicomiso. El programa no tendrá que solicitar ayuda al Congreso ni reducir las prestaciones hasta que, o a menos que, el fondo se haya agotado, cosa que los actuarios del programa no prevén que suceda hasta 2037, y, según sus cálculos, hay muchas probabilidades de que ese día no llegue nunca.
Entretanto, una población envejecida acabará induciendo -a lo largo de los próximos 20 años- una subida del coste de pagar las prestaciones de la SS desde el actual 4,8% del PIB hasta cerca de un 6%. Para que se hagan una idea, esta subida es significativamente menor que el aumento en el gasto de defensa desde 2001, algo que Washington no consideró ni mucho menos una crisis, y ni siquiera una razón para replantearse algunas de las rebajas fiscales de Bush.
Entonces, ¿a qué se deben esas aseveraciones de crisis? Se basan en gran medida en una contabilidad de mala fe. En concreto, se basan en un juego del trilero en el que los superávits que la SS ha estado registrando durante un cuarto de siglo no cuentan (porque, en fin, el programa no tiene una existencia independiente; no es más que una parte del presupuesto general federal), mientras que los futuros déficits de la Seguridad Social son inaceptables porque, bueno, el programa tiene que sostenerse por sí solo.
Sería fácil descartar este timo de la estampita como un completo disparate, excepto por una cosa: muchas personas influyentes, entre ellas Alan Simpson, copresidente de la comisión antidéficit del presidente, están vendiendo este disparate. Y después de haberse inventado una crisis, ¿qué quieren hacer los asaltantes de la SS? No proponen recortar las prestaciones a los jubilados actuales; en lugar de eso, el plan es invariablemente recortar las prestaciones que se pagarán dentro de muchos años. Así que plantéenselo de esta manera: para evitar la posibilidad de que se produzcan futuros recortes de las prestaciones debemos recortar las prestaciones futuras. Estupendo.
¿Qué es lo que realmente está pasando aquí? Los conservadores odian la Seguridad Social por razones ideológicas: su éxito menoscaba su afirmación de que el Gobierno es siempre el problema, nunca la solución. Pero reciben un apoyo crucial de los enterados de Washington, para quienes una voluntad declarada de recortar la SS ha servido durante mucho tiempo como insignia de la seriedad fiscal, independientemente de la aritmética. Y ningún ala de la coalición anti-Seguridad Social parece conocer o preocuparse por las penalidades que sus propuestas favoritas causarían.
Esta idea tan de moda de aumentar la edad de jubilación aún más de lo que aumentará conforme a la ley vigente -ya ha pasado de los 65 a los 66, está previsto que suba hasta los 67 y algunos proponen ahora que llegue hasta los 70- suele justificarse con afirmaciones de que la esperanza de vida ha aumentado, de modo que la gente puede fácilmente trabajar más años de su vida. Pero eso solo es cierto en el caso de los administrativos, la gente que menos necesita la Seguridad Social. No me refiero únicamente al hecho de que es mucho más fácil verse trabajando hasta los 70 años si se tiene un cómodo puesto de oficina que si uno se dedica a un trabajo físico. EE UU se está convirtiendo en una sociedad cada vez más desigual, y las crecientes disparidades se extienden a cuestiones de vida y muerte. La esperanza de vida a la edad de 65 años ha aumentado mucho en los escalafones más altos del reparto de la renta, pero mucho menos para los trabajadores con rentas más bajas. Y recuerden, la actual legislación ya prevé un aumento de la edad de jubilación.
De modo que repelamos este injusto y -para qué andarnos con rodeos- cruel ataque contra los trabajadores estadounidenses. Los grandes recortes de la Seguridad Social no deben estar sobre el tapete.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.
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