viernes, 20 de agosto de 2010

CARDENAS Y TROSKY

Rodolfo Echeverría / El Universal
Hoy se cumplen 70 años del asesinato de Trotsky: rebelde y perseguido desde sus años mozos; organizador de partidos, sindicatos, huelgas, frentes de resistencia proletaria; presidente del Soviet de Petrogrado; creador del Ejército Rojo; comisario de Relaciones Exteriores de la URSS; pieza clave del leninismo precursor; denso teórico; imaginativo práctico; inspirador de la revolución permanente…
Al cabo de largo, azaroso, trágico periplo jalonado por confinamientos a Siberia y sucesivos exilios y deportaciones —Turquía, Francia, Noruega—, el implacable enemigo del estalinismo genocida recibió en México el cobijo del asilo, gracias a la afabilidad de nuestro pueblo, asociado al temple político, la fortaleza moral, la valentía serena del irrepetible Lázaro Cárdenas.
El expropiador de nuestra industria petrolera honró al derecho de asilo con elegancia y aplomo. Herederos de una ilustre ascendencia en tan noble materia jurídica, tenemos larga tradición de amparo a los hostigados, acosados y acusados en cualquier parte del mundo. Ese ya inveterado hábito nuestro, es parte constitutiva del cálido temperamento mexicano. El derecho de asilo, puesto en marcha de manera oportuna, es uno de los elementos cardinales del patrimonio moral de México.
El caso Trotsky es paradigmático. Cárdenas aceptó e hizo posible el asilo del revolucionario soviético contra el viento y la marea de inclementes presiones y oblicuas o abiertas amenazas y críticas políticas oriundas de la izquierda y de la derecha dentro y fuera de nuestro país.
Cárdenas y Trotsky no se conocieron de manera personal. Hombres experimentados, tácticos y estrategas lúcidos, ambos asumieron sus respectivas responsabilidades políticas con sabiduría y pulcritud. El general Francisco J. Múgica, revolucionario y diputado constituyente, secretario cardenista de Obras Públicas, solía actuar como discreto y amistoso enlace entre el jiquilpense y el ucraniano.
La inminente Segunda Guerra Mundial, la impermutable vecindad geográfica de México con la primera potencia económica y bélica del mundo —aunque Roosevelt era liberal y democrático— y la precariedad inherente al polémico asilo protector de semejante revolucionario internacional, aconsejaban la reflexiva prudencia recíproca. En diversas declaraciones públicas y en varios artículos periodísticos, Trotsky, desarmado y desterrado, agradeció su acogida en nuestro país a don Lázaro y “al noble pueblo mexicano”.
De ilustre linaje —pienso en griegos, romanos, egipcios—, la práctica plena del derecho de asilo es uno de los componentes vertebrales de nuestra política exterior. Hablo, claro está, de los mejores momentos de una doctrina internacional, cuyo prestigio en el mundo sirvió a la soberanía y a los legítimos intereses de México.
Aludo al ejercicio de una política tan efectiva como admirable, promotora de un vasto conjunto de principios concentrados en ideas matrices y motrices, como las de la solución pacífica de las controversias; como las del radical derecho de cada pueblo al autogobierno; como las del principio de no intervención de un Estado en la vida doméstica de otro, garantía de la convivencia democrática y civilizada.
México ha salvado vidas y protegido libertades de líderes históricos como Martí y Sandino, Julio Antonio Mella, Fidel Castro y El Che Guevara… y una inmensa cantidad de políticos e intelectuales, científicos y artistas procedentes de Europa, así como de toda América Latina y el Caribe.
En este centenario, evoquemos con orgullo legítimo a uno de los vectores más encomiables de la política internacional de la Revolución Mexicana, el derecho de asilo, y refrendemos, de ese modo, nuestra vocación de apoyo fraterno a todos los perseguidos y excluidos del mundo y a las causas de la libertad, la democracia y los derechos humanos

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