José Gil Olmos
En México son 7 o más millones, y en el mundo suman muchos más los jóvenes que no tienen un futuro o, si cuentan con él, éste es desesperanzador, desolador y penoso. Es una generación marcada por la desilusión a la que se denomina los “Ninis”, precedida por los “Emos” y la generación “X”.
La primera vez que supe que así les llamaban a los jóvenes de esta época, fue en una entrevista que dio el rector de la UNAM, José Narro Robles. Dijo que eran 7 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan en el país. Son los “Ninis”.
Hasta entonces supe el nombre de estos jóvenes que he visto en muchas ciudades, deambulando en las calles sin ilusión ni compromiso, que ni estudian ni trabajan, que nada les llama la atención y todo lo desestiman.
Desde hace una década o más me percate de su existencia por primera vez, pero no sabia cómo llamarlos. Apáticos, oí que decían que nadie los entendía pero tampoco les interesaba entender lo que pasaba y les pasaba. Total, se sentían protegidos sólo por la familia.
Más recientemente en algunas familias de clase media, aun aquellas favorecidas por un negocio pasajero o un empleo más o menos remunerado, los volví a ver en las universidades públicas y privadas.
Con techo, comida y vestido seguros, muchos de estos jóvenes decidieron quedarse en la escuela, tomar algún diplomado, otra carrera o seguir la maestría y luego el doctorado, con tal de no salir a la calle a enfrentar un futuro laboral incierto e inseguro.
La pregunta clásica de los padres “¿Qué quieres ser, qué quieres hacer?”, la diluían con la simple respuesta de “sigo estudiando” con un gesto de desánimo que es su preferido.
Ahora muchos de estos “Ninis” van caminando por las calles de las ciudades de todo el mundo, sin trabajo y sin cumplir con el sueño que nos vendieron hace varias décadas, esa ilusión que nos repitieron durante años de que si lograbas tener educación superior, entonces podrías conseguir trabajo seguro y bien remunerado, ascender en la clase social y económica, tener casa, auto y dinero. Es decir, la vida resuelta.
Pero nada de esto resultó, la promesa nunca se cumplió.
Al contrario, no hay empleo seguro y, cuando existe, es bajo contratos efímeros, de unos cuantos meses, para no generar ninguna responsabilidad social por parte de los empresarios.
En esta realidad el Estado ha abandonado su responsabilidad de asegurar el bienestar social al ceder a la iniciativa privada servicios de salud, agua, basura, educación y hasta la seguridad.
La situación para los “Ninis” en países como México se agrava aún más porque además del desempleo prevalece una ausencia de política económica de carácter social y en un lustro la pirámide demográfica iniciará una transformación hasta que en unas décadas se invierta y, para entonces, habrá más jóvenes sin perspectivas de mejoramiento de empleo o educación.
El exdirector del Politécnico, José Enrique Villa, y el actual rector de la UNAM, José Narro, han advertido --sin que les hagan mucho caso los políticos y la cúpula gobernante-- de los riesgos de no aprovechar este “bono demográfico”.
Han dicho que si se desperdicia este fenómeno social que muy pocas veces se presenta en un país, que es tener una población mayoritariamente joven, con amplias posibilidades para transformar una sociedad, se podrían generar disturbios sociales.
De no aprovechar en su momento a esta población en edad productiva, habrá una población inconforme y demandante de servicios pero sin instituciones capaces de responder a las necesidades básicas de seguridad y bienestar.
De hecho, esto ya está ocurriendo. Cada año las instituciones de educación superior rechazan a unos 200 mil jóvenes solamente en al área urbana de la Ciudad de México, y otros 100 mil a escala nacional.
Mientras que la tasa de desempleo el año pasado fue de más de 3 millones y la del subempleo de más de 4 millones. Esto es, más de 7 millones de mexicanos sin ocupación permanente.
Sin posibilidad de empleo y sin estudios que representen una verdadera esperanza de mejoramiento personal, el futuro de los jóvenes mexicanos se encamina hacia otros caminos: la delincuencia organizada, la migración a Estados Unidos y Canadá, el subempleo o el trabajo informal.
Cualquiera de estos caminos, más que una opción, representa una falsa vía de desahogo ante una demanda social incontenible que irá creciendo ante la incapacidad de opciones reales de satisfactores sociales y laborales.
El país se encuentra frente a un reto mayor, transformar una generación de jóvenes decepcionados, desesperanzados, producto de un proyecto que llegó con el nombre de Consenso de Washington hacia finales de los años ochenta, y que dictó las políticas neoliberales que hoy siguen imperando en América Latina, principalmente.
Los “Ninis” y la situación de crisis en la que viven son producto de este modelo económico que México adoptó desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari y que Vicente Fox y Felipe Calderón han mantenido generando una generación marcada por el desaliento y la desolación.
En México son 7 o más millones, y en el mundo suman muchos más los jóvenes que no tienen un futuro o, si cuentan con él, éste es desesperanzador, desolador y penoso. Es una generación marcada por la desilusión a la que se denomina los “Ninis”, precedida por los “Emos” y la generación “X”.
La primera vez que supe que así les llamaban a los jóvenes de esta época, fue en una entrevista que dio el rector de la UNAM, José Narro Robles. Dijo que eran 7 millones de jóvenes que ni estudian ni trabajan en el país. Son los “Ninis”.
Hasta entonces supe el nombre de estos jóvenes que he visto en muchas ciudades, deambulando en las calles sin ilusión ni compromiso, que ni estudian ni trabajan, que nada les llama la atención y todo lo desestiman.
Desde hace una década o más me percate de su existencia por primera vez, pero no sabia cómo llamarlos. Apáticos, oí que decían que nadie los entendía pero tampoco les interesaba entender lo que pasaba y les pasaba. Total, se sentían protegidos sólo por la familia.
Más recientemente en algunas familias de clase media, aun aquellas favorecidas por un negocio pasajero o un empleo más o menos remunerado, los volví a ver en las universidades públicas y privadas.
Con techo, comida y vestido seguros, muchos de estos jóvenes decidieron quedarse en la escuela, tomar algún diplomado, otra carrera o seguir la maestría y luego el doctorado, con tal de no salir a la calle a enfrentar un futuro laboral incierto e inseguro.
La pregunta clásica de los padres “¿Qué quieres ser, qué quieres hacer?”, la diluían con la simple respuesta de “sigo estudiando” con un gesto de desánimo que es su preferido.
Ahora muchos de estos “Ninis” van caminando por las calles de las ciudades de todo el mundo, sin trabajo y sin cumplir con el sueño que nos vendieron hace varias décadas, esa ilusión que nos repitieron durante años de que si lograbas tener educación superior, entonces podrías conseguir trabajo seguro y bien remunerado, ascender en la clase social y económica, tener casa, auto y dinero. Es decir, la vida resuelta.
Pero nada de esto resultó, la promesa nunca se cumplió.
Al contrario, no hay empleo seguro y, cuando existe, es bajo contratos efímeros, de unos cuantos meses, para no generar ninguna responsabilidad social por parte de los empresarios.
En esta realidad el Estado ha abandonado su responsabilidad de asegurar el bienestar social al ceder a la iniciativa privada servicios de salud, agua, basura, educación y hasta la seguridad.
La situación para los “Ninis” en países como México se agrava aún más porque además del desempleo prevalece una ausencia de política económica de carácter social y en un lustro la pirámide demográfica iniciará una transformación hasta que en unas décadas se invierta y, para entonces, habrá más jóvenes sin perspectivas de mejoramiento de empleo o educación.
El exdirector del Politécnico, José Enrique Villa, y el actual rector de la UNAM, José Narro, han advertido --sin que les hagan mucho caso los políticos y la cúpula gobernante-- de los riesgos de no aprovechar este “bono demográfico”.
Han dicho que si se desperdicia este fenómeno social que muy pocas veces se presenta en un país, que es tener una población mayoritariamente joven, con amplias posibilidades para transformar una sociedad, se podrían generar disturbios sociales.
De no aprovechar en su momento a esta población en edad productiva, habrá una población inconforme y demandante de servicios pero sin instituciones capaces de responder a las necesidades básicas de seguridad y bienestar.
De hecho, esto ya está ocurriendo. Cada año las instituciones de educación superior rechazan a unos 200 mil jóvenes solamente en al área urbana de la Ciudad de México, y otros 100 mil a escala nacional.
Mientras que la tasa de desempleo el año pasado fue de más de 3 millones y la del subempleo de más de 4 millones. Esto es, más de 7 millones de mexicanos sin ocupación permanente.
Sin posibilidad de empleo y sin estudios que representen una verdadera esperanza de mejoramiento personal, el futuro de los jóvenes mexicanos se encamina hacia otros caminos: la delincuencia organizada, la migración a Estados Unidos y Canadá, el subempleo o el trabajo informal.
Cualquiera de estos caminos, más que una opción, representa una falsa vía de desahogo ante una demanda social incontenible que irá creciendo ante la incapacidad de opciones reales de satisfactores sociales y laborales.
El país se encuentra frente a un reto mayor, transformar una generación de jóvenes decepcionados, desesperanzados, producto de un proyecto que llegó con el nombre de Consenso de Washington hacia finales de los años ochenta, y que dictó las políticas neoliberales que hoy siguen imperando en América Latina, principalmente.
Los “Ninis” y la situación de crisis en la que viven son producto de este modelo económico que México adoptó desde el gobierno de Carlos Salinas de Gortari y que Vicente Fox y Felipe Calderón han mantenido generando una generación marcada por el desaliento y la desolación.
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