Alejandro Nadal / La Jornada
Desde que estalló la crisis, un reclamo generalizado ha sido la necesidad de establecer nuevas reglas para los bancos y el sistema financiero. La razón es que muchos piensan que los orígenes de la crisis se encuentran en la feroz desregulación del sector financiero. Pero la presidencia de Obama ha tardado un año en comenzar a atender esta petición. Y ahora que ha comenzado a hacerlo, parece que sus propuestas de cambio son insuficientes.
La desregulación financiera tiene una larga historia, comenzando en 1978, cuando un fallo de la Suprema Corte (Marquette vs. First of Omaha) permitió extender las prácticas usureras de los bancos a todos los estados de la unión. Con Reagan, la ley Gran-St. Germain de 1982 desreguló las cajas de ahorro, lo que provocó la crisis del sector a finales de la década.
En 1994 fueron eliminadas las restricciones sobre actividades interestatales de los bancos (ley Riegle-Neal). En 1996 la Reserva federal reinterpretó la ley Glass-Steagall permitiendo que varios bancos comerciales obtuvieran hasta 25 por ciento de sus ganancias totales en actividades de la banca de inversión. Según la ley Glass-Steagall de 1933, la banca comercial (con su manejo prudencial) debía estar separada de la banca de inversión (que acepta mayores riesgos). El lobby bancario triunfó en 1999 cuando la ley Gramm-Leach-Bliley abrogó la ley Glass-Steagall.
En 2000 se impidió a la Comisión federal de transacciones de futuros vigilar y regular las operaciones de derivados no cotizadas en la bolsa. Finalmente, en 2004 se estableció un sistema de regulación voluntaria, permitiendo a los bancos de inversión manejarse con menos reservas y con mayores niveles de apalancamiento.
Así se instauraron incentivos perversos y se sentaron las bases para el manejo explosivo de riesgos. La crisis no era más que una tragedia anunciada. Por eso cuando Obama anunció una iniciativa para volver a regular la actividad bancaria, recogió muchos aplausos. La iniciativa fue preparada por Paul Volcker, su asesor especial para la recuperación económica.
Para Volcker, los grandes bancos no deben utilizar los sistemas de protección de depósitos como plataforma para sus operaciones especulativas. Su plan tiene dos objetivos. El primero es limitar el tamaño de los bancos para evitar que en caso de crisis pongan en peligro la integridad de todo el sistema bancario. Pero habrá que ver los criterios para limitar las dimensiones de los bancos: el diablo está en los detalles.
El segundo objetivo es impedir las transacciones financieras que llevan a cabo los bancos por su cuenta para obtener ganancias especulativas. Estas actividades introducen riesgos adicionales a los de la actividad bancaria tradicional. Uno de los destinatarios de la reforma es Goldman Sachs, empresa que saca 10 por ciento de sus ganancias de estas operaciones.
Pero la reforma Volcker tiene agujeros por los cuales podría pasar un elefante. Para empezar, sólo se aplica a las instituciones que manejan depósitos. Goldman Sachs o Morgan Stanley, por ejemplo, podrían evadir la regla Volcker y seguir adelante con sus operaciones especulativas si se deshacen de la pequeña base de depósitos que tienen en la actualidad.
Por otra parte, los bancos van a poder seguir siendo dueños de fondos de cobertura y de otros fondos de títulos financieros siempre y cuando las operaciones se hagan a nombre y por cuenta de sus clientes (en lugar de ser vehículos de inversión especulativa con recursos propios del banco). Pero esto es peligroso. La crisis demostró que la línea divisoria entre operaciones a nombre de los clientes y con recursos propios de un banco es muy tenue. En la crisis muchos bancos grandes acabaron rescatando a clientes poderosos que habían salido raspados en operaciones de dudosa calidad. Y lo peor es que los bancos podrán eludir la regla Volcker con tan sólo retirar su capital de los fondos de cobertura que manejan: de ese modo siempre podrán argumentar que todas las operaciones son de sus clientes.
La reforma Volcker no impedirá a los bancos realizar operaciones especulativas en los mercados de futuros, de materias primas y commodities. Sólo tienen que demostrar que se trata de operaciones por cuenta de sus clientes. De hecho, las empresas especializadas en las transacciones sobre materias primas y commodities (como Trafigura, Glencore o Vitol) se verán beneficiadas por la exclusión de los bancos en este sector. Muchos analistas piensan que en la lucha por apropiarse de mayores parcelas de mercado, la volatilidad va a arreciar. No hay que olvidar que las alzas en precios de aceites y granos hace dos años estuvieron relacionados con la actividad especulativa de bancos, fondos, aseguradoras y otros grandes agentes en los mercados de futuros. La crisis de altos precios en alimentos puede agravarse en los meses que vienen.
La desregulación es sin duda una de las raíces de la crisis. Pero la reforma de Volcker es demasiado tímida para contrarrestar el alud especulativo de la economía estadunidense.
Desde que estalló la crisis, un reclamo generalizado ha sido la necesidad de establecer nuevas reglas para los bancos y el sistema financiero. La razón es que muchos piensan que los orígenes de la crisis se encuentran en la feroz desregulación del sector financiero. Pero la presidencia de Obama ha tardado un año en comenzar a atender esta petición. Y ahora que ha comenzado a hacerlo, parece que sus propuestas de cambio son insuficientes.
La desregulación financiera tiene una larga historia, comenzando en 1978, cuando un fallo de la Suprema Corte (Marquette vs. First of Omaha) permitió extender las prácticas usureras de los bancos a todos los estados de la unión. Con Reagan, la ley Gran-St. Germain de 1982 desreguló las cajas de ahorro, lo que provocó la crisis del sector a finales de la década.
En 1994 fueron eliminadas las restricciones sobre actividades interestatales de los bancos (ley Riegle-Neal). En 1996 la Reserva federal reinterpretó la ley Glass-Steagall permitiendo que varios bancos comerciales obtuvieran hasta 25 por ciento de sus ganancias totales en actividades de la banca de inversión. Según la ley Glass-Steagall de 1933, la banca comercial (con su manejo prudencial) debía estar separada de la banca de inversión (que acepta mayores riesgos). El lobby bancario triunfó en 1999 cuando la ley Gramm-Leach-Bliley abrogó la ley Glass-Steagall.
En 2000 se impidió a la Comisión federal de transacciones de futuros vigilar y regular las operaciones de derivados no cotizadas en la bolsa. Finalmente, en 2004 se estableció un sistema de regulación voluntaria, permitiendo a los bancos de inversión manejarse con menos reservas y con mayores niveles de apalancamiento.
Así se instauraron incentivos perversos y se sentaron las bases para el manejo explosivo de riesgos. La crisis no era más que una tragedia anunciada. Por eso cuando Obama anunció una iniciativa para volver a regular la actividad bancaria, recogió muchos aplausos. La iniciativa fue preparada por Paul Volcker, su asesor especial para la recuperación económica.
Para Volcker, los grandes bancos no deben utilizar los sistemas de protección de depósitos como plataforma para sus operaciones especulativas. Su plan tiene dos objetivos. El primero es limitar el tamaño de los bancos para evitar que en caso de crisis pongan en peligro la integridad de todo el sistema bancario. Pero habrá que ver los criterios para limitar las dimensiones de los bancos: el diablo está en los detalles.
El segundo objetivo es impedir las transacciones financieras que llevan a cabo los bancos por su cuenta para obtener ganancias especulativas. Estas actividades introducen riesgos adicionales a los de la actividad bancaria tradicional. Uno de los destinatarios de la reforma es Goldman Sachs, empresa que saca 10 por ciento de sus ganancias de estas operaciones.
Pero la reforma Volcker tiene agujeros por los cuales podría pasar un elefante. Para empezar, sólo se aplica a las instituciones que manejan depósitos. Goldman Sachs o Morgan Stanley, por ejemplo, podrían evadir la regla Volcker y seguir adelante con sus operaciones especulativas si se deshacen de la pequeña base de depósitos que tienen en la actualidad.
Por otra parte, los bancos van a poder seguir siendo dueños de fondos de cobertura y de otros fondos de títulos financieros siempre y cuando las operaciones se hagan a nombre y por cuenta de sus clientes (en lugar de ser vehículos de inversión especulativa con recursos propios del banco). Pero esto es peligroso. La crisis demostró que la línea divisoria entre operaciones a nombre de los clientes y con recursos propios de un banco es muy tenue. En la crisis muchos bancos grandes acabaron rescatando a clientes poderosos que habían salido raspados en operaciones de dudosa calidad. Y lo peor es que los bancos podrán eludir la regla Volcker con tan sólo retirar su capital de los fondos de cobertura que manejan: de ese modo siempre podrán argumentar que todas las operaciones son de sus clientes.
La reforma Volcker no impedirá a los bancos realizar operaciones especulativas en los mercados de futuros, de materias primas y commodities. Sólo tienen que demostrar que se trata de operaciones por cuenta de sus clientes. De hecho, las empresas especializadas en las transacciones sobre materias primas y commodities (como Trafigura, Glencore o Vitol) se verán beneficiadas por la exclusión de los bancos en este sector. Muchos analistas piensan que en la lucha por apropiarse de mayores parcelas de mercado, la volatilidad va a arreciar. No hay que olvidar que las alzas en precios de aceites y granos hace dos años estuvieron relacionados con la actividad especulativa de bancos, fondos, aseguradoras y otros grandes agentes en los mercados de futuros. La crisis de altos precios en alimentos puede agravarse en los meses que vienen.
La desregulación es sin duda una de las raíces de la crisis. Pero la reforma de Volcker es demasiado tímida para contrarrestar el alud especulativo de la economía estadunidense.
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