León Bendesky
Los signos de inestabilidad que han surgido en días recientes abarcan un espectro muy grande. Están la violencia inagotable en Ciudad Juárez y la desesperación creciente de las familias ante la descontrolada situación, que exhibe la inefectividad de las acciones del gobierno.
Está el desborde del canal de La Compañía, que dejó a Chalco bajo aguas negras y que aun con las abundantes lluvias algo dicen del estado de la infraestructura urbana. Es una imagen mordaz que si no fuera real sería cruel y de muy mal gusto.
Y está la inflación tan alta de enero, que expone la fragilidad de la economía en este año de supuesta recuperación.
Todo tiende a absorberse de maneras muy distintas, sea la pena por las pérdidas de seres queridos y el inmenso dolor, las inmundicias desbordadas y el alza de los precios. Pero todas dejan secuelas y desgaste social y las cosas no vuelven a ser iguales.
La inestabilidad no es sólo interna, sino que habrá que estar cada vez más preparados para aguantar las repercusiones de los conflictos políticos y financieros que se gestan de manera continua. Guerras, fricciones, empobrecimiento y cargas de las deudas.
La fuerte dependencia social y económica con Estados Unidos nos impone en México condiciones derivadas del carácter de su recuperación productiva y del empleo, pero también de los nuevos enfrentamientos que nacen en la arena política con los grupos más conservadores, que están teniendo un resurgimiento cuyo pronóstico es aún incierto.
La debilidad de las instituciones financieras y de los mercados de capitales en el mundo aún no se ha superado, y este año se ha pasado a la posible crisis ya no de los bancos, sino de gobiernos que no puedan pagar sus enormes deudas.
El caso de Grecia es ahora el más sonado, ya pasó con Islandia, y puede arrastrar a otros países si la disputa entre los Estados, y entre ellos y los inversionistas y especuladores, no se ordena y controla de alguna manera. Éste es ahora el enorme dilema en la Unión Europea y de los riesgos que enfrenta el euro.
La economía mexicana ha mantenido su tan bien custodiada relativa estabilidad macroeconómica, debido primero a un estancamiento crónico y luego a la fuerte recesión productiva. El año pasado hubo una caída del producto de más de 6 por ciento y una elevación del desempleo medido convencionalmente y que acarrea un gran desperdicio por la subocupación y degradación de las condiciones en el mercado de trabajo, incluyendo la fuerte expansión de la informalidad.
Las tasas de interés se han mantenido estables y las fluctuaciones del tipo de cambio del peso contra el dólar no han sido excesivas, siempre en el marco del apocamiento productivo, sobre todo en el mercado interno. Pero este escenario ya cambió.
La inflación de enero fue de 1.09 por ciento (desde enero de 2009 se acumula 4.46 por ciento). El Banco de México señala, con el candor de siempre, que la presión sobre los precios deriva básicamente “de los bienes y servicios administrados y concertados, en particular, el incremento en las tarifas del transporte público en algunas localidades y en el servicio telefónico local”.
La política fiscal es ahora la fuente de la inflación con el aumento de esos precios, de los impuestos y la gestión del gasto público. El gobierno es hoy el principal problema, pues la economía opera muy por debajo de su capacidad y los precios suben por exceso de demanda. No es trivial que se registren alzas significativas en los precios de los alimentos y en las cervezas por causa de los nuevos impuestos.
Pero no debe perderse de vista que las condiciones de la oferta siguen estando fuertemente distorsionadas por problemas como el escaso financiamiento de los bancos, baja productividad y restricciones a la competencia. La recuperación que se espera este año, con un mercado externo sin fuerza, puede crear otras fuentes de inflación.
La repercusiones generales de la crisis a escala internacional desde fines de 2008 no ha modificado de modo suficiente la visión ni los argumentos de los responsables de la política monetaria y fiscal en México (véanse por ejemplo las presentaciones públicas que se hacen en Hacienda o en el banco central).
Da la impresión de que otra vez se pueden estar malinterpretando las condiciones de la inestabilidad general, como ocurrió a finales de 2008. No son claras las fuerzas internas que pueden sostener una mínima expansión del producto.
La pregunta de siempre es: “¿por qué no crece la economía mexicana? Las respuestas que se ofrecen son repetitivas e inocuas. La atención debe fijarse en las ideas, prácticas de gestión, reglas, normas y en la convicción en las formas efectivas de crear riqueza.
Fuente: La Jornada
Los signos de inestabilidad que han surgido en días recientes abarcan un espectro muy grande. Están la violencia inagotable en Ciudad Juárez y la desesperación creciente de las familias ante la descontrolada situación, que exhibe la inefectividad de las acciones del gobierno.
Está el desborde del canal de La Compañía, que dejó a Chalco bajo aguas negras y que aun con las abundantes lluvias algo dicen del estado de la infraestructura urbana. Es una imagen mordaz que si no fuera real sería cruel y de muy mal gusto.
Y está la inflación tan alta de enero, que expone la fragilidad de la economía en este año de supuesta recuperación.
Todo tiende a absorberse de maneras muy distintas, sea la pena por las pérdidas de seres queridos y el inmenso dolor, las inmundicias desbordadas y el alza de los precios. Pero todas dejan secuelas y desgaste social y las cosas no vuelven a ser iguales.
La inestabilidad no es sólo interna, sino que habrá que estar cada vez más preparados para aguantar las repercusiones de los conflictos políticos y financieros que se gestan de manera continua. Guerras, fricciones, empobrecimiento y cargas de las deudas.
La fuerte dependencia social y económica con Estados Unidos nos impone en México condiciones derivadas del carácter de su recuperación productiva y del empleo, pero también de los nuevos enfrentamientos que nacen en la arena política con los grupos más conservadores, que están teniendo un resurgimiento cuyo pronóstico es aún incierto.
La debilidad de las instituciones financieras y de los mercados de capitales en el mundo aún no se ha superado, y este año se ha pasado a la posible crisis ya no de los bancos, sino de gobiernos que no puedan pagar sus enormes deudas.
El caso de Grecia es ahora el más sonado, ya pasó con Islandia, y puede arrastrar a otros países si la disputa entre los Estados, y entre ellos y los inversionistas y especuladores, no se ordena y controla de alguna manera. Éste es ahora el enorme dilema en la Unión Europea y de los riesgos que enfrenta el euro.
La economía mexicana ha mantenido su tan bien custodiada relativa estabilidad macroeconómica, debido primero a un estancamiento crónico y luego a la fuerte recesión productiva. El año pasado hubo una caída del producto de más de 6 por ciento y una elevación del desempleo medido convencionalmente y que acarrea un gran desperdicio por la subocupación y degradación de las condiciones en el mercado de trabajo, incluyendo la fuerte expansión de la informalidad.
Las tasas de interés se han mantenido estables y las fluctuaciones del tipo de cambio del peso contra el dólar no han sido excesivas, siempre en el marco del apocamiento productivo, sobre todo en el mercado interno. Pero este escenario ya cambió.
La inflación de enero fue de 1.09 por ciento (desde enero de 2009 se acumula 4.46 por ciento). El Banco de México señala, con el candor de siempre, que la presión sobre los precios deriva básicamente “de los bienes y servicios administrados y concertados, en particular, el incremento en las tarifas del transporte público en algunas localidades y en el servicio telefónico local”.
La política fiscal es ahora la fuente de la inflación con el aumento de esos precios, de los impuestos y la gestión del gasto público. El gobierno es hoy el principal problema, pues la economía opera muy por debajo de su capacidad y los precios suben por exceso de demanda. No es trivial que se registren alzas significativas en los precios de los alimentos y en las cervezas por causa de los nuevos impuestos.
Pero no debe perderse de vista que las condiciones de la oferta siguen estando fuertemente distorsionadas por problemas como el escaso financiamiento de los bancos, baja productividad y restricciones a la competencia. La recuperación que se espera este año, con un mercado externo sin fuerza, puede crear otras fuentes de inflación.
La repercusiones generales de la crisis a escala internacional desde fines de 2008 no ha modificado de modo suficiente la visión ni los argumentos de los responsables de la política monetaria y fiscal en México (véanse por ejemplo las presentaciones públicas que se hacen en Hacienda o en el banco central).
Da la impresión de que otra vez se pueden estar malinterpretando las condiciones de la inestabilidad general, como ocurrió a finales de 2008. No son claras las fuerzas internas que pueden sostener una mínima expansión del producto.
La pregunta de siempre es: “¿por qué no crece la economía mexicana? Las respuestas que se ofrecen son repetitivas e inocuas. La atención debe fijarse en las ideas, prácticas de gestión, reglas, normas y en la convicción en las formas efectivas de crear riqueza.
Fuente: La Jornada
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