miércoles, 17 de febrero de 2010

CRISIS SIN FIN

Antonio Navalón / El Universal
La crisis económica y el miedo colectivo no se han acabado. Lo que fue Wall Street en los inicios de 2008, lo están siendo hoy las bolsas de la Unión Europea, donde el desempleo se elevó durante el mes de diciembre hasta alcanzar 10%, cifra récord desde agosto de 1998.
Esta situación es particularmente grave para España, antes cabeza de león y hoy furgón de cola de una Europa que perdió el norte.
¿Alguien suponía que la crisis era algo más que un declive financiero? La debacle financiera mundial hoy no es más que la continuidad de un problema social que no hemos resuelto, porque todos los gobiernos, de norte a sur y de este a oeste, han hecho lo mismo: echar mano de la cartera para hipotecar la vida presente y futura de los ciudadanos, para que a pesar de todo piensen que pueden continuar igual. Pero lo único que ya nos quedó claro de esta crisis que vivimos es que se puede ser todo, menos iguales.
Si uno observa bien lo que está pasando en Estados Unidos, descubre que los bancos vuelven a ganar dinero, pero no está claro si ese dinero —usado en parte para regalarse suculentos bonos que enervan, con razón, a un presidente de la clase media como es Barack Obama— lo van a dedicar una vez más a financiar a los mismos elementos que nos han arrastrado a donde estamos y que dentro de algunos años nos podrían volver a sumergir pero mucho más abajo.
Al cierre de 2009, la economía estadounidense había crecido 5.6%, una cifra que no se había visto desde el 2003, justo cuando todo Estados Unidos decidió salir a comprar para festejar la patriótica iniciativa de invadir ese pozo de sangre, frustración y vergüenza llamado Irak.
Sin embargo, ese crecimiento económico no se ve reflejado en un aumento en las plazas laborales, los empleos siguen escaseando por una razón muy sencilla: las economías mundiales, empezando por la norteamericana, han avanzado una parte en el camino de superar la crisis, pero no han cumplido en la segunda parte, que consiste en una relectura del mundo posible y sus mercados, a partir de la certeza de lo que ya no será posible. Por eso, resulta crucial en este momento establecer varios cuestionamientos que ya no pueden esperar más tiempo para ser respondidos.
¿Quiere Obama seguir destinando los recursos de todos en más endeudamiento? ¿Necesitaremos no sólo destruir lo que queda de este planeta sino convertirnos en avatar para superar el déficit fiscal norteamericano? ¿Quién está pensando en una alternativa para la población laboral que entrará en jubilación y que, si no se muere, tendrá que hacer algo además de desesperarse, emborracharse y frustrarse?
Hace veinte años, los chinos nos pusieron a todos en un camino maravilloso: dejamos de ser países productores —¡qué horror, mancharnos las manos de grasa!— para ser países consumidores. Ellos trabajaban, ellos se manchaban las manos, ellos han tenido, durante sesenta años, sólo una semana al año de vacaciones, para festejar que el camarada Mao había llegado a la Plaza de Tian´anmen a proclamar la fundación de la República Popular China.
Nosotros, sin embargo, nos convertimos en los mejores consumidores de la historia. Todo nuestro trabajo consistía sencillamente en colocar nuestro dinero en manos de los piratas financieros, nacionales e internacionales, e ir a comprar cada vez con mayor dedicación y profesionalismo a los malls.
Pues bien, ya no hay trabajo y tampoco hay dinero para comprar, y ahora las preguntas que deben contestar José Luis Rodríguez Zapatero, en España; Barack Obama, en Estados Unidos; Karolos Papoulias, en Grecia; Nicolás Sarkozy, en Francia, y Felipe Calderón, en México, son: ¿Qué vamos a hacer? ¿De qué vamos a trabajar?
Tras un año de promesas sin cumplir, Obama ha dicho —cual imitación de quien en campaña prometió ser el “presidente del empleo”— que ahora el empleo será la prioridad de su gobierno y que invertirá 100 mil millones de dólares para fomentar la creación de trabajos. ¿Será que obtiene de sus asesores los mismos discursos utópicos que utilizó Felipe Calderón? Es posible.
Lo imposible es pensar que el mundo se arreglará cuando trabajen los chinos, porque hoy ellos, los que trabajan, han venido sin que nadie los espere para ganarse lo que se comen —lo que no podemos decir de muchos de los occidentales, entre ellos nuestros gobernantes— y además han venido para quedarse.
Mientras tanto, miro mis manos, veo cómo las yemas de mis dedos recorren el teclado del ordenador y echo de menos los callos de cuando trabajando, aunque fuera en el campo, teníamos un futuro. Hoy sólo tenemos cosas que comprar con dinero que no ganamos y nada que producir.




Periodista

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