Julio Faesler / Excelsior
Sumar nuestro desarrollo al del país sudamericano significará entrelazar programas de infraestructura.
Está en curso la propuesta lanzada por los presidentes de México y Brasil de firmar un Tratado de Libre Comercio de amplio espectro.Por ahora nos une Acuerdo de Complementación ALADI por el que nos otorgamos preferencias arancelarias recíprocas en una gama de productos sujetándolos a un programa de desgravación progresiva. Los intercambios han aumentado a lo largo de su implementación.
Nuestra Secretaría de Economía lleva tiempo auscultando la opinión de empresarios mexicanos sobre un acuerdo económico de más amplio espectro. Las reacciones recabadas han sido mayoritariamente negativas. Prevalece desconfianza en los nuestros, de poder acceder al mercado brasileño cuyas restricciones no tarifarias, más que los impuestos de importación, oponen barreras que desde acá se ven como infranqueables.
Los brasileños tienen interés en aprovechar el TLCAN que les ofrecería una base de lanzamiento hacia el mercado norteamericano. Para hacerlo, empero, tendrían que certificar su “origen” TLCAN lo que es un argumento fuerte para atraer sus inversiones a instalarse entre nosotros.Con excepción de las industrias química y automotriz, los empresarios mexicanos expresan su oposición a un acuerdo económico más amplio. Son los sectores tan fuertes como el alimenticio, materiales de construcción, equipos médicos o, una vez más, como en tiempos de ALALC el de bienes de capital.
Nuestros industriales no aceptan más retos y se pronuncian contra “más acuerdos comerciales inútiles”. La apertura comercial que México abrazó desde la entrada al GATT en 1985 no fortaleció nuestra musculatura económica. Otros países en cambio, Brasil es un caso claro, con políticas decididas de apoyo y preferencias a la industria y agricultura propias, nos han rebasado.
El impulso a los intercambios económicos no es, empero, lo más trascendental. México y Brasil somos socios naturales que aún no realizamos nuestro sumado potencial mientras que países antes sólo “en desarrollo”, ahora pujantemente “emergentes”, llenan los espacios neoeconómicos y políticos en todos los continentes. Vietnam, Tailandia, Egipto, Indonesia, Singapur, Filipinas, Marruecos y Sudáfrica, son ejemplos sorprendentes.
Vamos demasiado lentos en México, medido en términos de la urgencia por crear empleos e invertir la pauperización de nuestra población rural y urbana. Hay que acelerar nuestro ritmo aumentando la presencia en los mercados de países industrializados pero también en los países en desarrollo donde su desenvolvimiento es más dinámico precisamente por estar en franca etapa de ascenso.
Sumar nuestro desarrollo nacional al de Brasil no es sólo exportarnos más, sino entrelazar programas de infraestructuras, recursos financieros, experiencias en temas críticos como educación, capacitación, asuntos ambientales y guerra contra narcomafias.
Con una inteligente coordinación de intereses nacionales y estrategias de desarrollo, la participación de nuestros dos países en los foros e instituciones multinacionales donde se toman las decisiones que determinan el curso del mundo y que, por ahora, dominan un limitado grupo de países que tiene que ampliarse, no sólo rumbo a Asia, sino a la comunidad latinoamericana.
Es, pues, más previsor para México combinar estrategias con Brasil, empezando por un Acuerdo de amplio espectro que seguir reduciendo nuestra visión, como lo proponen algunos, a la perspectiva norteamericana.
Nuestra relación norteamericana nos incorporará siempre a sus estructuras, conveniencias y estrategias geopolíticas. Con Brasil, si sabemos negociar nuestros pactos con miras a largo plazo, el horizonte se comparte mirando hacia una relación entre iguales y con metas comunes y compartibles.
Sumar nuestro desarrollo al del país sudamericano significará entrelazar programas de infraestructura.
Está en curso la propuesta lanzada por los presidentes de México y Brasil de firmar un Tratado de Libre Comercio de amplio espectro.Por ahora nos une Acuerdo de Complementación ALADI por el que nos otorgamos preferencias arancelarias recíprocas en una gama de productos sujetándolos a un programa de desgravación progresiva. Los intercambios han aumentado a lo largo de su implementación.
Nuestra Secretaría de Economía lleva tiempo auscultando la opinión de empresarios mexicanos sobre un acuerdo económico de más amplio espectro. Las reacciones recabadas han sido mayoritariamente negativas. Prevalece desconfianza en los nuestros, de poder acceder al mercado brasileño cuyas restricciones no tarifarias, más que los impuestos de importación, oponen barreras que desde acá se ven como infranqueables.
Los brasileños tienen interés en aprovechar el TLCAN que les ofrecería una base de lanzamiento hacia el mercado norteamericano. Para hacerlo, empero, tendrían que certificar su “origen” TLCAN lo que es un argumento fuerte para atraer sus inversiones a instalarse entre nosotros.Con excepción de las industrias química y automotriz, los empresarios mexicanos expresan su oposición a un acuerdo económico más amplio. Son los sectores tan fuertes como el alimenticio, materiales de construcción, equipos médicos o, una vez más, como en tiempos de ALALC el de bienes de capital.
Nuestros industriales no aceptan más retos y se pronuncian contra “más acuerdos comerciales inútiles”. La apertura comercial que México abrazó desde la entrada al GATT en 1985 no fortaleció nuestra musculatura económica. Otros países en cambio, Brasil es un caso claro, con políticas decididas de apoyo y preferencias a la industria y agricultura propias, nos han rebasado.
El impulso a los intercambios económicos no es, empero, lo más trascendental. México y Brasil somos socios naturales que aún no realizamos nuestro sumado potencial mientras que países antes sólo “en desarrollo”, ahora pujantemente “emergentes”, llenan los espacios neoeconómicos y políticos en todos los continentes. Vietnam, Tailandia, Egipto, Indonesia, Singapur, Filipinas, Marruecos y Sudáfrica, son ejemplos sorprendentes.
Vamos demasiado lentos en México, medido en términos de la urgencia por crear empleos e invertir la pauperización de nuestra población rural y urbana. Hay que acelerar nuestro ritmo aumentando la presencia en los mercados de países industrializados pero también en los países en desarrollo donde su desenvolvimiento es más dinámico precisamente por estar en franca etapa de ascenso.
Sumar nuestro desarrollo nacional al de Brasil no es sólo exportarnos más, sino entrelazar programas de infraestructuras, recursos financieros, experiencias en temas críticos como educación, capacitación, asuntos ambientales y guerra contra narcomafias.
Con una inteligente coordinación de intereses nacionales y estrategias de desarrollo, la participación de nuestros dos países en los foros e instituciones multinacionales donde se toman las decisiones que determinan el curso del mundo y que, por ahora, dominan un limitado grupo de países que tiene que ampliarse, no sólo rumbo a Asia, sino a la comunidad latinoamericana.
Es, pues, más previsor para México combinar estrategias con Brasil, empezando por un Acuerdo de amplio espectro que seguir reduciendo nuestra visión, como lo proponen algunos, a la perspectiva norteamericana.
Nuestra relación norteamericana nos incorporará siempre a sus estructuras, conveniencias y estrategias geopolíticas. Con Brasil, si sabemos negociar nuestros pactos con miras a largo plazo, el horizonte se comparte mirando hacia una relación entre iguales y con metas comunes y compartibles.
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