Enrique Calderón Alzati / La Jornada
Si tuviéramos que decidir cual de los problemas que día a día tenemos que enfrentar los mexicanos es el más preocupante, seguramente tendríamos que reflexionar en torno a la inseguridad y la pobreza, o quizás también la falta de esperanza de un futuro mejor. Es claro que para los recientes gobiernos que hemos venido padeciendo, la pobreza pareciera ser el que más les preocupa, según se puede observar en la gran variedad de instrumentos creados para combatirla”.
Podemos así mencionar como ejemplos los llamados tortibonos, las dádivas de solidaridad, los programas de oportunidades, las “becas para estudiar”, los subsidios y las ayudas para el pago de diversos servicios, etcétera. En lo personal, considero que este tipo de dádivas o “logros”, según se quieran ver, no son otra cosa que el reconocimiento de fallas transitorias o permanentes del sistema económico, o más concretamente del gobierno, las cuales lejos de disminuir van en aumento.
El notable crecimiento de estos instrumentos, tanto en diversidad como en cantidad, constituye la más fehaciente de las pruebas de que el sistema económico neoliberal que los mismos gobiernos, tanto del PRI como ahora del PAN, no han cesado de alabar con una actitud que raya en lo irracional, ha sido un experimento desastroso e irresponsable, por la secuela de efectos sociales secundarios, cuyas dimensiones han sido incapaces de imaginar.
Combatir la pobreza con estas dádivas es exactamente lo mismo que combatir la delincuencia organizada con violencia, lo cual no tiene otro efecto que crear más violencia, como lo hemos estado viviendo a lo largo de este sexenio, que a muchos nos parece ya eterno. Combatir los efectos, en lugar de las causas, representa una experiencia fallida, cualquiera que sea el problema que se enfrenta.
Lo que nuestro país necesita para salir del gran problema que ha venido sufriendo, a partir de la imposición del modelo neoliberal de la globalización y del libre comercio, es un programa de desarrollo, un proyecto de nación que nos permita producir más y asegurar una repartición más equitativa de lo que se produce, las dádivas sociales pretenden aminorar los efectos de la pobreza y de la injusticia social, pero al hacerlo lo que termina lográndose es más pobreza y más injusticia social.
Una lección importante, que los gobernantes actuales parecen ignorar, es la del pueblo yucateco ante la crisis del henequen durante la segunda mitad del siglo XX, cuando la corrupción dominante en el Banco de Crédito Rural, que otorgaba créditos a los campesinos para financiar las actividades agrícolas, se convirtió en un esquema de dádivas clientelares, totalmente ineficaz para abatir la pobreza, pero brutalmente eficiente para generar en los campesinos sentimientos de derrota y fracaso, los cuales tardaron varias décadas en superar.
Tal como sucede con la actual campaña de violencia gubernamental, que sólo ha logrado crear la imagen de un país en guerra, como el Chicago de los gangsteres de principios del siglo XX, los programas gubernamentales, que parecieran representar un alivio para la población más desamparada, están logrando la consolidación de grupos sociales, para los que esas ayudas han dejado de ser puente para acceder a mejores niveles de vida, y se han convertido en elementos de parálisis y de confirmación de que la única posibilidad futura radica en continuar recibiendo la dádiva, aunque ello implique la comisión de acciones no deseadas, como forma única de pago.
Pero estos programas también representan algo más: la salida fácil del problema, ante la falta de visión y de voluntad política para generar nuevos empleos, para facilitar la creación y el desarrollo de empresas mediante proyectos y programas que hoy existen sólo en el discurso oficial, exactamente del mismo modo que las victorias imaginarias contra el crimen organizado.
Uno de los proyectos más demagógicos de Carlos Salinas, el programa Solidaridad, creado para enfrentar a finales del siglo pasado el éxito arrollador de Cuauhtemoc Cárdenas en amplias zonas del país y evitar la entrega del poder al mismo, constituye otra muestra de los resultados de largo plazo de estas políticas clientelares de dádivas graciosas; pocos parecen acordarse ya de la conformación del municipio de la Solidaridad en Valle de Chalco, sobre terrenos del antiguo lago de Texcoco, como una dádiva graciosa del Señor Presidente. En el corto plazo, la maniobra permitió a ese gobierno resolver parcialmente la falta de viviendas en la zona metropolitana y, al mismo tiempo, comprar las simpatías y los votos de decenas de miles de familias supuestamente beneficiadas, las mismas que ahora son víctimas de las inundaciones continuas en esa área, caprichosamente empeñada en volver a convertirse en lo que siempre fue, el enorme vaso de un lago.
El proyecto fue desde luego un éxito, que los gobiernos que le sucedieron han continuado hasta el presente, mostrándose dadivosos en la repartición de migajas y sin molestarse mucho en proyectos que permitiesen crear cadenas productivas, más allá del discurso oficial, apoyado con bonitas campañas en torno a nada. Para la población de menos recursos, despojada de esperanza y a veces incluso de dignidad, recibir estas dádivas constituye sólo un reforzamiento pavloviano para fortalecer su dependencia y seguir siendo pobres y sumisos.
Así, el infierno que hoy vive Ciudad Juárez, en medio de una guerra que no es suya, causada por la violencia con la que el gobierno combate un problema que otros dejaron crecer, por omisión o por complicidad, parece repetirse a escala nacional, cuando la pobreza se combate con la misma medicina.
Si tuviéramos que decidir cual de los problemas que día a día tenemos que enfrentar los mexicanos es el más preocupante, seguramente tendríamos que reflexionar en torno a la inseguridad y la pobreza, o quizás también la falta de esperanza de un futuro mejor. Es claro que para los recientes gobiernos que hemos venido padeciendo, la pobreza pareciera ser el que más les preocupa, según se puede observar en la gran variedad de instrumentos creados para combatirla”.
Podemos así mencionar como ejemplos los llamados tortibonos, las dádivas de solidaridad, los programas de oportunidades, las “becas para estudiar”, los subsidios y las ayudas para el pago de diversos servicios, etcétera. En lo personal, considero que este tipo de dádivas o “logros”, según se quieran ver, no son otra cosa que el reconocimiento de fallas transitorias o permanentes del sistema económico, o más concretamente del gobierno, las cuales lejos de disminuir van en aumento.
El notable crecimiento de estos instrumentos, tanto en diversidad como en cantidad, constituye la más fehaciente de las pruebas de que el sistema económico neoliberal que los mismos gobiernos, tanto del PRI como ahora del PAN, no han cesado de alabar con una actitud que raya en lo irracional, ha sido un experimento desastroso e irresponsable, por la secuela de efectos sociales secundarios, cuyas dimensiones han sido incapaces de imaginar.
Combatir la pobreza con estas dádivas es exactamente lo mismo que combatir la delincuencia organizada con violencia, lo cual no tiene otro efecto que crear más violencia, como lo hemos estado viviendo a lo largo de este sexenio, que a muchos nos parece ya eterno. Combatir los efectos, en lugar de las causas, representa una experiencia fallida, cualquiera que sea el problema que se enfrenta.
Lo que nuestro país necesita para salir del gran problema que ha venido sufriendo, a partir de la imposición del modelo neoliberal de la globalización y del libre comercio, es un programa de desarrollo, un proyecto de nación que nos permita producir más y asegurar una repartición más equitativa de lo que se produce, las dádivas sociales pretenden aminorar los efectos de la pobreza y de la injusticia social, pero al hacerlo lo que termina lográndose es más pobreza y más injusticia social.
Una lección importante, que los gobernantes actuales parecen ignorar, es la del pueblo yucateco ante la crisis del henequen durante la segunda mitad del siglo XX, cuando la corrupción dominante en el Banco de Crédito Rural, que otorgaba créditos a los campesinos para financiar las actividades agrícolas, se convirtió en un esquema de dádivas clientelares, totalmente ineficaz para abatir la pobreza, pero brutalmente eficiente para generar en los campesinos sentimientos de derrota y fracaso, los cuales tardaron varias décadas en superar.
Tal como sucede con la actual campaña de violencia gubernamental, que sólo ha logrado crear la imagen de un país en guerra, como el Chicago de los gangsteres de principios del siglo XX, los programas gubernamentales, que parecieran representar un alivio para la población más desamparada, están logrando la consolidación de grupos sociales, para los que esas ayudas han dejado de ser puente para acceder a mejores niveles de vida, y se han convertido en elementos de parálisis y de confirmación de que la única posibilidad futura radica en continuar recibiendo la dádiva, aunque ello implique la comisión de acciones no deseadas, como forma única de pago.
Pero estos programas también representan algo más: la salida fácil del problema, ante la falta de visión y de voluntad política para generar nuevos empleos, para facilitar la creación y el desarrollo de empresas mediante proyectos y programas que hoy existen sólo en el discurso oficial, exactamente del mismo modo que las victorias imaginarias contra el crimen organizado.
Uno de los proyectos más demagógicos de Carlos Salinas, el programa Solidaridad, creado para enfrentar a finales del siglo pasado el éxito arrollador de Cuauhtemoc Cárdenas en amplias zonas del país y evitar la entrega del poder al mismo, constituye otra muestra de los resultados de largo plazo de estas políticas clientelares de dádivas graciosas; pocos parecen acordarse ya de la conformación del municipio de la Solidaridad en Valle de Chalco, sobre terrenos del antiguo lago de Texcoco, como una dádiva graciosa del Señor Presidente. En el corto plazo, la maniobra permitió a ese gobierno resolver parcialmente la falta de viviendas en la zona metropolitana y, al mismo tiempo, comprar las simpatías y los votos de decenas de miles de familias supuestamente beneficiadas, las mismas que ahora son víctimas de las inundaciones continuas en esa área, caprichosamente empeñada en volver a convertirse en lo que siempre fue, el enorme vaso de un lago.
El proyecto fue desde luego un éxito, que los gobiernos que le sucedieron han continuado hasta el presente, mostrándose dadivosos en la repartición de migajas y sin molestarse mucho en proyectos que permitiesen crear cadenas productivas, más allá del discurso oficial, apoyado con bonitas campañas en torno a nada. Para la población de menos recursos, despojada de esperanza y a veces incluso de dignidad, recibir estas dádivas constituye sólo un reforzamiento pavloviano para fortalecer su dependencia y seguir siendo pobres y sumisos.
Así, el infierno que hoy vive Ciudad Juárez, en medio de una guerra que no es suya, causada por la violencia con la que el gobierno combate un problema que otros dejaron crecer, por omisión o por complicidad, parece repetirse a escala nacional, cuando la pobreza se combate con la misma medicina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario