martes, 23 de febrero de 2010

ROMPER LA FRONTERA DE CRISTAL

La línea fronteriza entre EE UU y México se calienta, y los recelos surgen de ambos lados
SABINO BASTIDAS COLINAS / EL PAÍS
El gran escritor mexicano Carlos Fuentes tituló a una colección de relatos que publicó en 1995 como "la frontera de cristal", para caracterizar una de las colindancias más intensas, más difíciles y al mismo tiempo más frágiles del mundo: la frontera entre México y Estados Unidos.
Una frontera grande: 3,152 kilómetros, en su mayoría marcados por el cauce de un río, que, al norte es conocido como Río Grande, y al sur como Río Bravo. Ahí empiezan las desavenencias y los desencuentros. En el río, que es una gran metáfora. La metáfora de una relación caprichosa y variable, con momentos de secas, crecidas e inundaciones. Una relación continua, incesante, a ratos apacible, a ratos turbulenta y tempestuosa.
Una frontera que representa muy bien, una relación abrumadora. De récord y números inmensos en todo. En el cruce diario de personas y vehículos, en el intercambio, en el consumo, en la migración legal e ilegal, en el paso de drogas, de armas y de contrabando. Una frontera en la que todo es tema y todo es problema: los derechos humanos, las relaciones laborales, el comercio, el medio ambiente, la economía, el desarrollo urbano y la delincuencia.
Integrada en la desintegración. Desintegrada en la integración. Comunidades que conviven y son una: Mexicali y Calexico, El Paso y Ciudad Juárez, Brownsville y Matamoros, Laredo y Nuevo Laredo, Eagle Pass y Piedras Negras, Nogales de ambos lados. Ejemplo de ciudades con una vida en común. Mutuamente dependientes. Parte de países, independientes. Ciudades divididas por la soberanía. Historias compartidas, artificialmente divididas.
Una frontera compleja, dolorosa, contradictoria. Fracaso de la razón y del intelecto humano. Absurda y llena de errores. Una bomba de tiempo social. Una frontera que parece no tener solución. Que no tiene diseño de largo plazo, una visión compartida que permita un proceso sustentable de encuentro, de cooperación o de integración. Una frontera que cada día se hace más grande, más profunda, más desértica, más larga y más tonta.
Una frontera que cuenta 47 puentes o cruces fronterizos formales, y miles, cientos de miles de cruces fronterizos informales, que inauguran todos los días los miles de mexicanos, centroamericanos, caribeños y sudamericanos que cruzan por ellos.
Bien, pues esa frontera que siempre ha estado en crisis, hoy vive uno de sus peores momentos, marcado sin duda por el recrudecimiento del problema de la inseguridad en México, por el narcotráfico, la delincuencia organizada y la violencia.
¿Qué representa esa frontera para Estados Unidos?: un grave problema. México se ha convertido sin duda en un problema de seguridad nacional para los Estados Unidos.
Imagine usted que de pronto tiene un vecino en el que se reportan 5,000 ó 6,000 ejecuciones al año. Con actos de creciente crueldad y violencia. Imagine que en la puerta de su frontera sur se tiene una ciudad como Ciudad Juárez, en la que se reportan 1000 ejecuciones al año, con un despliegue policiaco y militar de miles de efectivos, armados hasta los dientes.
Vivir al lado de un país con tales niveles de inseguridad es en sí mismo un problema de seguridad. Debe provocar miedo, rabia y frustración. Ocasiona reacciones viscerales, populistas, y existe en todo momento la idea de elevar la barda, de cerrar la frontera, de dar un golpe de timón. Exacerba por supuesto patriotismos, nacionalismos y aislacionismos. Inaceptable sí, pero comprensible. Irracional sí, pero natural.
Pero al mismo tiempo ¿Qué representa esa misma frontera para México?: También un grave problema. Estados Unidos también se ha convertido en un problema de seguridad nacional para México.
Ahora imagine usted de pronto tener como vecino al mayor consumidor de drogas del mundo. A un vecino que le vende armas con toda libertad a las mafias de la droga que operan en México.
Vivir al lado de un país que además de ofrecer toda la oportunidad económica de la colindancia con el país más rico del planeta, ofrece también a miles, quizá millones de usuarios de toda clase de giros negros, con todas las consecuencias e implicaciones del lado mexicano. Esta realidad por supuesto también ocasiona miedo, rabia y frustración del lado mexicano. Provoca reacciones igualmente viscerales, populistas y poco pensadas. Exacerba también patriotismos, nacionalismo y aislacionismos. Inaceptable, claro, pero también comprensible.
En lugar de estar instalados en esa visión, ¿Qué debería representar la frontera para México y Estados Unidos?: Un problema común. Un problema compartido. Un proyecto.
Una vez el dictador mexicano Porfirio Díaz dijo: "Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos." Carlos Fuentes completó la frase de manera afortunada en el noveno relato de "La frontera de cristal" y dice: "Al norte del río grande / al sur del río bravo, / que vuelen las palabras, / pobre México, / pobre Estados Unidos, / tan lejos de Dios, / tan cerca el uno del otro.
Tan cerca el uno del otro, no hay otro camino que la construcción de soluciones comunes. No hay otro camino que la visión compartida del problema de las drogas.
Al inicio de la administración de Barack Obama, la creciente delincuencia y sobre todo la violencia en México, creó dos corrientes muy claras al interior del gobierno norteamericano. Por un lado, quienes pensaban que el Gobierno mexicano tenía el problema bajo control e iba en la ruta correcta de solución, y por el otro, un grupo importante de legisladores, algunos oficiales de seguridad y varios líderes de opinión, que pensaban que el tema desbordaba a las autoridades mexicanas.
Por unas semanas rondó en la relación bilateral entre México y Estados Unidos el fantasma de la certificación, y otras descalificaciones del pasado, que tanto daño hicieron en su momento a países como por ejemplo Colombia.
Fue sin duda un momento crítico de la relación bilateral, que elevó la tensión entre ambos gobiernos y que activó todos los motores formales e informales de la diplomacia. Ese momentum afortunadamente se destrabó rápidamente con la visita de Hillary Clinton a México, en marzo de 2009, y con el posterior encuentro entre los presidentes Obama y Calderón, en el que se da un voto de confianza al Gobierno mexicano en la lucha contra el narcotráfico.
No solo eso, sino que el propio presidente Barack Obama en un giro sin precedentes en la visión del problema de las drogas, reconoció que Estados Unidos tiene un severo problema de consumo que es necesario también atender.
A partir de ese momento la secuencia de colaboración, aunque magra, diría yo muy moderada, ha sido continua y permanente. Desde el Plan Mérida, con su lentitud e interrupciones, como un mecanismo de financiamiento para mejorar los cuerpos de seguridad pública, hasta la visita, la semana pasada, de la titular del Departamento de Seguridad Interna de los Estados Unidos, la señora Janet Napolitano, ex gobernadora de Arizona y una gran conocedora del tema fronterizo, que estuvo en México para suscribir un nuevo pacto de seguridad fronteriza, centrado en la colaboración para operativos e intercambio de información policíaca.
El convenio de seguridad con la señora Napolitano se presenta en un momento anticlimático y hasta cierto punto contradictorio, en el que el propio Presidente Calderón da un giro a su discurso y corrige su visión y su estrategia de combate a las drogas.
Después de más de tres años de una estrategia, llamada al fracaso desde el principio, y basada sólo en el despliegue militar y policíaco, Calderón asume en Ciudad Juárez hace unos días que la estrategia es y era otra: que el problema de las drogas es de largo plazo; que requiere de la colaboración integral de toda la sociedad, de todos los poderes y de todos los niveles de gobierno; que debe ser enfrentado y atendido con militares y policías sí, pero también con políticas sociales más amplias; y sobre todo, que se trata, más que de una guerra, de un problema social de largo plazo.
Cede la visión militarista. La idea y la lógica de ocupación y guerra agota y se agota. El propio Secretario de la Defensa de México, el General Guillermo Galván dijo el pasado 19 de febrero, en la ceremonia del día del Ejército, que "nadie desea que esta lucha se prolongue indefinidamente, a nadie conviene."
Es claro que de la misma manera que en México ya no es posible sostener esa visión que centra la solución de la lucha contra las drogas, en los temas de seguridad y policía, en la relación bilateral es necesario también transitar hacia una visión más amplia, más integral, más social y de largo plazo.
El Plan Mérida y convenios como el que se firmó la semana pasada, son necesarios pero marginales e incompletos. La estrategia es de desarrollo social, la educación, de valores y de combate a las adicciones. Es necesario tratar de convencer, más que de vencer. Construir un blindaje social, que ayude a enfrentar, en cada familia y en cada comunidad, uno de los problemas más graves de la civilización contemporánea.
México necesita trabajar muy pronto en Estados Unidos para tratar de construir una visión distinta, y parece que con el gobierno de Obama, hoy hay una oportunidad y existen las mejores condiciones para hacerlo.
No hay que olvidar que el escepticismo y la duda prevalecen en muchos sectores conservadores del gobierno y de la opinión pública norteamericanas. Que en varios sectores de la unión americana existe una gran preocupación por saber si la guerra contra el narcotráfico en México es sustentable, y sobre todo, si tendrá cauce y continuidad en el 2012 con el cambio de gobierno. No podemos pasar por alto que persiste la tentación de negar, de culpar y de cerrar y que existe incluso en algunos la idea, la locura de militarizar la frontera y de crear muros de cemento.
Es urgente convencer de que es posible y necesaria una ruta distinta, de integración civilizada, pactada, con un enfoque de desarrollo social y de cooperación para el desarrollo. Es necesario elaborar una visión geopolítica más estratégica, no sólo de la frontera, sino de toda la relación bilateral.
Convencer a todos, de ambos lados de la frontera, que la seguridad, la verdadera seguridad, la de largo plazo, no la dan los muros, sino las escuelas.
Es necesario, es urgente, romper la frontera de cristal.

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