PAUL KRUGMAN / EL PAÍS
Los republicanos han dadao marcha atras respecto a recortes de gasto que ellos mismos proppusieron
Vale, la bestia pasa hambre. ¿Y ahora qué? Ésa es la pregunta a la que se enfrentan los republicanos. Pero se niegan a responder, o incluso a participar en cualquier discusión seria sobre lo que se debe hacer.
Para los lectores que no sepan de qué hablo: desde Reagan, el Partido Republicano siempre ha estado dirigido por personas que quieren un Estado mucho más pequeño. Citando las famosas palabras del activista Grover Norquist, los conservadores quieren reducir el Estado "hasta un tamaño que nos permita ahogarlo en la bañera".
Pero siempre ha habido un problema político con este programa. Los electores pueden decir que se oponen a un Estado grande, pero los programas que realmente dominan el gasto federal -Medicare, Medicaid y la Seguridad Social- son muy populares. De modo que, ¿cómo se puede persuadir a los ciudadanos de que acepten grandes recortes en el gasto?
La respuesta conservadora, que se desarrolló a finales de los años setenta, se conocería durante los años de Reagan como "matar de hambre a la bestia". La idea -propuesta por muchos de los intelectuales conservadores, desde Alan Greenspan hasta Irving Kristol- consistía básicamente en que los políticos partidarios de ella se dedicaran al juego de "dar gato por liebre". En vez de proponer impopulares recortes del gasto, los republicanos defenderían populares recortes de impuestos, con la intención deliberada de empeorar la situación fiscal del Estado. Los recortes del gasto podrían venderse entonces como una necesidad más que como una opción, el único modo de eliminar un déficit presupuestario insostenible.
Y el déficit llegó. Es cierto que más de la mitad del déficit presupuestario de este año es consecuencia de la Gran Recesión, que por un lado ha hundido los ingresos y por otro ha requerido un aumento temporal del gasto para limitar los daños. Pero incluso cuando la crisis termine, el presupuesto seguirá claramente en números rojos, en gran parte como consecuencia de los recortes de impuestos de la era de Bush (y de las guerras sin respaldo financiero de la era de Bush). Y la combinación de una población envejecida y unos costes médicos en aumento conducirá, a menos que se haga algo, a un crecimiento explosivo de la deuda después de 2020.
Así que, según lo previsto, la bestia está pasando hambre. Por tanto, debería ser hora de que los conservadores expliquen qué partes de la bestia quieren suprimir. Y, de hecho, el presidente Barack Obama les ha invitado a hacer justamente eso al convocar una comisión bipartidista sobre el déficit.
A muchos progresistas les ha preocupado profundamente esta propuesta, ya que temen que se convierta en una especie de caballo de Troya (concretamente, que la comisión termine reviviendo el arraigado objetivo republicano de destruir la Seguridad Social). Pero no tienen de qué preocuparse: los senadores republicanos votaron mayoritariamente en contra de las leyes que habrían creado una comisión con algo de poder real, y es improbable que se consiga nada significativo con la mucho más débil comisión que Obama ha creado por decreto.
¿Por qué los republicanos son reacios a sentarse a hablar? Porque entonces se verían obligados a aportar algo, o si no, a callarse. Dado que se oponen categóricamente a reducir el déficit subiendo los impuestos, tendrían que explicar qué gastos quieren recortar. Y adivinen qué. Después de tres décadas abonando el terreno para este momento, siguen sin estar dispuestos a hacerlo.
De hecho, los conservadores han dado marcha atrás respecto a los recortes del gasto que ellos mismos han propuesto en el pasado. En los años noventa, por ejemplo, los congresistas republicanos trataron de imponer grandes recortes en Medicare (la asistencia sanitaria para los mayores de 65 años). Pero ahora han convertido la oposición a cualquier intento de gastar los fondos de Medicare de manera más sensata en el núcleo de su campaña contra la reforma sanitaria de Obama (¡paneles de la muerte!). Y quienes aspiran a la presidencia dicen cosas como lo que ha afirmado Tim Pawlenty, gobernador de Minnesota: "No creo que nadie vaya a echarse atrás ahora y decir 'vamos a eliminar, o reducir, Medicare y Medicaid".
¿Y qué pasa con la Seguridad Social? Hace cinco años, la Administración de Bush propuso limitar los pagos futuros a los trabajadores con ingresos altos y medios, que en la práctica significa evaluar los medios económicos para conceder las pensiones. Pero en diciembre, el editorial de The Wall Street Journal denunciaba cualquier evaluación de medios económicos porque "los electores de clase media y media-alta (es decir, los del Partido Republicano) recibirían menos de lo prometido a cambio de toda una vida de impuestos sobre sus nóminas". (Ya. ¿Y desde cuándo admiten abiertamente los conservadores que el Partido Republicano es el partido de los ricos?).
Por lo tanto, en este momento, los republicanos insisten en que el déficit debe eliminarse, pero no están dispuestos ni a subir los impuestos ni a apoyar recortes en ningún programa gubernamental importante. Y tampoco están por la labor de participar en debates bipartidistas serios, porque eso les obligaría a explicar su plan (y no hay ningún plan, excepto el de recuperar el poder).
Pero hay cierta lógica en la actual postura republicana: de hecho, el partido está redoblando la apuesta de matar de hambre a la bestia. Resulta que dejar al Gobierno sin ingresos no ha bastado para obligar a los políticos a desmantelar el Estado de bienestar. Así que ahora la estrategia de facto consiste en oponerse a cualquier intervención responsable hasta que estemos en medio de una catástrofe fiscal. Recuerden que lo leyeron aquí primero.
Vale, la bestia pasa hambre. ¿Y ahora qué? Ésa es la pregunta a la que se enfrentan los republicanos. Pero se niegan a responder, o incluso a participar en cualquier discusión seria sobre lo que se debe hacer.
Para los lectores que no sepan de qué hablo: desde Reagan, el Partido Republicano siempre ha estado dirigido por personas que quieren un Estado mucho más pequeño. Citando las famosas palabras del activista Grover Norquist, los conservadores quieren reducir el Estado "hasta un tamaño que nos permita ahogarlo en la bañera".
Pero siempre ha habido un problema político con este programa. Los electores pueden decir que se oponen a un Estado grande, pero los programas que realmente dominan el gasto federal -Medicare, Medicaid y la Seguridad Social- son muy populares. De modo que, ¿cómo se puede persuadir a los ciudadanos de que acepten grandes recortes en el gasto?
La respuesta conservadora, que se desarrolló a finales de los años setenta, se conocería durante los años de Reagan como "matar de hambre a la bestia". La idea -propuesta por muchos de los intelectuales conservadores, desde Alan Greenspan hasta Irving Kristol- consistía básicamente en que los políticos partidarios de ella se dedicaran al juego de "dar gato por liebre". En vez de proponer impopulares recortes del gasto, los republicanos defenderían populares recortes de impuestos, con la intención deliberada de empeorar la situación fiscal del Estado. Los recortes del gasto podrían venderse entonces como una necesidad más que como una opción, el único modo de eliminar un déficit presupuestario insostenible.
Y el déficit llegó. Es cierto que más de la mitad del déficit presupuestario de este año es consecuencia de la Gran Recesión, que por un lado ha hundido los ingresos y por otro ha requerido un aumento temporal del gasto para limitar los daños. Pero incluso cuando la crisis termine, el presupuesto seguirá claramente en números rojos, en gran parte como consecuencia de los recortes de impuestos de la era de Bush (y de las guerras sin respaldo financiero de la era de Bush). Y la combinación de una población envejecida y unos costes médicos en aumento conducirá, a menos que se haga algo, a un crecimiento explosivo de la deuda después de 2020.
Así que, según lo previsto, la bestia está pasando hambre. Por tanto, debería ser hora de que los conservadores expliquen qué partes de la bestia quieren suprimir. Y, de hecho, el presidente Barack Obama les ha invitado a hacer justamente eso al convocar una comisión bipartidista sobre el déficit.
A muchos progresistas les ha preocupado profundamente esta propuesta, ya que temen que se convierta en una especie de caballo de Troya (concretamente, que la comisión termine reviviendo el arraigado objetivo republicano de destruir la Seguridad Social). Pero no tienen de qué preocuparse: los senadores republicanos votaron mayoritariamente en contra de las leyes que habrían creado una comisión con algo de poder real, y es improbable que se consiga nada significativo con la mucho más débil comisión que Obama ha creado por decreto.
¿Por qué los republicanos son reacios a sentarse a hablar? Porque entonces se verían obligados a aportar algo, o si no, a callarse. Dado que se oponen categóricamente a reducir el déficit subiendo los impuestos, tendrían que explicar qué gastos quieren recortar. Y adivinen qué. Después de tres décadas abonando el terreno para este momento, siguen sin estar dispuestos a hacerlo.
De hecho, los conservadores han dado marcha atrás respecto a los recortes del gasto que ellos mismos han propuesto en el pasado. En los años noventa, por ejemplo, los congresistas republicanos trataron de imponer grandes recortes en Medicare (la asistencia sanitaria para los mayores de 65 años). Pero ahora han convertido la oposición a cualquier intento de gastar los fondos de Medicare de manera más sensata en el núcleo de su campaña contra la reforma sanitaria de Obama (¡paneles de la muerte!). Y quienes aspiran a la presidencia dicen cosas como lo que ha afirmado Tim Pawlenty, gobernador de Minnesota: "No creo que nadie vaya a echarse atrás ahora y decir 'vamos a eliminar, o reducir, Medicare y Medicaid".
¿Y qué pasa con la Seguridad Social? Hace cinco años, la Administración de Bush propuso limitar los pagos futuros a los trabajadores con ingresos altos y medios, que en la práctica significa evaluar los medios económicos para conceder las pensiones. Pero en diciembre, el editorial de The Wall Street Journal denunciaba cualquier evaluación de medios económicos porque "los electores de clase media y media-alta (es decir, los del Partido Republicano) recibirían menos de lo prometido a cambio de toda una vida de impuestos sobre sus nóminas". (Ya. ¿Y desde cuándo admiten abiertamente los conservadores que el Partido Republicano es el partido de los ricos?).
Por lo tanto, en este momento, los republicanos insisten en que el déficit debe eliminarse, pero no están dispuestos ni a subir los impuestos ni a apoyar recortes en ningún programa gubernamental importante. Y tampoco están por la labor de participar en debates bipartidistas serios, porque eso les obligaría a explicar su plan (y no hay ningún plan, excepto el de recuperar el poder).
Pero hay cierta lógica en la actual postura republicana: de hecho, el partido está redoblando la apuesta de matar de hambre a la bestia. Resulta que dejar al Gobierno sin ingresos no ha bastado para obligar a los políticos a desmantelar el Estado de bienestar. Así que ahora la estrategia de facto consiste en oponerse a cualquier intervención responsable hasta que estemos en medio de una catástrofe fiscal. Recuerden que lo leyeron aquí primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario