Expatriar su dinero no necesariamente fue un buen negocio para un ahorrador que temía una devaluación.
La práctica era rentable si el dinero se enviaba al exterior en fecha próxima al ajuste cambiario, pero esta precisión no era fácil de lograr. Si habiendo emigrado el capital la devaluación no se producía, el tenedor de esos fondos perdía el amplio diferencial que solía existir entre las tasas de interés internas y externas.
Proteger el capital contra el riesgo cambiario era una práctica usual. Sin embargo, históricamente los poseedores de ahorros han tenido otros motivos para enviar sus fondos al extranjero.
Uno de ellos ha sido el intento de diversificar las inversiones. Y otro menos santo y legítimo, el de ocultar riqueza mal habida: un funcionario que se enriqueció en el ejercicio de un cargo.
El lector debe notar que en ninguno de los ejemplos mencionados se destacó como motivación de la expatriación de fondos el intento por evadir impuestos.
No obstante esta ausencia, no quiere decir que esta motivación no exista, que sea excepcional o relativamente insignificante. Ahora resulta que todos los capitales se fugan para evadir al fisco y que los paraísos fiscales únicamente existen para dar refugio a los evasores.
En tiempos recientes, a los incentivos explicados se han agregado otros mucho más perversos. Sobresalen entre ellos, el intento por ocultar fondos que han sido “blanqueados”, recursos del narcotráfico y otras actividades criminales, y también dineros de las organizaciones terroristas.
Muy poco o nada se avanzará en la solución del problema de los paraísos fiscales si no se explican y transparentan los motivos diversos que animan a los clientes de esos centros bancarios que les ofrecen refugio para sus capitales. Aunque el delito de evasión fiscal es grave, lo es en mucho menor medida el blanqueo de dinero o manejar los recursos de una célula terrorista.
Además, frente a la diversidad de las motivaciones y la gravedad diferenciada de los actos, se erige el derecho soberano que asiste a Granada, Anguila, Santa Lucía y otras economías insulares del Caribe a ofrecer los servicios financieros tradicionales de un “paraíso fiscal”.
Con la hipocresía típica de los europeos, las autoridades francesas denunciaron a esos países pequeños, pero ni una palabra dijeron del caso de Suiza, epónimo de los paraísos fiscales.
CREDITO:
La práctica era rentable si el dinero se enviaba al exterior en fecha próxima al ajuste cambiario, pero esta precisión no era fácil de lograr. Si habiendo emigrado el capital la devaluación no se producía, el tenedor de esos fondos perdía el amplio diferencial que solía existir entre las tasas de interés internas y externas.
Proteger el capital contra el riesgo cambiario era una práctica usual. Sin embargo, históricamente los poseedores de ahorros han tenido otros motivos para enviar sus fondos al extranjero.
Uno de ellos ha sido el intento de diversificar las inversiones. Y otro menos santo y legítimo, el de ocultar riqueza mal habida: un funcionario que se enriqueció en el ejercicio de un cargo.
El lector debe notar que en ninguno de los ejemplos mencionados se destacó como motivación de la expatriación de fondos el intento por evadir impuestos.
No obstante esta ausencia, no quiere decir que esta motivación no exista, que sea excepcional o relativamente insignificante. Ahora resulta que todos los capitales se fugan para evadir al fisco y que los paraísos fiscales únicamente existen para dar refugio a los evasores.
En tiempos recientes, a los incentivos explicados se han agregado otros mucho más perversos. Sobresalen entre ellos, el intento por ocultar fondos que han sido “blanqueados”, recursos del narcotráfico y otras actividades criminales, y también dineros de las organizaciones terroristas.
Muy poco o nada se avanzará en la solución del problema de los paraísos fiscales si no se explican y transparentan los motivos diversos que animan a los clientes de esos centros bancarios que les ofrecen refugio para sus capitales. Aunque el delito de evasión fiscal es grave, lo es en mucho menor medida el blanqueo de dinero o manejar los recursos de una célula terrorista.
Además, frente a la diversidad de las motivaciones y la gravedad diferenciada de los actos, se erige el derecho soberano que asiste a Granada, Anguila, Santa Lucía y otras economías insulares del Caribe a ofrecer los servicios financieros tradicionales de un “paraíso fiscal”.
Con la hipocresía típica de los europeos, las autoridades francesas denunciaron a esos países pequeños, pero ni una palabra dijeron del caso de Suiza, epónimo de los paraísos fiscales.
CREDITO:
Bruno Donatello / El Economista
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