Rolando Cordera Campos / La Jornada
En el caos actual, provocado por una crisis multiforme que recoge la vida y los milagros de una globalización impuesta a rajatabla y sin gobierno global, lo que predomina es la voz de los adivinos y los magos, que opaca cualquier esfuerzo de racionalidad que pretenda ver más allá de las narices que nos heredó el pensamiento neoliberal que quiso volverse pensamiento único. Nada de esto ocurrió, pero la posibilidad de abrir el horizonte a senderos de renovación económica y social se ve, si no remota, sí muy difícil, sin pavimento seguro sobre el cual transitar.
Los avatares hispánicos no tienen parangón ni, por lo visto, contaban con alguna previsión de aliento estratégico. De aquí la redición majadera de la arrogancia castellana que en voz de Mariano Rajoy se traduce en una convocatoria a los parlamentarios del PSOE para que decapiten a su líder. De aquí, también, la enorme dificultad que el gobierno español ha encontrado para recuperar la vieja y buena tradición socialdemócrata de un diálogo social que trascienda la puja contractual y se dirija a la transformación estructural sometida a las restricciones clásicas de equidad y justicia social con democracia.
Las comisiones plurales convocadas por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero podrían ampliar el panorama, pero la recuperación tardará en plasmarse en un nuevo brío del “compacto” socialista español que tantas ilusiones y esperanzas despertó en este y el otro lado del Atlántico. Con todo, los españoles hablan sin ambages de política industrial y nuevo modelo y tal vez hasta se atrevan a replantearse el viejo dilema del vicepresidente Alfonso Guerra entre la ley de “hierro” de los salarios y la ley de “bronce” de las ganancias.
Con la excepción de la excepcionalidad gala y teutona, todo el espacio de la Unión Europea parece oscilar entre la tragedia griega y la saga celta, mientras la pérfida Albión se apresta a una alternancia sustentada en el manejo mediático de la exageración a ultranza de los males y despropósitos en que habría incurrido Gordon Brown luego de la poca graciosa partida de Blair. Ahí, las petulancias del “nuevo” laborismo enfrentan el juicio severo de las desigualdades auspiciadas por su política de pleno desapego a los ideales y tradiciones laboristas, que le dejaron al pueblo británico un legado de protección social solidaria que por décadas fue la envidia de muchos. La protección de la cuna a la tumba que soñó Beveridge sigue viva en el imaginario de viejos y no tan viejos, y su juventud desamparada la recuperará tarde o temprano.
Liberados de las camisas de fuerza del globalismo, los estados desarrollados buscan convertir su intervencionismo de emergencia en nuevas pautas de conducción económica y reconstrucción de unas economías mixtas avasalladas por la ideología liberalista y dejadas al garete por la hecatombe financiera. Habrá que ver hasta dónde llega el ánimo revisionista y reformista, y hasta dónde el de las oligarquías financieras, aferradas a no ceder un ápice de su poder prebendario y depredador de las propias raíces de su éxito.
Por estos lares reina el silencio y la opacidad va de la Secretaría de Hacienda a Gobernación, pasando por el Banco de México. La celebración del inicio de la recuperación va a toparse con la jibarización del mercado interno tras lustros de mal empleo y peores salarios, mientras el fisco liliputiense que el secretario de Hacienda minusvalúa a favor de la “reforma” política de su jefe exacerba la desprotección de la sociedad y ahonda el páramo de la infraestructura. Todo, parece pensar el gobierno, con tal de no incurrir en el riesgo mayor de siquiera intentar hacer política económica.
La “neutralidad” de la política económica, que en medio de una crisis no puede significar sino la renuncia a intervenir y tratar de manipular las variables maestras de la economía, como la inversión, el empleo o los equilibrios financieros, se ha vuelto rueda de molino y amenaza con llevarnos no de vuelta al “estancamiento estabilizador” sino a un encogimiento mayúsculo de tejidos y cartílagos que impide tan sólo volver a la posición original.
La nefasta combinación reseñada hace años por Joseph Stiglitz, de democracia otorgada con la izquierda y una política económica sometida al dogma neoliberal, sustraída con la derecha de la deliberación democrática y canonizada en los criterios de déficit cero y política monetaria “autónoma” decidida por sí y ante sí por el Banco de México, hace agua y amenaza con ahogarnos a todos, incluyendo a los aprendices de brujo que no reciban a tiempo la beca en el FMI y similares. No es lo mismo estar fuera de tiempo que tener el reloj parado y, para peor, navegar sin brújula.
En el caos actual, provocado por una crisis multiforme que recoge la vida y los milagros de una globalización impuesta a rajatabla y sin gobierno global, lo que predomina es la voz de los adivinos y los magos, que opaca cualquier esfuerzo de racionalidad que pretenda ver más allá de las narices que nos heredó el pensamiento neoliberal que quiso volverse pensamiento único. Nada de esto ocurrió, pero la posibilidad de abrir el horizonte a senderos de renovación económica y social se ve, si no remota, sí muy difícil, sin pavimento seguro sobre el cual transitar.
Los avatares hispánicos no tienen parangón ni, por lo visto, contaban con alguna previsión de aliento estratégico. De aquí la redición majadera de la arrogancia castellana que en voz de Mariano Rajoy se traduce en una convocatoria a los parlamentarios del PSOE para que decapiten a su líder. De aquí, también, la enorme dificultad que el gobierno español ha encontrado para recuperar la vieja y buena tradición socialdemócrata de un diálogo social que trascienda la puja contractual y se dirija a la transformación estructural sometida a las restricciones clásicas de equidad y justicia social con democracia.
Las comisiones plurales convocadas por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero podrían ampliar el panorama, pero la recuperación tardará en plasmarse en un nuevo brío del “compacto” socialista español que tantas ilusiones y esperanzas despertó en este y el otro lado del Atlántico. Con todo, los españoles hablan sin ambages de política industrial y nuevo modelo y tal vez hasta se atrevan a replantearse el viejo dilema del vicepresidente Alfonso Guerra entre la ley de “hierro” de los salarios y la ley de “bronce” de las ganancias.
Con la excepción de la excepcionalidad gala y teutona, todo el espacio de la Unión Europea parece oscilar entre la tragedia griega y la saga celta, mientras la pérfida Albión se apresta a una alternancia sustentada en el manejo mediático de la exageración a ultranza de los males y despropósitos en que habría incurrido Gordon Brown luego de la poca graciosa partida de Blair. Ahí, las petulancias del “nuevo” laborismo enfrentan el juicio severo de las desigualdades auspiciadas por su política de pleno desapego a los ideales y tradiciones laboristas, que le dejaron al pueblo británico un legado de protección social solidaria que por décadas fue la envidia de muchos. La protección de la cuna a la tumba que soñó Beveridge sigue viva en el imaginario de viejos y no tan viejos, y su juventud desamparada la recuperará tarde o temprano.
Liberados de las camisas de fuerza del globalismo, los estados desarrollados buscan convertir su intervencionismo de emergencia en nuevas pautas de conducción económica y reconstrucción de unas economías mixtas avasalladas por la ideología liberalista y dejadas al garete por la hecatombe financiera. Habrá que ver hasta dónde llega el ánimo revisionista y reformista, y hasta dónde el de las oligarquías financieras, aferradas a no ceder un ápice de su poder prebendario y depredador de las propias raíces de su éxito.
Por estos lares reina el silencio y la opacidad va de la Secretaría de Hacienda a Gobernación, pasando por el Banco de México. La celebración del inicio de la recuperación va a toparse con la jibarización del mercado interno tras lustros de mal empleo y peores salarios, mientras el fisco liliputiense que el secretario de Hacienda minusvalúa a favor de la “reforma” política de su jefe exacerba la desprotección de la sociedad y ahonda el páramo de la infraestructura. Todo, parece pensar el gobierno, con tal de no incurrir en el riesgo mayor de siquiera intentar hacer política económica.
La “neutralidad” de la política económica, que en medio de una crisis no puede significar sino la renuncia a intervenir y tratar de manipular las variables maestras de la economía, como la inversión, el empleo o los equilibrios financieros, se ha vuelto rueda de molino y amenaza con llevarnos no de vuelta al “estancamiento estabilizador” sino a un encogimiento mayúsculo de tejidos y cartílagos que impide tan sólo volver a la posición original.
La nefasta combinación reseñada hace años por Joseph Stiglitz, de democracia otorgada con la izquierda y una política económica sometida al dogma neoliberal, sustraída con la derecha de la deliberación democrática y canonizada en los criterios de déficit cero y política monetaria “autónoma” decidida por sí y ante sí por el Banco de México, hace agua y amenaza con ahogarnos a todos, incluyendo a los aprendices de brujo que no reciban a tiempo la beca en el FMI y similares. No es lo mismo estar fuera de tiempo que tener el reloj parado y, para peor, navegar sin brújula.
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