Semana de pasión en España, con
los nuevos recortes a los ciudadanos y a las comunidades
Joaquín Estefanía / El País
De la
cumbre europea de hace 10 días se salió con una cierta convicción de avances
hacia más Europa, un etéreo programa sobre el crecimiento de la zona y un
acuerdo sobre la recapitalización de la banca española sin necesidad de que esta
cargase más los desequilibrios de las cuentas públicas. Se entendió que el
impulso se debía a un cambio en la correlación de fuerzas, con la presencia de
un nuevo presidente francés (y la ausencia del anterior) y una alianza genérica
entre Monti y Rajoy. Nada de ello está claro a la luz de lo sucedido desde
entonces.
Se
estimaba que el primer efecto de la cumbre se iba a desvelar en la inmediata
reunión del Banco Central Europeo (BCE) en forma de una bajada contundente del
precio del dinero y medidas “no convencionales” como la disposición a comprar
deuda de los países con la prima de riesgo disparada, y nuevas subastas de
liquidez para la banca. Los tipos de interés se redujeron en un cuarto de
punto, aunque siguen muy por encima de los de EE UU, Reino Unido o Japón, pero
no hubo nada de lo demás. Lo que se concretó inmediatamente en nuevos ataques a
la deuda de España e Italia, en unos niveles insoportables para poder seguir
financiándose.
La
segunda etapa era la reunión de hoy de los ministros de Economía de la
eurozona, en la que se aprobarían las condiciones del rescate a la banca
española, pues un mes justo después de que el Eurogrupo pusiese a disposición
de nuestro país una póliza de crédito de hasta 100.000 millones de euros, nada
se ha firmado: ni la cantidad, ni el tipo de interés o el plazo, ni la
condicionalidad del préstamo. Ahora se cree que el Consejo Europeo aceptó el
rescate bancario a cambio de retrasarlo: será efectivo cuando el BCE asuma su
papel de supervisor bancario de la eurozona y ello no será posible hasta bien
avanzado 2013 o incluso en 2014. Además, Alemania insiste en que el Estado
seguirá siendo el garante de las ayudas bancarias, y otros países como
Finlandia u Holanda se oponen públicamente al reparto de la carga de la deuda,
ya sea de los países o de los bancos.
Del
ambiente existente en Alemania sobre este asunto es representativo el
manifiesto que 160 economistas germanos han hecho público, en el que afirman
que con la recapitalización financiera no se va a salvar al euro sino a los
bancos y que no es aceptable que los contribuyentes, los jubilados y los
ahorradores de los hasta ahora países más sólidos de Europa respondan de las
deudas y de las enormes pérdidas ocasionadas por las burbujas inflacionarias de
los países del Sur. El manifiesto finaliza sin medias tintas: “De los
resultados del último Consejo Europeo van a aprovecharse sobre todo los
inversores de las plazas anglosajonas, Wall Street, la City y los bancos que
están más podridos. Repetimos: ¡no a la socialización de las pérdidas!”. Esta
carta a la opinión pública no ayudará a la resolución de los problemas
generados por la sensación de que en la reunión de jefes de Gobierno, Merkel
cedió demasiado ante Hollande, Monti y Rajoy.
Todo ello se desarrolla en un contexto de
empeoramiento económico. Christine Lagarde ha avanzado que el FMI prepara una
inmediata rebaja de la previsión de crecimiento de la economía mundial, y que
el estancamiento europeo está contagiando a EE UU y a los países emergentes. En
España, Rajoy se enfrenta a otra semana de pasión en los mercados, con un
calendario político ajustadísimo: el lunes, Eurogrupo; el martes, reunión del
Ecofin (en la que se discutirá el plan de estabilidad presupuestaria enviado
por el Gobierno a Bruselas y de cuyo convencimiento dependerá que se amplíe un
año —de 2013 a 2014— la meta de un déficit público del 3%); el miércoles,
debate en el Congreso de los Diputados; el jueves, Consejo de Política Fiscal y
Financiera en el que se comunicará a las autonomías los nuevos ajustes que se
les exige. Y el viernes, un Consejo de Ministros del que se espera el techo de
gasto para 2013 y el nuevo paquete de recortes sociales a los ciudadanos. Poco
envidiable.
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