José Fernández Santillán / El Universal
Profesor de Humanidades del ITESM-CCM
Recurro
al título de la obra de María Zambrano Delirio y destino (Madrid, Mondadori,
1989) para encabezar este artículo porque, me parece, ayuda a entender la
situación prevaleciente en nuestro país después de la jornada electoral del 1
de julio.
Me
explico: el IFE, ese mismo día, presentó los resultados del conteo rápido.
Luego dio a conocer las cifras arrojadas por el PREP. Una tercera etapa consistió
en los reportes distritales. Para que no quedara duda de los resultados hubo un
recuento de votos en 54.8% de las 143 mil 132 casillas instaladas en todo el
país. Los porcentajes finales, que no variaron mucho respecto de los registros
mencionados, fueron los siguientes: Enrique Peña 38.21; Andrés Manuel López
Obrador 31.59; Josefina Vázquez Mota 25.42; y Gabriel Quadri de la Torre 2.29.
Sin embargo, se ha propalado la especie del fraude electoral.
El
argumento utilizado por López Obrador y sus simpatizantes es que 5 millones de
votos fueron comprados. Versión poco creíble. Con todo y eso, para allá va la
apelación. Como dijo Federico Reyes Heroles en su artículo “De idiotas y
corruptos” (Reforma, 10/7/12) se necesitaría una burocracia corruptora inmensa
para llevar a cabo esa operación. ¿Dónde está? Por su parte, Arturo Núñez,
gobernador electo de Tabasco, consideró que al amparo del voto secreto,
demostrar que el voto es comprado “es imposible” (El UNIVERSAL, 11/7/12). “Lo
único que se puede documentar en un juicio de impugnación son las
irregularidades en relación con la coacción del voto que se dan afuera de las
casillas… como el robo de credenciales o el condicionamiento.”
Aunque el
dicho lopezobradorista sea inverosímil mucha gente lo cree. Estamos ante el
fenómeno social que Gustav Le Bon llamó “multitudes psicológicas”: a partir de
un artificio se construye una certeza en torno a la cual se congrega una masa
que la asume como factor de identidad y movilización colectiva. En realidad se
trata de una argucia para sostener una postura política de contención frente al
enemigo. Es lo que Peter Glotz llamó “la estrategia de la barricada”, muy común
en la izquierda radical.
De otra
parte, debemos tomar en consideración que el Movimiento Progresista obtuvo
resultados exitosos en diversos frentes: refrendó su hegemonía en el DF;
gobernará, por primera vez, Tabasco y Morelos; se convirtió en la segunda
fuerza en la Cámara de Diputados con 136 escaños, en tanto que en la Cámara de
Senadores tendrá 28 curules.
Si se
quiere incidir en la transformación del país se debe usar esa fuerza política
para construir acuerdos que modifiquen la actual política económica. Es preciso
encaminar a México por la senda de la eficiencia económica y la responsabilidad
social; hacerlo competitivo a nivel internacional; replantear nuestra inserción
en la globalización y la economía del conocimiento; arrebatarle el poder a la
tecnocracia neoliberal apoltronada en el mando desde la década de los 80 y de
la que, por cierto, nadie se ocupa como factor real de dominio.
Pienso en
una alianza política de centro-izquierda, socialdemócrata, para subsanar los
estropicios causados por cuatro sexenios derechistas. Me parece que ése fue “el
mandato de las urnas”: una indicación para que el PRI y la izquierda
democrática trabajen juntos. Por eso los ciudadanos castigaron al PAN tan
duramente. Los electores vieron en él el fracaso de la estrategia calderonista
de combate al crimen organizado y la prolongación de las angustias económicas.
Tal es el
camino (destino) por el que debe optar una izquierda que actúe con
responsabilidad y lucidez. Si la estrategia de la barricada se extiende a las
gubernaturas perredistas y al Congreso se cederá el paso al PAN para que
convenga con el PRI la continuación del conservadurismo que tanto mal le ha
hecho a México.
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